lunes, 24 de junio de 2013

Saluda a la muerte de mi parte/10

Miguel Angel Molfino
SALUDA A LA MUERTE DE MI PARTE
10° Entrega

RESUMEN:  Leo Fariña viaja a Panamá, se aloja en el Hotel Hyatt como Donato Martínez, el escritor asesinado, ya que existía una reserva a su nombre. Visita el casino del hotel, apuesta y pierde cien dólares y recibe una llamada telefónica. Es una voz de mujer. Lo cita en una curiosa dirección para el día siguiente.

Casi no pude dormir. Era la hora cero del desconocido intríngulis en el que me había metido. Prendí la tele, la puse en mute, fumé un cigarrillo tras otro, me dije que estaba loco, que estaba viviendo mis últimos días en el planeta y repasé los acontecimientos que me depositaron en esa cama en Panamá. Has recorrido un largo camino, muchacho. Supe que necesitaba un arma.
Bajé a desayunar  a las siete. Una lluvia infatigable resonaba afuera bajo un confuso sol húmedo. Comí unos huevos revueltos, jugo de piña, café negro y una tostada con mermelada. Los panameños se mostraban afables, serviciales y simpáticos. Gente linda, muy chévere. Tomé dos aspirinas, me senté entre la lujuriosa floresta del lobby, prendí un cigarrillo, y me puse a leer Panamá América.  Excepto la noticia del partido que la vinotinto jugaría por un hexagonal contra Costa Rica, el resto del periódico era nada de nada. Me pregunté por Billy y el sarcófago sumerio. Fumé y me angustié hasta que ya estaba sobre la hora.  Pedí un taxi, mi cita no quedaba muy lejos. Ahora, lloviznaba sin ganas. El gentil chofer me acompañó  hasta el auto cubriéndome con un paraguas. Me acomodé empapado pero de transpiración. Le di la dirección y arrancaron el vehículo y el aire acondicionado.
Edificios altos de cristal y acero hincaban el cielo cenagoso. Una pequeña Miami. El Canal facturaba de lo lindo y el lavado de dinero también, estaba a la vista.
Mucha palmera, plantas verdes de hojas enormes y salvajes, y las mujeres modelando sus ajustadas soleras y sus rítmicas nalgas sobre la avenida Balboa. Llegamos. Pagué y divisé a veinte metros la casa de rejas amarillas. Cuando enfilé hacia ella, una impresionante camioneta Lincoln negra se me apareó mientras se abría la puerta trasera. Una voz me gritó suba. Lo hice sin pensarlo dos veces, con el vehículo en marcha y una manota me bajó la cabeza; mire hacia abajo, gorjeó. El silencio era de granito. Escuchaba la respiración de varios hombres aunque no podía discernir de cuántos. Se mezclaban los densos perfumes de las colonias que usaban: me provocaron una débil náusea. Empecé a dejar de escuchar el sonido del tráfico y la hendija que dejaba abierta una ventanilla, traía aires de yodo, de sal, de mar.
La Lincoln se movía deprisa, zigzagueante. Había cambiado el olor del viento y me dolía la nuca por la posición que me obligaban a adoptar. Ahora el olor era intensamente aceitoso, olor a nafta y grasa. La bocina grave y fuerte de un barco retembló el aire. Oie, broder, dobla hacia la esclusa 13,  que ahí terminamos el trip, dijo una voz ronca y negra.
Me bajaron con la orden de mantener la cabeza gacha pero de soslayo vi cómo unos camioncitos Mitsubishi tiraban con cables de acero un descomunal barco  cargado de containers. Era el Canal y ésa era una de las esclusas que trabajan para arrear a los barcos mar afuera. Me empujaron y me metieron en un hall cuyas paredes estaban repletas de fotos históricas sobre la construcción del Canal.
Me sentaron en una banqueta de madera, los tipos se hicieron humo y sólo quedó uno. Tardé en reconocerlo. Era el luchador triple A que me había triturado el hombro en Ezeiza al confundirme con otra persona. La sensación de conocer a alguien me bañó de cierta rara alegría,  pero no podía bajar los brazos.
-      ¡Quebrantahuesos! – exclamé intentando caerle bien—Qué casualidad encontrarnos en este lugar.
La montaña de carne me hizo el gesto de silencio, estaba lejos de parecerse a la clásica enfermera de los consultorios. Me dediqué a sonreír como un imbécil, quería aparentar ingenuidad o inocencia pero sólo me salía ese gesto de lobotomizado.
Una voz dijo: “Que pase…”  Con un empujón, el grandote me hizo pasar y quedó detrás de mí. La nueva habitación era un despacho desordenado, polvoriento, de estanterías pobladas de antiguos biblioratos, apenas ventilada por un ojo de buey opacado por la grasa y la mugre. El escritorio también era una asamblea de papeles ocres y manchados, un cenicero repleto de colillas y un pisa-papeles con la figura del Quijote servían de modestos adornos. La Walther P38 apoyada sobre los papeles no podía ser considerada otro adorno.
 Flanqueada por un tipo delgado  de guayabera floreada, de un lado, y un gran danés gris que parecía embalsamado, por el otro, una mujer menuda, pechugona, de unos cuarenta y pico de años, con traje de hilo color damasco, me escrutaba mientras espantaba un par de moscas de los pantanos. Estaba furiosa. Y la furia la hacía más guapa.
-      ¡Este no es Don Martin! – chilló- y usted, ¿quién es?
Relaté a gran velocidad los acontecimientos que me llevaron a Panamá, haciendo de la neutralidad un arte, no sea que hiriera algún hígado en el camino. Cuando le conté que habían asesinado a una tal Antonia, ella me detuvo con un gesto, un baño de cera le cubrió la cara y conteniendo un sollozo dijo:
-      ¿Antonia? ¿Mi hermana? – El gran danés se paró en dos patas y le lamió una mejilla.
En ese momento entendí que ella era Benita, la desaparecida  mucama de Billy Jensen.
Continuará…


