viernes, 30 de noviembre de 2012

Quién es quién/1



En una investigación criminal participan muchas personas. Según hayan sido afectadas por el crimen o según el trabajo que realicen para resolverlo, reciben distintos nombres. Esta sección explica la función de cada implicado y muestra cómo participan los científicos.

Víctima
Todos los crímenes hacen daño a alguien .Esa persona es la víctima, ya sea el delito un simple robo o un espantoso asesinato.
Sospechoso
Si la policía cree saber quien cometió el crimen, esa persona pasa a ser el sospechoso. Se puede detener a los sospechosos y mantenerlos en prisión un corto tiempo .pero hay que tratarlos como si fueran inocentes hasta que se demuestre su culpabilidad.

Testigo
Un testigo es cualquiera que haya visto u oído algo que tenga relación con un delito. Puede ayudar a la policía a averiguar lo sucedido. A veces los testigos se convierten en sospechosos, sobre todo si descubren que mienten.

Policía

La policía es la encargada de resolver  el crimen. El inspector de policía que esté a cargo del caso debe interpretar las pruebas para resolverlo. Otros agentes protegen la escena  del crimen buscan a los testigos y detienen  a los sospechosos para que los interroguen los inspectores.
Investigador de la escena del crimen
En algunos países son los CSI (Investigadores del escenario del crimen).Su trabajo consiste en inspeccionar la escena del crimen buscando pruebas. Toman fotos y muestras para enviar a los laboratorios. En España y otros países esta labor la realiza la policía científica.

Científico forense

Los científicos que se dedican a examinar y estudiar las pruebas, para ayudar a la policía o los abogados, desarrollan una labor forense. Algunos científicos se especializan en este campo y trabajan en laboratorios de criminología.

Fuente:Ciencia Forense

viernes, 23 de noviembre de 2012

La pesquisa


Por Juan José Saer

Relato fascinante,aguda reflexión sobre la racionalidad,el crimen y la locura,La pesquisa es la gran novela policial de Juan José Saer.
Pichón Garay,el conocido personaje de otros libros de Saer,narra durante una cena con amigos en su región natal,el misterioso caso de un hombre que en París se dedica a asesinar ancianas y que es perseguido implacablemente por la policía.La historia se entrelaza con con el descubrimiento de un enigmático manuscrito,cuya búsqueda desemboca en un largo viaje en lancha por un río sin orillas.Lucidamente,Saer le hace un guiño a sus lectores cuando pone en boca del narrador aquello que es la premisa básica de su escritura:...por el solo hecho de existir,todo relato es verídico,y si se quiere extraer de él  algún sentido,basta tener en cuenta que,para obtener la forma que le es propia,a veces le hace falta operar,gracias a sus propiedades elásticas cierta comprensión,algunos desplazamientos, y no pocos retoques en la iconografía".
Irónica,sorprendente,inquietante en el planteo sobre qué es el "progreso" y qué es la "barbarie",la pesquisa confirma que Juan José Saer es uno de los narradores más importantes de la literatura argentina contemporánea.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Rodolfo Walsh



Rodolfo Walsh
Nació en 1927 en la localidad de Choele-Choel, provincia de Río Negro. Fue escritor, periodista, traductor y asesor de colecciones. Su obra recorre especialmente el género policial, periodístico y testimonial, con celebradas obras como Operación Masacre y Quién mató a Rosendo. Walsh es para muchos el paradigmático producto de una tensión resuelta: la establecida entre el intelectual y la política, la ficción y el compromiso revolucionario. El 25 de marzo de 1977 un pelotón especializado emboscó a Rodolfo Walsh en calles de Buenos Aires con el objetivo de aprehenderlo vivo. Walsh, militante revolucionario, se resistió, hirió y fue herido a su vez de muerte. Su cuerpo nunca apareció. El día anterior había escrito lo que sería su última palabra pública: la Carta Abierta a la Junta Militar.(Fuente:http://www.literatura.org/Walsh/Walsh.html)

viernes, 9 de noviembre de 2012

El cartero llama dos veces



Por James Cain

Cora accedió a desquitarse de una vida de humillaciones casándose con Nick. Pero la llegada de Frank a la fonda, propiedad del matrimonio, aviva las ganas de liberarse de su marido. Los amantes idean un “accidente” para que Nick muera. Pero las cosas no fueron tan sencillas: la cantidad de intereses creados en el caso golpea y debilita la confianza  mutua de la flamante pareja.
El cartero llama dos veces es un clásico de la obra de Cain, autor que le pone al género policial el sello propio de la dureza implacable. La novela fue llevada al cine en dos oportunidades: en 1946,con Lana Turner en el papel de Cora y en 1981,con Jack Nicholson Jessica Lange como protagonistas.

