Por Mercedes Giuffré
1 Toda obra literaria se completa con la lectura. Por eso, nos preguntamos quién y cómo ha sido el receptor de nuestra literatura policial a lo largo del tiempo. No pretendemos confeccionar un catálogo de obras ni de autores, sino esbozar momentos clave en la evolución de la recepción y, de ese modo, configurar una imagen del lector.
1 Toda obra literaria se completa con la lectura. Por eso, nos preguntamos quién y cómo ha sido el receptor de nuestra literatura policial a lo largo del tiempo. No pretendemos confeccionar un catálogo de obras ni de autores, sino esbozar momentos clave en la evolución de la recepción y, de ese modo, configurar una imagen del lector.
2 Entre julio y agosto de 1877, por ejemplo, Raúl Waleis iniciaba la literatura policial en lengua castellana con la publicación, en el diario La Tribuna de Buenos Aires, de las 22 entregas de La huella del crimen. Waleis, anagrama de Luis V. Varela, era abogado y se declaraba discípulo del francés Émile Gaboriau. Al año siguiente publicó una continuación de la novela, llamada Clemencia. Ambas obras se encuadran en lo que se denominó la variante “judicial” del género, buscan probar una tesis (que siempre acaba en el cuestionamiento de las leyes imperantes), incluyen términos en otras lenguas, neologismos, mencionan las más altas tecnologías forenses y se ambientan en París, aunque hay en ellas una relación especular con el Río de la Plata.
3 ¿Estaban los lectores de ese diario familiarizados con los folletines franceses ? ¿ A quién iba destinada la novela ? ¿ Tuvo Waleis en cuenta a sus interlocutores empíricos ? A partir de entonces, existe, por pequeño que fuere, un conjunto de receptores que accederá también a los trabajos de Eduardo Holmberg, Paul Groussac y Horacio Quiroga, escritores que explorarán las posibilidades narrativas de un género en conformación y sin reglas claras todavía.
4 En los años subsiguientes, se hacen accesibles las traducciones de autores europeos (recordemos que la primera historia de Sherlock Holmes, en su lengua original, es diez años posterior a la de Waleis), conformándose lentamente un sector ávido que lee tanto los folletines locales como las historias que publican las revistas de circulación en quioscos, y se familiariza con diversos tipos de relato policial, en especial el que encontrará una magistral parodia en Seis problemas para don Isidro Parodi (1942), de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Esto es, la línea clásica, que viene a salvaguardar, en términos del propio Borges, el orden y la simetría. Con ellos, y a partir de la posterior colección que dirigirán ambos para la editorial Emecé, El Séptimo Círculo, lo policial se emparenta con un sector canónico de la literatura. El lector de esta rama del género se sentirá, por así decirlo, a salvo de toda sospecha en cuanto a su “buen gusto” (el mismo nombre de la colección, que remite a la Divina Comedia, prestigia el género y lo equipara con autores consagrados de la talla de Chéjov). Este nuevo lector, que adquirirá sus ejemplares en la librería, se perfila como una persona culta –lo suficientemente instruida para reconocer las mencionadas asociaciones o preocuparse por la “calidad narrativa”–, con un poder adquisitivo medio o alto, que busca en las obras una maestría formal, la combinación original de formulaciones prestablecidas y la perfección del enigma (aunque sin mayor correspondencia con la realidad y mucho menos cuestionando el orden establecido). Es un lector, digamos, que busca entretenerse involucrando su propia capacidad intelectual.
5 El quiosco y la librería se diferencian a partir de entonces como dos espacios de circulación que, en principio, apuntan a públicos diversos, aunque no es descabellado pensar que el amante del género adquiriese en ambos por igual su material de lectura. Proliferan las colecciones que se nutrirán de autores foráneos. Las revistas de interés general destinan una sección para este tipo de literatura y, a veces, escritores locales consagrados por la Academia (tal es el caso de David Viñas que publica en 1953 como Pedro Pago) exploran, amparados por el pseudónimo, las posibilidades de un nuevo discurso volcado hacia la crítica del sistema y con un interés por la cuestión local. En ellas el delincuente mismo es visto como una incógnita social y apuntan, por lo tanto, a lectores con interés por los sucesos policiales argentinos registrados en la prensa. Es decir, un lector que busca en la literatura algo vivo, con claros referentes en la vida cotidiana.
6 El mencionado año de 1953 parece ser un mojón en la evolución de nuestro policial local, porque es también el mismo en que Rodolfo Walsh publica su célebre prólogo a los Diez cuentos policiales argentinos, donde menciona a Borges y Bioy como iniciadores del género –omitiendo a Waleis– y también en el que ven la imprenta sus Variaciones en Rojo. Conviven desde hace tiempo revistas como Evasión y Serie Naranja, la primera en sintonía con El Séptimo Círculo y la segunda como un espacio de difusión de autores más vinculados con los inicios de la novela dura.
7 Nos interesa registrar, por entonces, dos imaginarios con repercusiones en los modos de leer. Porque el lector también se posiciona, elige y se vincula con lo que lee desde el lugar mismo de su adquisición. Cabe preguntarnos, por tanto, si así como existe una sujeción de los autores locales a las convenciones foráneas de escritura, puede decirse algo similar en el plano de la recepción. ¿ Es el lector un traductor de los modelos de lectura importados o espera de los autores nacionales algún tipo de originalidad más allá de las sujeciones ? Creemos lo segundo. De hecho, lo que se encuentra en los libros argentinos es un modo paródico de leer los cánones foráneos. O, incluso, y aquí esbozamos una suerte de respuesta, la necesidad de romper con los moldes predeterminados.
8 Con la publicación de Operación Masacre, Walsh inicia la literatura testimonial que abrirá las puertas a un importante giro literario. A partir de entonces, hay una escritura que se involucra con lo que sucede a nivel político y que requiere de un nuevo lector, comprometido con su tiempo. Las cosas, desde luego, no son fáciles para nadie durante los años duros.
9 Es en la post-dictadura que la Academia revaloriza las producciones de autores como Juan Martini, Osvaldo Soriano o Manuel Puig (quien había reivindicado al folletín y la novela policial de difusión masiva), entre otros, cuyos nombres comenzarán a circular entre los que nacimos en la década del setenta. Nuestro acercamiento a sus producciones será muy distinto del de sus primeros lectores. Se abrirá de este modo la posibilidad de pensar lo policial desde una perspectiva académica y, a la vez, respetuosa de los circuitos populares de circulación y sus modos de leer. Se estudiará en la facultad obras como Manual de Perdedores, de Juan Sasturain o Ni el tiro del final, de Juan Pablo Feinmann, que a la vez que parodian y homenajean al policial negro, establecen un diálogo con la realidad política de las épocas recientes.
10 En los años noventa y la primera década del siglo XXI, es común encontrar en las mesas de novedades de librerías obras de prestigiosos autores argentinos que trabajan con con ingredientes del policial. El discurso de este tipo de obras sirve para cuestionar la etapa menemista y seguir pensando las décadas anteriores. Se establece un diálogo con el lector que es distinto del que generaban los textos de la línea clásica. Aquél es generalmente, un hombre o mujer de mediana situación social, que ha sufrido las sucesivas crisis económicas y busca en la lectura algún tipo de reconocimiento (en el sentido griego del término) y a la vez un refugio, no como mera evasión sino como espacio de contención.
11 En la actualidad el discurso policial asiste, como la literatura en general, a la mezcla de géneros. Consultamos a varios lectores acerca de por qué siguen apostando por este tipo de lectura y casi todos mencionaron la palabra “desafío” en su respuesta. Sin embargo, es evidente que los policiales operan como catarsis de una realidad caótica y angustiante a nivel global (retomando así, paradójicamente, la idea borgeana del vínculo con la tragedia clásica). La dicotomía entre evasión y reflejo del mundo que antes se perfilaba como una oposición parece haber dejado de existir. Un fenómeno como el de la novela escandinava nos servirá de ejemplo : el lector busca con ella entretenerse pero a la vez accede a una descripción minuciosa de la operatividad mundial de mafias y organizaciones del crimen organizado que mueven la droga, el tráfico de personas, etc. El género está prestigiado y eso es un riesgo, pues puede caer en la autocomplacencia de las formas. Sin embargo, la buena noticia es que la mayoría de los escritores en Argentina no sigue el camino de la comodidad, sino que nuestro policial está constantemente en cambio, redefiniendo su discurso y también a sus lectores.
12 Más allá de las estrategias de venta y marketing, del negocio de las editoriales o de la cuestión del mercado, que no siempre pondera la calidad, la novela policial se ha establecido como un espacio de reflexión desprejuiciada sobre nuestra época. Y por ahí pasa el verdadero “desafío” como autores : en saber construir y mantener un colectivo de lectores críticos desde el punto de vista intelectual, social y/o político.
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Pour citer cet article
Référence électronique
Mercedes Giuffré, « Tipología del lector de policiales en Argentina », Amerika [En ligne], 7 | 2012, mis en ligne le 20 décembre 2012, Consulté le 24 décembre 2012. URL : http://amerika.revues.org/3417 ; DOI : 10.4000/amerika.3417
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Mercedes Giuffré
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