En la segunda parte de Policiales, Juan Martini responde la pregunta que había quedado suspendida sobre la literatura policial en Argentina y completa el recorrido histórico del género.
Por Juan Martini.
En 1986, hace 25 años, Jorge B. Rivera publicó en Eudeba El relato policial en la Argentina, una antología crítica centrada en las tendencias que en aquellos años Rivera reconocía en los cuentos y autores seleccionados: Walsh, Pérez Zelaschi, Goligorski, Martini, Manzur, Gandolfo y Saccomanno. Mirada desde hoy se advierten algunas ausencias. Para mencionar sólo la más evidente: La loca y el relato del crimen de Ricardo Piglia, que había ganado un concurso de cuentos policiales en 1975 y que el autor se negó a reeditar en esa antología. Pero más allá de esta y de un par de otras incógnitas la selección de Rivera es una lectura del estado y de la influencia del género en la literatura que va de los años ’50 a los ’80. La edición incluía una encuesta y la última pregunta era: ¿Cree que es posible una narrativa policial argentina? Mi respuesta a esa pregunta me valió durante años el reproche de otro especialista: Jorge Lafforgue, autor junto con Rivera del ensayo central Asesinos de papel. Dije, en 1986: Pienso que el paso de algunos autores argentinos por la literatura policial no es más que episódico o experimental.
En 1993, apenas 7 años después de aquella antología, Lafforgue, que entonces dirigía una colección de policiales argentinos, La Muerte y la Brújula, publicó una nueva antología preparada ahora por Piglia: Arlt, Borges, Cortázar y otros, Las fieras (Clarín/Aguilar). El criterio de Piglia fue también el de la incidencia o impacto del género en escritores que no eran autores de policiales. De la selección de Rivera sólo reapareció en la de Piglia el siempre alternativo y notable Elvio Gandolfo, y junto a Bioy, Di Benedetto o Conti incluyó a Miguel Briante.
Ninguno de los autores presentes en esas antologías fue o es autor sólo de novelas y cuentos policiales. La aparición de Manual de perdedores de Juan Sasturain y de Siroco de Vicente Battista en 1985 postergó una década la influencia de escritores que, matiz más o menos, sí han permanecido en el género.
La novela negra argentina apareció en los años ’70 con Triste, solitario y final de Soriano (1973), El agua en los pulmones de Martini (1973), Noches sin lunas ni soles de Rubén Tizziani (1975), La mala guita de Leonardo Moledo (1976) y Últimos días de la víctima de Feinmann (1978) entre otros. Ninguno de ellos, tampoco, ha permanecido exclusivamente en el género.
Borges y Bioy dirigieron El Séptimo Círculo entre 1945 y 1955 o 1956. Después la serie recayó en manos de un editor de Emecé. La colección en aquellos años parece una celebración de Nicholas Blake (pseudónimo del poeta inglés Cecil Day-Lewis, padre también del actor Daniel Day-Lewis), James Cain o John Dickson Carr con lujos como la publicación de las oceánicas La piedra lunar y La dama de blanco de Wilkie Collins. Y más allá de discutir si Borges y Bioy la dirigieron hasta el número 120 o hasta el 139 (a este punto llega la falta de documentación sobre una colección fundamental) uno piensa que la inclusión de una novela de María Angélica Bosco (La muerte baja en el ascensor, N° 123) fue obra de ellos. También la publicación del rioplatense Enrique Amorim y, es claro, la primera edición de Los que aman odian que Bioy y Silvina Ocampo escribieron, según quiere la leyenda, en el Viejo Hotel Ostende. Manuel Peyrou redondea un brevísimo listado de escritores locales.
La Muerte y la Brújula, dirigida en los ’90 por Lafforgue, no llegó a los 10 títulos: imaginada sobre todo para kioscos dada la participación del diario Clarín nadie imaginó que si algo no controlaría Clarín para estos libros serían los kioscos, y el esfuerzo representó un fracaso comercial. En esta colección Lafforgue publicó libros de Walsh, Feinmann, Sinay, Manzur, Sasturain y un volumen de cuentos inéditos hasta entonces de Arlt: El crimen casi perfecto.
Entre las colecciones que no superaron los primeros títulos también cumplió una función de relieve la Serie Negra que dirigió Piglia para la editorial Tiempo Contemporáneo en los primeros años ’70 al habilitar el género para una generación de escritores que apenas habían publicado sus primeros libros.
Desde hace un par de años una nueva colección dirigida por Sasturain va sumando también sólo autores argentinos: es Negro Absoluto y en ella participan el siempre presente Gandolfo, Osvaldo Aguirre, Leandro Oyola, Juan Terranova y otros. El porvenir es todavía incierto.
Las colecciones Rastros, El Séptimo Círculo, Serie Novela Negra (Bruguera), y Club del Misterio, en la Argentina y en España, cumplieron con su periodicidad. El Séptimo Círculo y el Club del Misterio mezclaron las dos corrientes más fuertes del policial: el enigma y la serie negra. En casi todas se dio albergue a escritores locales, pero su presencia terminó siendo testimonial: los escritores en lengua castellana leen policiales, a veces se dejan tentar por el género y escriben alguna novela o relato, pero no se quedan ahí. Utilizan el género, mejor, para conseguir una de las claves de toda novela, policial o no: el tejido de la tensión necesaria, o suspenso, que la narración siempre requiere y que Patricia Highsmith ha descrito tan justamente en su libro Suspense.
Quizás las colecciones de literatura policial cumplan esa función: iluminar las posibilidades del género para contar la cara casi siempre oculta de la corrupción y el asesinato o para ilustrar sobre la condición policial de las sociedades en que vivimos: correlatos novelescos del perfil siempre sucio de la legalidad cuando la legalidad es un instrumento para justificar lo injustificable.
Claudia Piñeiro, Guillermo Martínez, Osvaldo Soriano, Ricardo Piglia y Juan José Saer, para no ir más lejos, han pasado una y otra vez por el policial y no han publicado en colecciones de género. Así lo han hecho desde hace mucho en el mundo Ross McDonald, Donald Westlake, Manuel Vázquez Montalbán, Henning Mankell, Leonardo Sciascia, Ruth Rendell o Andrea Camilleri.
Hoy ya no existen en Argentina colecciones de impacto como la mayoría de las señaladas. Y con ellas ha desaparecido la posibilidad de abordar el policial con perspectivas históricas y de leer lo que se produce en otros países.
El uso de las propiedades del género es útil para contar todas las historias y se ha extendido más allá de las fronteras literarias: hoy gobierna casi todos los relatos del cine estadounidense y de la televisión, del comic y del periodismo: una crónica de hechos reales, una historia de amor, otra de super héroes y otra de aventuras médicas, todas, responden muchas veces a una lógica interna que tiene que ver con la construcción del relato que hace el policial.
Fuente: Eterna Cadencia
http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/2011/12326
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