“Cora estaba allí, vestida con un quimono rojo. Estaba pálida como una muerta y me miraba fijamente, empuñando un largo y afilado cuchillo. Cuando habló, lo hizo con un murmullo que parecía el silbido de una víbora” 

jueves, 1 de noviembre de 2012

Dos mil quinientos años de literatura policial

Por Rodolfo Walsh

El comienzo de la literatura policial suele situarse, con acuerdo casi unánime, en los cinco relatos del género que entre 1840 y 1845 escribió Edgar Allan Poe. Sin embargo es posible demostrar que la totalidad de los elementos esenciales de la ficción policíaca se hallan dispersos en la literatura de épocas anteriores, y que en algún caso aislado ese tipo de narración cristalizó en forma perfecta antes de Poe. "El arte de atormentarse a sí mismo", dice Dorothy Sayers, "es antiguo y tiene una larga y honorable tradición literaria". Los primeros relatos policiales bien caracterizados son bíblicos. Aparecen en el Libro de Daniel (capítulos XIII y XIV). En uno de ellos, Daniel prueba la inocencia de Susana, acusada de adulterio por los ancianos, interrogándolos separadamente y haciéndolos incurrir en contradicción. En el otro, demuestra que los sacerdotes del templo de Bel roban de noche las ofrendas dejadas ante el ídolo. Para ello cubre de cenizas el piso del templo, y a la mañana siguiente aparecen las huellas de los culpables. En verdad, Daniel es el primer "detective" de la historia, y tiene muchos puntos de contacto con los modernos héroes de la no vela policial. Como ellos, es capaz de salir airoso de situaciones que serían fatales para el común de los hombres: el horno encendido, el foso de los leones. Como ellos, descifra escrituras enigmáticas, "declara sueños, desata preguntas, suelta dudas". Y en los episodios que hemos mencionado quedan establecidos, por obra suya, tres elementos muy importantes de la novela policial: la confrontación de testigos, la clásica trampa para descubrir al delincuente y la interpretación de indicios materiales. No son éstos los únicos antecedentes que nos ha dejado la antigüedad. La fingida locura de Ulises desenmascarada por Palamedes; Aquiles disfrazado entre las mujeres de Sciros y el expediente que sirvió para descubrirlo; la historia del rey Rampsinitos, que refiere Herodoto y que modernamente retomó Theodore Dreiser; y por fin algunas fábulas esopianas constituyen el aporte de los griegos. Entre los romanos, Virgilio se anticipó a Conan Doyle en el libro VIII de la Eneida. El villano es Caco, mitad hombre, mitad bestia, que habita una cueva en cuyo piso humea la sangre de las recientes matanzas, y en cuyas puertas insolentes cuelgan pálidos rostros de hombres, manchados de sangre. El héroe es Hércules, a quien el inveterado ladrón roba cuatro vacas y cuatro toros, tirándolos de la cola para que sus huellas parezcan alejarse de la cueva. Veinte siglos más tarde el tema reaparece en uno de los cuentos donde interviene Sherlock Holmes: The White Priory Murders. De Cicerón merecen citarse algunos pasajes del tratado De Divinatione, y sobre todo su discurso Pro Sexto Roscio, antecedente perfecto e inimitable de la novela que podríamos llamar "judicial" porque su acción se desarrolla en los estrados judiciales y gira en torno a los esfuerzos de un abogado criminalista por salvar a un inocente acusado de un crimen. La fórmula cui bono?, tema permanente de esa pieza oratoria, es uno de los ejes en torno a los cuales se mueven las ficciones detectivescas contemporáneas. Al eclipse de las letras y la artes que sucedió a la disolución del Imperio Romano no pudo escapar ciertamente un género que se hallaba apenas en embrión. Volvemos a encontrarlo, más o menos disimulado, en episodios de la Gesta Romanorum, de los fabliaux y el Roman de Renart, del Conde Lucanor, de los Canterbury Tales, del Decamerón, de Las Mil y Una Noches y, por fin, del Zadig. Historiadores de la literatura policial, franceses como Fosca, ingleses como D. Sayers, lanzan un sus piro de alivio cuando después de efectuar la travesía anterior, salteando algunas etapas intermedias, arriban a ese pequeño islote de la ficción policial que es el Zadig. En efecto, allí parece encontrarse, ya bien avanzada la época moderna, el primer eslabón de la cadena que conduce sin tropiezos a Godwin, a Hawthorne, a Poe, a Dickens, a Collins, a los contemporáneos. Sin embargo, hay dos relatos anteriores al Zadig que pueden figurar con honra en la historia de la literatura policial. El primero procede del Popol Vuh, escrito hacia 1550 en idioma quiché y caracteres latinos, por autor anónimo, sobre la base de antiguas tradiciones o de un texto anterior, desaparecido. Fue