jueves, 26 de marzo de 2015

Error de Cálculo





Por Guillermo Anderson 

La novela negra "Error de Cálculo" de Gaston Intelisano  comienza con el caso de una familia asesinada, cuya información sirve para el lector para aprender nociones de la ciencia forense.
El contexto de la novela sucede en las ciudades de Mar del Plata y Buenos Aires.
Con un personaje investigador Santiago Soler cada vez más afianzado luego de las novelas anteriores Modus Operandi  y Epicrisis con sus compañeros de aventuras Battaglia y De Marco.
La trama sucede en dos planos en el primero la investigación del asesinato de un homicidio múltiple  familiar que desencadena una serie de episodios relacionados al mismo caso, mientras subyace la historia personal del investigador Soler.
Narrado en primera persona, la dinámica la aporta la seguidilla de acciones que se van sucediendo encadenando otras nuevas, en el entramado donde  hay que desconfiar y que no todo es lo que parece,tal como dice la frase extraída del texto:"La escena del crimen no miente la gente si"
Con giros narrativos inesperados y artilugios bien logrados, la tercera novela de Intelisano sigue explorando en el ámbito forense aportando detalles que suman a la estructura del relato.

Notas de degustación: Para leer en cualquier momento, mientras se espera el turno del médico,viajando en colectivo ,en el jardín de casa ,escuchando música francesa como la banda sonora de Amelie o ZAZ.

Nota: En la actualidad Gastón Intelisano se encuentra escribienda la cuarta novela de la saga del investigador Santiago Soler.

domingo, 1 de marzo de 2015

Cinco preguntas sobre Gillette

Por Ezequiel Dellutri 
Con mis dos novelas policiales de la serie Gillette en la calle desde hace unos meses, he ido acumulando por aquí y por allá algunas preguntas de lectores y amigos. Me pareció una buena idea escribir las respuestas a las más recurrentes para que todos los que tengan curiosidad y que, por timidez o pereza, no se hayan animado a formularlas puedan saber un poco más de Jeremías Jeremías y el bueno de Simón León.

¿Por qué los personajes tienen nombres tan complicados y que, por si fuera poco, riman?

Este es un tema, digamos, sensible. El primer elogio y la primera crítica que recibí sobre mis novelas de Gillette se debieron a los nombres de mis personajes. Hay, claro, varias razones por las cuales los elegí.

La primera es, digamos, una tara personal. Me cuesta lo mío recordar los nombres de los personajes de las novelas, sobre todo las policiales. Se me mezclan, se me entrecruzan, se confunden. Más de una vez me ha pasado que, al llegar a la consabida escena de resolución, se menciona a alguien del que no guardo memoria. Así que, me dije, si voy a escribir un policial, quiero nombres rarísimos para que el lector los recuerde sin muchas vueltas.

La segunda se debe a mi postura frente a la literatura. Para mí, leer y escribir ficción es un juego. Alguno pensará que la mía es una definición frívola -no voy a ponerme a discutir eso ahora- pero en mi defensa diré que considero al juego uno de los constructos sociales más reveladores. Empezamos jugando al Truco y terminamos revoleándonos las cartas, porque como jugamos, somos.

Por eso quise que los nombres fuese artificiosos, construcción pura, fantasía, para que nadie ande creyendo que la cosa va en serio. Es, en cualquier caso, una contradicción inherente a lo que hago: la cosa sí va en serio, pero está pergeñada como si no lo fuera, así cuando revoleo el tablero, el golpe de los trebejos duele más.

¿Cómo se te ocurrió el personaje de Jeremías Gillette Jeremías?

Me gustaría saberlo. Cuando comencé a escribir Todo queda en familia, mi protagonista iba a ser el bueno de Simón León, mi claro alter ego decadente –es decir, un poco más decadente–. Después, me di cuenta de que era muy complicado y hasta torpe, que el propio escritor fuese además un detective aventajado. En pos de la simplificación narrativa, inventé un detective. Creo que fue ahí donde la cosa se me escapó de las manos.

Mi juego para construir a Gillette está basado en contrastes drásticos. Lo pensé amoral, porque los detectives literarios suelen ser adalides de una verdad que no se cree nadie. Lo imaginé delgado y ágil, porque quería que fuese la contraparte visual de Simón León. Lo hice eficiente porque era la única manera de lograr la empatía: a un tipo que sabe hacer bien las cosas podemos perdonarle todo. Ahí reconozco un rasgo que, me parece, es también definitorio de mi cultura. Los argentinos admiramos al que sabe hacer lo suyo al margen de la forma en la que lo haga.

 ¿Cuántas novelas de Simón León y Jeremías Gillette Jeremías pensás escribir?

Pregunta difícil. Puedo decir casi con seguridad que será un número impar. Nueve me parece adecuado para todo lo que me gustaría contar con los personajes, pero como cada caso abre nuevas puertas, no sé qué decir. Sí puedo afirmar que ya tengo escritas cinco y estoy terminando la sexta, cada una de las cuales enfoca un tema distinto:

Todo queda en familia (Vestales, 2014) trata sobre las complejas formas que pueden tomar los vínculos filiares y las conductas no siempre positivas que generan.

