jueves, 14 de agosto de 2008

La Gran Pesadilla Americana


The Dark Knight – El Oscuro Caballero, la última de Batman

Durante la edad de oro del Gran Sueño Americano, los años ’60, Estados Unidos aspiró a ser un país democrático, solidario, plural, creativo, que continuase y extendiese a toda la sociedad los beneficios de la prosperidad económica. En contraste con aquello, el Imperio del Norte vive hoy su Gran Pesadilla: y eso se traslada a una de las creaciones cinematográficas del año, como lo es seguramente esta nueva versión de Batman

La Estética Vampira

No coincido con los planteos críticos que se han lanzado enseguida tomando posiciones desde la estética. Christopher Nolan logra concentrar en la nueva Batman tantos sentidos, tantos aspectos, tanta mezcla genérica que reprocharle esa cierta sobrecarga retórica me parece sencillamente tonto. Y más teniendo en cuenta que esa ampulosidad tiene que ver con las concesiones obligadas del director hacia el género cómic, al que hay que retribuir por el nacimiento del héroe noctámbulo de Ciudad Gótica.

El Oscuro Caballero o el Caballero de la Noche, como se tradujo por acá, es un policial negro, es un triller, es una película de superacción con efectos especiales de última generación, desde luego también es un cómic, pero sobre todas las cosas es una cinta cargada de significados y de simbolismos políticos (¡con los que polemizaremos después!).

Durante las dos horas y media que dura el film, el observador intelectual logrará captar multitud de planteos filosóficos, si es que logra abstraerse de las piñas, tiros, caídas y persecuciones vertiginosas (esfuerzo nada difícil para los intelectuales, que en general se fastidian del característico bombardeo de acción hollywoodense).

Desde lo estético, nada cabe reprocharle al director que ya probó su capacidad para producir material complejo, enrevesado, interesante, con ese film más de devedé que de fílmico que se llamó Memento (2000). Ahora, y después del paso vacilante de Batman Inicia (2005), creemos que se reivindica con un Batman que va oliendo cada vez más a trilogía. Este último, sin ningún lugar a dudas, el mejor que se haya hecho en cuanto al trabajo artístico (muy por encima del de ¡Tim Burton y Jack Nicholson!); y también, por lejos, el más pesimista, destructivo y siniestro en cuanto al mensaje.

La Clave es el Eslogan, «Bienvenido a un mundo sin reglas»

Decía Bernard Shaw, en su frase más famosa y también la más despreciable: «La regla de oro es que no hay regla de oro». Su deslizante juego de palabras anticipaba el graffiti que popularizaron los muchachos franceses del ’68, «Prohibido prohibir»; y lógicamente, le ganó de mano al eslogan de la última del Murciélago. Queda claro desde antes de ingresar a la sala, que la idea de la película se empeña en un combate contra la moral, contra la ley y contra las reglas en general… (¡glup!).

¿Cuántas huellas se pueden rastrear en El Oscuro Caballero de productos más viejos de la cultura? Al menos este crítico, pudo acordarse del alambrado (NO TRESPASSING) con el que arranca Ciudadano Kane, ese monumento de película de Orson Welles. También, el final y todo el planteo filosófico, tiene «un no sé qué» de wagneriano, con el germánico dios Wotan («el bueno») hundiéndose lentamente en un ocaso que no puede evitar por más que luche… Atardecer del dios que a la vez ahoga eternamente su defensa del orden y de las leyes.

En fin, también una huella de la Teoría de los Juegos, iniciada por los holandeses Von Neumann y Morgenstern (cuándo no, los holandeses teorizando sobre los juegos…): hay dos barcos atestados de gente, con 4 mil pasajeros cada uno de ellos. El Guasón les anuncia: «Los del otro barco tienen el detonador que, desde las 12 de la noche, podrá hacerlos a ustedes volar en mil pedazos». Hace lo mismo en los dos barcos, cuyas bodegas están preparadas con gasolina para provocar un selecto espectáculo pirotécnico, anunciado para la medianoche. Les advierte a los pasajeros que deliberen, cuidando de no dejarse anticipar por los del otro navío.
Finalmente, cuando llega la hora… (final reservado a los que vayan a verla.)

Son cuatro las opciones posibles en esta escena de los navíos: que los dos se hagan volar mutuamente, que ambos se salven, que el barco A vuele al B, o viceversa. Es el Dilema del Prisionero, uno de los casos más reflexionados de la Teoría de los Juegos durante la época de la Guerra Fría. (Adivinen por qué, la crisis de los misiles nucleares en Cuba, puso al mundo este dilema frente a sus narices; se trataba de la subsistencia del civilización, nada menos.)