transcripto y traducido a comienzos del siglo XVIII por Fray Francisco Jiménez, y la historia que nos ocupa figura en el capítulo VII de la primera parte, según la división efectuada por Brasseur. Merece ser recordada: el gigante Zipacná se baña a la orilla de un río cuando ve pasar a cuatrocientos guerreros que llevan un gran tronco. Les ofrece ayuda y carga el tronco sobre sus espaldas. Celosos de su fuerza, los cuatro cientos guerreros deciden matarlo. Le piden que cave un pozo y que cuando sea suficientemente hondo les avise. Desconfiado, Zipacná abre una excavación lateral y se guarece en ella antes de dar la señal convenida. No bien lo hace, los cuatrocientos lanzan el tronco al fondo del pozo y oyen un grito. "Está muerto", dicen. "Mañana las hormigas traerán sus restos a la superficie." Zipacná, seguro en su refugio, los oye. Se corta las uñas, se corta los cabellos, y las hormigas los llevan a la superficie. Los cuatrocientos celebran su muerte, se embriagan y duermen. El gigante sale de su escondite y los aniquila... Este Matías Pascal rudimentario y vengativo no revela menor astucia que algunos de sus sucesores contemporáneos. El segundo de los relatos a que hemos aludido proviene del Quijote, más precisamente del capítulo XLV de la segunda parte. Es la memorable aventura del viejo del báculo. Ante Sancho Panza, gobernador de la ínsula, comparecen dos ancianos. Uno dice haber prestado al otro diez escudos de oro. El otro, el portador del báculo, niega haberlos recibido, y en todo caso está dispuesto a jurar que los ha devuelto. Dispónelo así el gobernador, "y el viejo del báculo dio el báculo al otro viejo, que se lo tuviese en tanto que juraba, como si le embarazara mucho." Pronunciado el juramento, se resigna el acreedor a la pérdida, atribuyéndola a olvido suyo, y se marcha el deudor con su báculo. Sancho Panza medita unos instantes, luego hace llamar nuevamente al viejo del báculo, se lo pide y lo entrega al otro, diciéndole: "—Andad con Dios, que ya vais pagado. "— ¿Yo, señor? —respondió el viejo—, ¿pues vale esta cañaheja diez escudos de oro? "—Sí —dijo el gobernador—, o si no, yo soy el mayor porro del mundo... "Y mandó que allí delante de todos se rompiese y abriese la caña. Hízose así, y en el corazón de ella hallaron diez escudos en oro... Preguntáronle de dónde había colegido que en aquella cañaheja estaban aquellos diez escudos, y respondió que, de haber le visto dar, el viejo que juraba a su contrario aquel báculo en tanto que hacía el juramento, y jurar que se los había dado real y verdaderamente, y que en acabando de jurar le tornó a pedir el báculo, le vino a la imaginación que dentro de él estaba la paga de lo que pedía...". Conviene retener algunos pasajes de esta historia, singularmente aquel que dice: "Visto lo cual Sancho... inclinó la cabeza sobre el pecho, y poniéndose el índice de la mano derecha sobre las cejas y las narices es tuvo como pensativo un pequeño espacio y luego alzó la cabeza y mandó que le llamasen al viejo del báculo...". Este es un instante casi mágico en la historia de la novela policial, porque el labriego de la Mancha está anunciando con tres siglos de anticipación al más grande de los "detectives", no sólo en sus deducciones, sino casi en sus mismos gestos. Veamos, en efecto, una de las tantas descripciones que de los momentos de reflexión de Sherlock Holmes nos hace Conan Doyle: "Sherlock Holmes estuvo silencioso unos minutos, con las yemas de los dedos juntas y la mirada clavada en el cielo raso... ". Otra coincidencia: es sabido que a menudo Holmes no formula directamente la solución de un enigma, sino por medio de una proposición elíptica y oscura que sólo adquiere su sentido cuando él mismo la aclara. Ese tipo de declaraciones paradójicas ha sido bautizado con el nombre de sherlockismo. Pero, ¿qué otra cosa que un sherlockismo —el más brillante de los sherlockismos— son esas palabras de Sancho al entregar el báculo al acreedor: "Andad con Dios, que ya vais pagado"? En cuando al resorte fundamental de la historia del báculo —su argumento— no es difícil advertir que es esencialmente idéntico al de un cuento que hasta ahora se ha considerado como uno de los sillares de la moderna novela policial: The Purloined Letter. Como en la obra de Poe, la historia del báculo gira en torno a un objeto robado. Como en la obra de Poe, ese objeto está oculto en el lugar más evidente. Principio que podría servir de moraleja a quienes han tratado de hallar en Voltaire al precursor inmediato de la novela policial.

Fuente: Walsh, Rodolfo (1987): Cuentos para tahúres y otros relatos policiales, Buenos Aires, Puntosur, págs. 163-168.