lunes, 17 de junio de 2013

Saluda a la muerte de mi parte/9

Miguel Angel Molfino

SALUDA A LA MUERTE DE MI PARTE
Novena entrega


RESUMEN:  Convencido de que ya lo buscaban las autoridades, Leo hace falsificar el pasaporte del asesinado Don Martin y se aloja en un hotel a la espera de su vuelo con destino a Panamá. Ya en Ezeiza, mientras hace tiempo para embarcar, cree ver a la bonita creativa que conoció en Las Flores del Mal. Se le pierde en la multitud y cuando se dirige a embarcar, una mano lo detiene.



Cuando empezaba a caminar hacia la escalera mecánica, una mano o una garra me tomó el hombro.
-      ¿Usted es Chucho Carbajal?- - La voz venía desde lo hondo de una gruta.
Giré y me encontré con una montaña de carne humana. Su acento era mexicano o por ahí andaba. Le respondí que no, que mi nombre era Donato Martínez (me costó decirlo).
-Y usted, ¿quién es?- me animé a preguntarle.
- Disculpe, me confundí. Soy luchador triple A, mi nombre es Quebrantahuesos Arango, para servirle - Lo dijo con orgullo, como si fuera Pancho Villa—Sorry, me equivoqué.
Y siguió su camino. Realmente, metía miedo. En el Free Shop me compré un par de remeras, una bermuda y unas alpargatas blancas con motas azules. Era las menos ridículas, imagínense.
 Ascendí al avión con un poco de taquicardia. Me acomodé en la butaca 37, pasillo, en una hilera de tres asientos. Dormité mientras decenas de brasileños, que estibaban sus múltiples compras, cacareaban y cerraban ruidosamente los maleteros. Cuando el Embraer empezó a carretear, me aferré a los apoyabrazos hasta acalambrarme las manos. Una anciana idéntica a Ratzinger me observaba con una sonrisa blanda y sin sentido. Era mi compañera de asiento. Ya en vuelo, el zumbido de las turbinas y las agradables azafatas ayudaron a que olvidara que me hallaba tan lejos de casa y tan cerca de Dios. Dormí hasta el aeropuerto de Guarulhos. En la aproximación, me asomé a la ventanilla y me dió la sensación de que San Pablo ocupaba la mitad del globo terráqueo. Ya en Guarulhos, debimos correr hasta la Terminal 2 para no perder la combinación con Panamá city.
Después de siete horas y media de vuelo, aterrizamos en el  aeropuerto de Tocumén, en Panamá. Aduana, Migraciones y afuera. Estaba atardeciendo. Lloviznaba y el agua era tibia y pegagosa como la miel. Un calor húmedo me bañó de sudor en menos de un minuto. Un taxista morenazo y simpático me gritó:”Bienvenido a Panamá, el país más sabrosón, amigo…”
El aire acondicionado del taxi me resucitó. El morenazo me contó que instalaron aire acondicionado hasta en los jardines, que llueve permanentemente, que así de loco es el clima y que gracias a él, tienen las mujeres guapérrimas que tienen.
El Hotel Hyatt se levanta a un costado del centro financiero. Tomé la reserva a nombre de Donato Martínez y cuando enfilaba hacia los ascensores, reparé que, en la gigantesca planta baja, funcionaba un casino. Parecía un casino de Hong Kong: estaba atestado de chinos apostando.
Me duché, me maté de risa con una telenovela de pasiones poco creíbles y cómicas, y bajé para cenar. Una mesa de buffet  exhibía una colorinche y rara colección de comidas. Me serví una carne estofada acompañada por papas verdosas. No sabía nada mal.
Decidí pasar por el casino. Separé cien dólares, era todo lo que jugaría. Me recibió una nube parda que olía a tabaco. Impedía ver el espacio que ocupaba la sala. Todo el mundo fumaba. Y cuando digo todo el mundo, digo: todos los chinos fumaban. No sabía que vivían tantos hijos de Mao en Panamá. Y apostaban fortunas en cada vuelta de ruleta. Cuando pasé frente a una de las mesas de Black Jack, todos los jugadores eran chinos menos un africano cuya dentadura blanca flotaba en la negrura. Cambié por fichas mi dinero. A codazo limpio alcancé a apostar en una de las ruletas: al 7, 13, 17 y 22. Me sirvieron un whisky (¡gratis! ¡Cuando se lo cuente a los muchachos del barrio!) y mucho antes de que se derritieran los hielos, ya había perdido mis cien dólares. Prendí un cigarrillo, pedí otro scotch y ví cómo una china de no más de treinta y cinco años perdía cien mil dólares al 32. Había hecho una torre de fichas sobre el número en el tapete y la perdió con una soltura admirable. Paseé entre el ruido atroz de las voces, el entrechocar de las fichas y los soniditos irritantes de las máquinas tragamonedas. En la distracción, me sentí un hombre de mundo o algo así. Fue entonces que escuché la voz de un botones gritando: ¡Recado para el señor Donato Martínez!  Tardé en reaccionar, no estaba habituado a no ser Leonardo Fariña. Me acerqué y me dijo que tenía una llamada telefónica. Lo seguí hasta unas cabinas, me encerré y dije hola.
La voz cascada de una mujer me respondió, seca y sin gracia: Lo espero mañana a las nueve en la calle 50, esto es, desde la Shell de El Dorado, siga recto dos calles a la derecha,  hasta la casa de rejas amarillas. Allí lo espero, no falle, Martínez.
Jamás había escuchado algo tan complicado. En un anotador del hotel garabateé la insólita dirección. Después me enteraría que de esa forma tan imprecisa y llena de detalles visuales, se dan los domicilios.
Terminé el whisky sentado en el lobby. Más allá de los cristales, llovía torrencialmente y las luces de los altos rascacielos flotaban amarillas y borrosas, como mecidas por un bolero, en lo más profundo de la noche tropical.


CONTINUARÁ…

miércoles, 12 de junio de 2013

Charla de Juan Sasturain

Feria del Libro 

                                                                                   Fotografía: Dennis Andresco 




Se trató sobre el proceso de escritura. Se comentó sobre la última novela que escribe. Destacó que muchos escritores publican policiales en Argentina.


Por Guillermo Anderson

El escritor, periodista, guionista y conductor televisivo Juan Sasturain brindó una charla sobre literatura en el marco de la Primera Feria del Libro en la ciudad de La Plata  Tinta Roja Policiales estuvo ahí para cubrir este evento.
Durante su exposición sin tema pautado Sasturain fue contando en qué consistía  la novela que está escribiendo en este momento, ambientada en Mar del Plata en la década del Cincuenta, leyó algunos fragmentos del libro, fue intercalando con reflexiones sobre lectura, escritura  y géneros que aborda en sus libros.
El escritor hizo referencia a la diferencia entre escribir y publicar que según el son dos cosas diferentes  muchas veces conectadas  y a su vez diría que: “Para los escritores los que les interesa es escribir no hay algo más hermoso y poderoso que terminar un texto”.
El periodista utilizó la metáfora del atletismo planteando la analogía con la escritura “Escribir un cuento o una nota periodística (contratapa de Página 12 de los lunes) es como una carrera de cien metros, mientras que escribir una novela es como una maratón no sólo hay que tener aptitud para hacerla sino que ocupa un pedazo de tu vida, que convivís con un montón de situaciones, personajes  en tu cabeza”.
En cuanto a la creación de sus novelas policiales del detective Etchenike  Manual de Perdedores, Arena en los zapatos y Pagaría por no verte. Sasturain comentó que mientras escribía “Arena en los zapatos”  le sucedió que: “iba por la página cien, no sabia muy bien que iba a pasar, que tenia un muerto y no sabia quién lo había matado. En una novela policial se tiene que cerrar todo, no se puede hacer trampa con el lector, hay que explicar”.
Para ampliar esta idea citó una anécdota de Raymond Chandler de cuando se estaba haciendo el guión de “El Sueño eterno”  y que apareció un muerto en la piscina y lo llaman a Chandler para preguntarle, entonces el escritor norteamericano  les contesto que no tenia la menor idea.

El guionista diría que los  libros  surgen principalmente de situaciones y que después se va desplegando, que algunas novelas del detective Marlowe de Raymond Chandler  “son argumentos incontables, puro sentimiento y situación”.
Otro de los disparadores, que para el autor argentino son el punto de partida para  escribir una novela, son además de las situaciones, los títulos. Ejemplificó con Pagaría por no verte frase que surge de una letra del tango de Celedonio Flores y que “debajo de eso había que escribir una novela que justificara ese titulo”. Otro de los títulos que a Sasturaín siempre le gustaron fue “Los espías no tosen”, pero según él, no es un titulo para una novela, pero  es lo que le sucede a su detective  Etchenike, un personaje investiga y espía  pero que un momento tose porque quiere hacer notar su presencia.
En el caso de Manual de perdedores  sabía que se llamara así porque: “Me encantaba el titulo porque tiene que ver con una resistencia a los criterios de triunfo de la sociedad plagada de desigualdades, perder con método y a la altura de los ideales”.
En la construcción de sus personajes de héroe el escritor diría que está presente la influencia literaria de  Jorge Luis Borges y Héctor Germán Oesterheild: “El personaje se va a enterar sobre si mismo a través de la acción, puesto  en situación de aventura  se reconocerá  y eso aparece bastante seguido”.

TR ¿Cuando pasa mucho tiempo en el proceso de escritura, cómo es identificarse a uno mismo?

JS- Cuando un texto atraviesa muchas etapas de tu vida, es difícil escribir, se reescribe todo el tiempo. En mi caso escribo de manera lineal, de principio a fin, a veces va cambiando las voces, toda la novela no esta contada en una misma voz. Ese es el desafío y a veces dificultad de encontrar un equilibrio, por eso digo que la novela es un laburo sumamente complejo.
La realidad te va modificando continuamente a vos como persona, como narrador. Un ejemplo es (Arthur) Conan Doyle empezó a escribir las primeras aventuras  de Sherlock Holmes a fines del Siglo XIX y las ultimas fueron escritas a comienzo de la década del treinta del Siglo XX. Las primeras aventuras de Sherlock Holmes  coincidían con ese Londres oscuro, donde se andaba a caballo, y en las últimas historias ese contexto ya no existía más.

TR ¿Forma parte de una generación de escritores en Argentina?

JS- Cada uno de nosotros tiene su personalidad, pero compartimos algunas cosas (experiencias, lecturas, edad) que en nuestra escritura se nota. Los que nacimos más o menos en la década del cuarenta, (Ricardo) Piglia, (Guillermo) Sacomanno, (Osvaldo) Soriano, (José Pablo) Feynman Mempo Giardinelli, Vicente Battista, tenemos experiencias similares de vida, todos por ejemplo pasamos por el genero policial a la Yanqui, somos lectores marcados por la extraordinaria literatura norteamericana del siglo XX.
Cuando empezamos a escribir entre los sesenta y setenta el policial negro nos servia como una especie de realismo autentico que nos servia para contar las cosas que pasaban en nuestra sociedad.

TR ¿Cree que con los festivales Azabache y BAN! (Buenos Aires Negra), ha tenido mayor presencia el genero policial en Argentina?

JS- Esos festivales son síntomas de algo que ya existe, porque hay muchos escritores que escriben policiales y se publica mucho, inclusive muchas novelas, relatos que tienen elementos policiales importantes.
Lo que más se detecta es pequeñas editoriales publicando policiales.

TR ¿Cómo en el caso de la Colección Negro Absoluto que usted dirige?
JS- Si. Seguimos trabajando en Negro Absoluto, ahora salieron cinco novelas nuevas. La tercera de Ricardo Romero, la segunda de María Inés Krimer, se tiene que distribuir la segunda de Federico Levín. Hay un gran movimiento de pequeñas editoriales.
El periodo de oro del policial correspondió a la época del cuarenta y cincuenta, en que las grandes editoriales tenían una colección dedicada al policial que tenia autores internacionales tales como Rastros, Séptimo Circulo, El Club del misterio, eso ha desaparecido. Pero el policial esta muy presente, por ejemplo en la televisión con series e inclusive un canal dedicado a eso.




                                                                                    Fotografía: Dennis Andresco


viernes, 7 de junio de 2013

Saluda a la muerte de mi parte/8



MIGUEL ANGEL MOLFINO
SALUDA A LA MUERTE DE MI PARTE
Octava entrega

RESUMEN:  Muerto de cansancio, Leo Fariña deja el bar y vuelve a su casa. Encuentra al escritor Don Martin asesinado sobre el sofá en el que lo dejó durmiendo la borrachera. El asesino le deja a Leo un mensaje en el celular del muerto. En ese momento, decide viajar a Panamá con los pasajes y pasaporte de Don Martin. Cree que allí develará la clave de tanta intriga y muerte.

Estaba seguro de que la policía ya estaría sobre mis pasos, de modo que  tomé una serie de precauciones para entrar a la mansión de Billy. Seguía la puerta sin llave. Despejado. Fui directo a la caja fuerte y extraje diez mil dólares, de esa manera nadie me jodería al salir del país. Traté de probarme unos trajes de Jensen pero yo peleaba en otra categoría. Me prometí adelgazar en algún momento. Pero hallé dos guayaberas paraguayas de lino que me calzaron justito. Salí vestido como un caribeño, tomé prestado un sombrero de jipijapa y unos anteojos de sol Dolce & Gabana. Traspuse la puerta y me llevé por delante una mañana típica de Alaska. Tomé un taxi castañeando los dientes y pedí que me llevara al Hotel Castelar. Una perfecta guarida para un oso que necesitaba hibernar hasta la mañana siguiente envuelto en frazadas y al amparo de la vieja y querida calefacción.
Pedí al room service un café con leche con medialunas y un jugo de naranja. De paso, encargué unos Marlboro. Me desvestí y quedé en calzoncillos. La elegancia decadente del cuarto me agradaba. Un olor a venerables maderas embriagaba el aire. Tocaron a la puerta y abrí. Un muchachito que vivía detrás de una capa de acné depositó el desayuno y los cigarrillos sobre la mesita ratona. Propina, gracias y chau, al fin solo. Siempre hay una Biblia en un cajón de las mesas de luz en los hoteles. A falta de otra cosa, me puse a leerla mientras untaba las medialunas con dulce de leche. El azar me llevó al Libro de Job. Al rato de leerlo, sentí que el desayuno me estaba cayendo pesado. ¡Por favor! Satanás, Dios y quien se ofreciera, sometía al pobre Job a horribles calamidades y espantosas pruebas. Le pegaban hasta debajo de la lengua. Cerré La Biblia. Prendí un cigarrillo. No era lectura para un tipo que no estaba pasando por el momento más apacible de su vida. Encendí la tele, me repantigué en el sillón y me dediqué a ver La ley y el orden. La brasa del cigarrillo me despertó. Me había quedado dormido. Era el momento de hacer noni. Ya en la cama, ronqué como un oso.
Golpearon a la puerta en el momento en que huía junto a Job de una banda de camellos rabiosos. Me senté sobresaltado. En el reloj de la mesita de luz eran las seis de la mañana. Pregunté sin abrir quién era. Son las seis, señor Martínez. Era la voz del Talibán Ferro con el documento ya falsificado. Sin palabras, le pagué y se fue guiñándome un ojo. A prepararse, Leo, que empieza la aventura panameña, pensé. Ezeiza, primer paso. Me duché evocando la violencia bíblica de mi sueño. Ya vestido, con sombrero de jipijapa y anteojos oscuros, mirándome al espejo, largué una risita. Parecía un cubano gusano de Miami. Carlitos Way’s. Se me borró la sonrisita cuando recordé que había dos muertos en 24 horas.
Pasé el check in y Migraciones sin mayor inconveniente. El Talibán es un artista. Me compré un bolsito como para llevar algo en la mano. Me llamó la atención lo tranquilo que me sentía. Es más, una alegría turística correteaba en mi cabeza. No tenía idea de lo que se avecinaba. El vuelo 1208 de Copa Airlines con destino a Panamá, con escala en San Pablo, salía en horario. Faltaban dos horas para embarcar. Miré a mi alrededor y me dio la impresión de que toda la humanidad se había reunido en Ezeiza para despedirme. El gentío me mareó, me compré El Gráfico y me senté en un barcito que parecía hecho de chocolate. Pedí un Gancia batido. Me aburrí con una nota sobre cómo juega el Barsa y añoré el excitante y sádico Libro de Job. El parloteo en mil idiomas era abrumador, la gente iba y venía arrastrando maletas, mochilas, bolsos y paquetes forrados con plástico azul. De pronto, entre un tumulto de espaldas me pareció divisar el rostro y el rotundo cuerpo de Elaine Mervielle, la creativa que conocí anoche en el bar. Me levanté como un resorte para llamarla e invitarla a tomar algo. Pero se la tragó la marejada de viajeros. Qué coincidencia, me dije, también me llamó la atención.  Pero, ¿sería ella?
Recordé que yo trabajaba en El Aguila Seguros. Calculé que, efectivamente, yo ya era historia en la empresa. Con mi celular sin batería, Aranda, mi jefe, me había perdido en el vasto cosmos. Houston, estamos en problemas… Al rato, llamaron para el preembarque. Saldríamos por la Puerta 7. Pagué y cuando empezaba a caminar hacia la escalera mecánica, una mano o una garra me tomó del hombro.

CONTINUARÁ…