Nunca me faltes (Vestales, 2014) trata sobre las extrañas reverberancias de la amistad, una de las pocas relaciones que suele considerarse superior a cualquier tipo de planteamiento ético o moral.

Malaventurazas trata sobre la pervivencia del sentimiento religioso, de su perversión y del lugar que ocupa en nuestras vidas. Es, quizás, la más profunda de todas las novelas de la serie pese a los rebusques de su argumento.

Alambre de Púas trata sobre la forma en la que afrontamos el pasado, la manera en la que nos envuelve y las distintas posturas frente al dolor que nos producen las heridas que vamos acumulando en la vida. Es una novela atravesada, con múltiples niveles y una estructura sumamente compleja.

Culo sucio trata sobre la utilización de la sexualidad como una forma de dominio y sometimiento. Es, tal vez, la novela más cruda que he escrito dentro de la serie.

Putaparió, novela en la que aún estoy trabajando, trata sobre los límites –si es que los hay– del amor y, como consecuencia, también sobre el poder de la literatura en la construcción de los vínculos interpersonales, un tema que se ha explorado muy poco. En este texto, el universo de Gillette y de Simón León sufre cambios radicales que tendrán consecuencias directas en el resto de las novelas y en el final de la serie.

En Nunca me faltes revelaste parte de la vida de Gillette al incluir a Isaías el Cubri Jeremías, su hermano. ¿Vas a seguir profundizando estos aspectos del personaje?

La cosa viene de lejos. Muy probablemente, mi romance con el género policial cuando era adolescente y mi padre me prestó algunos de los libros de Sherlock Holmes. Más allá de cada caso que propone Doyle, lo que me sedujo fue la involuntaria construcción de una mitología moderna. Sherlock consume cocaína, jugó al rugby, cría abejeas, tiene un archienemigo, sabe boxeo, sufre de un muy particular hermano. Otro tanto podemos decir del bueno de Watson: estuvo en la guerra, se enamora, se casa, enviuda, atiende a sus pacientes, deja de atenderlos ni bien lo llama ese otro enfermo. Todo esto, claro, se nos va revelando de a poco, paso a paso, un poco en un cuento, otro poco en una novela, condimentos de esos que marcan la diferencia entre un amateur y un gourmet.

De alguna manera, quise emular esa magia de construir un personaje no a través de una sola novela –cosa que considero prodigiosa– sino de varias. Lo que averiguamos de Gillette en los dos primeros libros no es todo, aunque cuando la terminemos parezca que el personaje no tiene secretos. Lo mismo pasa con la segunda: los Jeremías no se terminan en Isaías o el propio detective, sino que crecen más allá, abarcando las páginas de otras novelas. Y está, claro, el mundo de Simón León, que tal vez resulte más convencional pero que también hay que cartografiar.

De manera que sí: no solo hay muchos casos por resolver, sino que también hay un modestísimo universo por revelar de a poco, muy de a poco.

¿Pensaste en estudiar algo de criminalística para darle más realismos a tus novelas?

Me gustan mucho las preguntas capciosas. Lo diré de una vez: mis novelas carecen por completo de sustento realista. Hay puristas del género que, lo sé porque me lo han dicho, no lo toleran. Lo cierto es que aunque estudio bastante cada caso al que se enfrentan Gillette y Simón León, la verdad es que el rigor no está dentro de mi búsqueda. Hay una máxima perversa que se le atribuye a algún periodista nefasto; trataré de adaptarla al más inocuo mundo de la ficción: La verdad nunca debe interponerse entre el escritor y una buena historia.

No soy cronista. Soy narrador, así que lo que no sé, lo busco en Google y si en Google no aparece… bueno, entonces lo invento. No es idea mía, claro: es lo que los escritores viene haciendo desde hace milenios.

La pregunta sería: ¿por qué entonces las historias siguen resultando creíbles? Y la respuesta es sencillísima: porque Simón León, el narrador, es creíble. Ese es el truco: la verosimilitud es creerle al que cuenta la historia.

Bonus Track: ¿Antonio Ríos sabe que te inspiraste en una de sus canciones para escribir una novela?

No me consta. He mandado, eso sí, algún correo a su productora contándoles sobre el tema. Desde hace unos cuantos meses, espero una improbable respuesta. Pienso que una foto del Maestro, como lo llaman sus seguidores, con esa tapa tan notable que Vestales hizo para Nunca me faltes sería un gran espaldarazo para la novela, pero bueno… habrá que esperar.

 Este diagrama lo realicé al comenzar a escribir Nunca me faltes. Algunas cosas fueron cambiando desde este planteamiento original hasta la historia que se publicó, pero en esencia resume la novela. Como la historia se mueve en varios planos temporales y eso me generaba cierta confusión, en el recuadro inferior hice una cronología con las edades de cada personaje en los distintos momentos del relato.

Fuente:http://simonleon.com.ar/dellutri015/