domingo, 20 de septiembre de 2009

Simenon, 20 años despues

Por Néstor Tirri Para LA NACION - Buenos Aires, 2009
Noticias de ADN Cultura


Fue Teresa, la última mujer de Georges Simenon, la ex ama de llaves italiana, quien se encargó de esparcir en el jardincito de la Avenue des Figuiers las cenizas de quien había sido su ilustre compañero. Él mismo lo había pedido, como para reunir sus despojos con otras cenizas, las de su hija Marie-Jo. Eran los primeros días de septiembre de 1989, en Lausana. Veinte años más tarde -o sea, en estos días, y en París- varios intelectuales y periodistas han recordado al inefable narrador de origen belga (había nacido en Lieja, en 1903) a través de una serie de emisiones radiales de France - Culture, para recorrer el itinerario vital de uno de los más prolíficos y exitosos escritores de la historia; cada uno de los cinco programas localizó al novelista en alguno de sus destinos: Lieja, París, Francia, Estados Unidos y la Suiza final, donde acabó sus días un 4 de septiembre.
En el último programa del ciclo se habló de un documental acerca del "hombre de las cien vidas", con comentaristas de excepción, su hijo John y el célebre entrevistador Bernard Pivot -entre otros-, quienes desglosaron las Memorias íntimas. No les pasó inadvertido que Simenon era consciente de su supremacía en el manejo del relato, en su maestría para dosificar la intriga. Y no sólo en la"liviandad" operativa del inspector Maigret; en las "novelas duras" -las que movieron a André Gide a considerar a su autor como uno de los grandes del siglo- despunta la tensión interna de pasiones contenidas, de impulsos destructivos, de una insoslayable crueldad que carcome el alma de personajes tortuosos.
Como la de él mismo, quizá, con su avidez por múltiples existencias, con sus experiencias de vida, más allá de la de la escritura, desde el desprecio de su madre (que hubiera preferido la muerte de él a la de su hermano Christian) al suicidio de su hija Marie-Jo. El rótulo de "nacido bajo el signo del exceso" se justifica en sus mil relatos, en las 80 lenguas a las que fueron traducidos, sus 10.000 mujeres, los 700 millones de ejemplares vendidos, sus 9500 personajes, y todo, como para contrastar con el exceso, en una espartana sencillez: "Boileau enseñaba que, si llueve, basta escribir que llueve, no que el cielo está llorando". En una galaxia distinta, Borges proclamaba principios semejantes. Así, con escasos 2000 vocablos de la lengua francesa trazó las oscuras peripecias de La nieve estaba sucia, de La viuda Couderc, de La habitación azul, de El hombre que miraba pasar los trenes...
© LA NACION