La Paranoia y sus Espejismos
La sociedad tiene un enemigo: un Terrorista Incondicional, que no se interesa por el lucro, sino que ama al crimen por el crimen mismo. En una de esas escenas que intentan quedar en la memoria, el Guasón quema una pirámide de unos 6 metros hecha de dólares, mientras declama frente a sus traicionados y sorprendidos socios en el delito: «Un criminal como el que Ciudad Gótica se merece, no lo hace por dinero». Hay que ser un asesino desinteresado, dice la ética guasoniana de Christopher Nolan.

Esta imagen recuerda inevitablemente a la del Bin Laden elaborado por la versión oficial del gobierno de Bush: si hasta manda videos caseros a los medios… Pero juzgo que es buena noticia para las mafias, el parecer menos horribles que este fantasma nihilista que es el Guasón; por lo menos, las mafias son «más humanas» –las mueve una debilidad humana: la codicia–.

La sociedad civil, los políticos profesionales, la policía, el entero aparato represivo del Estado aparecen impotentes frente al hombre dinamita. Hay una escena en la que amenaza con detonarse vivo, frente a los socios que no se fían de él, los mafiosos: todo muy terrorista, muy Al Quaida. Y siempre el terrorismo presentado con los rasgos que le pintan CNN y la Casa Blanca.

¿Quién gana, al final? ¿La sociedad civil y su defensor de antifaz? ¿A cuántos asesina el Guasón a lo largo del film? ¿Cien, doscientas, quinientas personas? Y ¿cómo no justificar el uso de la violencia, incluso de las torturas en prisión (sic) contra personas que, como este Guasón tan extraño, tan inhumano, no reconocen ningún límite para su maldad, ni persiguen ningún fin más que la destrucción, el odio ilimitado contra todo y contra todos?

El Resabio Final (Atención: desde acá, incluimos algunos elementos del argumento y del desenlace.)

Uno se despide del film con la sensación increíble de que Batman es un pobre tipo, casi un antihéroe. (Es que él no tiene «licencia para matar», ¡como sí la tiene su enemigo!) Y la sociedad organizada está desbordada. Ahora se puede recurrir a cualquier método en la lucha contra el Mal, ya que este se muestra mucho más fuerte. Al cabo de la lluvia de situaciones extremas que nos envía la película, el Bien termina adoptando tácticas y modos propios del Mal (lo que motiva las carcajadas del Guasón, que tres cuartas partes de los espectadores malentienden).

La última regla en morir es la Verdad: a la pobre gente de Ciudad Gótica (de la comunidad mediática global) no hay que quitarle su ilusión. Hay que fabricarle un «bueno de la película», con lo que sea. La gente tiene su derecho a vivir de mentiras. Esta es la traducción del lema del ideólogo del Pentágono y de la Casa Blanca actuales: el profesor Leo Strauss lo trajo de Alemania, cuando enseñó a los americanos (en la U. de Chicago) que se podía practicar un nazismo sin Hitler. La consigna «Miente, miente, que algo quedará» había sido pensada por Goebbels, el Ministro de Propaganda del Tercer Reich.

Y como «el fin justifica los medios», según dice un colaborador de Batman en la película, hay que encontrar al Guasón y salvar a la ciudad. No importa si es preciso, para eso, espiar a todas las personas de Ciudad Gótica, por medio de un dispositivo que nos recuerda tanto al de la Sociedad de Control que criticamos en este espacio… Las llamadas de celulares son interceptadas por Batman y así se logra ubicar los movimientos de cada persona, y asistir a sus conversaciones. Resultado: el Guasón es localizado.

No creemos que sea casual esta escena en semejante momento de la historia.

Así es como Batman logra detener las masacres en cadena del Guasón. De cuyo destino, al terminar la narración, no nos enteramos.

Queda suelto. Para que la Sociedad de Control pueda seguir limitando nuestras libertades, recortando derechos, invadiendo nuestras vidas y tendiendo sus redes virtuales a nuestro alrededor. Con la excusa de que hay un Enemigo, hostil, incondicional, omnipresente, una amenaza que puede explotar en el lugar y en el momento menos esperado.


Nota: No recomendamos la asistencia de chicos ni de menores. La ausencia de restricciones en las entradas de los cines tiene que ver con el propósito comercial (vacaciones de invierno acá, de verano en EE UU). El Oscuro Caballero tiene momentos de violencia que de verdad pueden perturbar a espectadores infantiles. Con toda seriedad: hay una escena en la que un personaje es desfigurado vivo por el fuego, y así deambula durante media película. Hay elementos muy dark, apegados a un morbo macabro que, personalmente, yo creo que un chico no puede decodificar de ninguna forma. Esta sería la crítica más certera que se podría dirigir a la estética de la película.

No hay comentarios: