lunes, 4 de noviembre de 2013

Saluda a la muerte de mi parte/26

Miguel Angel Molfino

SALUDA A LA MUERTE DE MI PARTE
ULTIMA ENTREGA (Nro. 26)
RESUMEN:  Leo Fariña y Billy Jensen huyen del rancho de El Chapo. Llegan a una carretera y  un lugareño los lleva en su camioneta hasta Pericos, un pueblito cercano a Culiacán, la capital del Estado de Sinaloa. Desde esa ciudad, Leo y Billy planean huir del país.

Debo decir que Billy Jensen estaba de un humor de perros. Sentados en la banqueta de la oficina de la Western Union, me apuntaba con su barbilla de tal modo que casi me hacía sentir culpable de todo lo que le pasaba. Aguardaba una remesa de dinero que había pedido a uno de sus bancos. De pronto, lo llamaron: ¡Pedro Gómez Liston! Era uno más de sus nombres falsos. Entramos, nos hicieron pasar a una pequeña y calurosa habitación, y abrieron la saca de la que salieron doscientos mil dólares. El tipo que nos atendía parecía un autómata. Me sorprendió que no le exigiera a Billy alguna documentación pero Billy separó cinco mil dólares y eso fue todo. El tipo se metió los billetes en todos los bolsillos del largo sacón con flecos que traía, nos dio la mano y se marchó con trancos apurados. El poder de Billy Jensen parecía no tener horizonte. Tenía cuentas millonarias en pequeños bancos y creo que hasta una muy importante en el JP Morgan. Era escurridizo como una lagartija, sabía muy bien cómo manejarse en el gran fraude y en el lavado de dinero. Un prócer del delito.
Cuando llegamos a comer a El Regio de Pericos, Billy ya vestía una camisa color mostaza, un saco azul y pantalones verdosos. Yo preferí unos Levi’s, camisa a cuadros y una campera de cuero liviano. Botas y sombrero, por supuesto. En composé con el ambiente general norteño. En el hotel, dejé el M-19 y cargaba en mi espalda la bonita Strizh rusa. Súbitamente, todo empezó a acelerarse. Volamos a Culiacán en un Cessna 682 cuando aún estábamos digiriendo el cabrito enchilado del almuerzo. Adiós a mis armas: las tuve que abandonar en el hotel. Una ruta de narcos nos hizo aterrizar sin novedad en Culiacán.
Mientras Billy se dedicaba a hablar incesantemente por teléfono en las cabinas, compré El Sol de Sinaloa para ver qué contaban las noticias del ataque a la finca del Chapo. Largué una carcajada después de hojear hasta la última hoja: No había una sola letra escrita sobre el hecho, incluso, la sección policiales no existía. Prendí un cigarrillo y me encaminé a un barcito del aeropuerto. Pedí un tequila y así como vino así me lo tragué. Todavía me era difícil aceptar que ese mundo de crimen existiera como una realidad paralela. Y como una verdad incontestable para quienes la habitaban. Pero era tan innegable como el planeta Júpiter. ¿Por qué yo no salía corriendo a denunciar a las autoridades? Más que loco tendría que estar. Si yo fui testigo de cómo nos recibieron en Toluca una agrupación militar mexicana. ¿Quería aparecer colgando y decapitado de un puente? 
Pedí otro tequila, esta vez doble. El mexicano de la barra me sonrió y comentó: ¡Híjole! Mire que el tequila no es granadina! Es cosa mía, amigo, cóbrese de aquí. El barman tomó mi dinero y murmuró: Ni modo…
Tomaba mi tequila sobre mi taburete cuando se acercó Billy.
-       Escuchame, nene, esperame aquí, en el aeropuerto, yo vuelvo en una hora y seguimos…¿Tenés algo de plata?
-       Sí, no creo que en una hora me gaste 600 dólares…
-       Bien, bien, ya vuelvo.
No quería calcular cuántos dólares había perdido en el camino. Aproveché el momento para romper el viejo y vencido cheque del banco panameño que me  diera Billy, no sé en qué vida anterior.
Odié la espalda de Jensen mientras se alejaba, odié todo su mundo, sus mentiras, recordé que podría haberme avisado sobre todo el peligro que caería sobre mi pobre humanidad. Retomé la lectura de El Sol de Sinaloa en una cómoda butaca de cuero. Allí me avivé de los rondines de los soldados del ejército. Camuflados, las caras pintadas, las miradas como dientes y el silencio militar presagiante.
Yo quería estar en casa y si fuera posible engripado, para que mamá me sirviera una sopa calentita y que la cuchara no sea un proyectil 7.62. Me dormí como abrazado a un osito de peluche.
Un golpe en el hombro me despertó. De un salto me puse de pie, sin saber en qué mundo estaba. Era Jensen y traía una gran maleta y un portafolio metálico. Pero era un Billy Jensen casi desconocido. Se habían teñido de castaño sus pocos cabellos rubios y un discreto bigote oscuro le daba un toque de seriedad. Me sonrió abriendo los brazos, como exhibiendo su nueva pinta. El traje Príncipe de Gales lo hacía gallardo y aún más aristocrático.
Yo sonreí sin ganas. Me preguntaba que significaba este nuevo disfraz. Hacia dónde nos llevaría, en qué playa nos hallarían muertos, estaba hastiado, con las bolas por el suelo. Y se lo dije:
-       La concha de tu hermana, Jensen, quiero bajar de esta locura, por favor, esto ya dejó de ser gracioso…- tuve que carraspear, casi me ahogué.
-       Sentate, dijo. Y nos sentamos.
-       Ya todo terminó, mi querido Leo, aquí nos separamos…
Sentí que mi cara era de plastilina por la cantidad de gestos que hice en menos de un minuto. Me saltaron lágrimas, pero de alegría y de bronca; sonreía como un estúpido, me sentía pájaro, nube, mariposa, polen, y escuché que le dije: Gracias, Billy…
Jensen me abrazó y me dijo: Te quiero, muchacho y gracias…
Me desprendí de su abrazo y le respondí: Y yo a vos te odio, pedazo de hijo de perra, de pedo que estoy vivo y…
La mano de Billy Jensen me tapó la boca. Me pidió que lo siguiera hasta el baño, un inmundo baño de aeropuerto. Nos metimos en un privado. Jensen abrió el maletín metálico. Los fajos de dólares encandilaban, nuevitos, esmeraldas de papel.
-       Son tuyos, los merecés, Leo, te lo ganaste a lo James Bond.
-       ¿Cuánto es esto? –balbuceé hipnotizado ante El Gran Dios Norteamericano..
-       Sesenta mil dólares, todos tuyos.
-       Pero…
-       Shh!  Aquí tenés un pasaporte diplomático y un salvoconducto como consejero de la ONU en Asuntos Hemisféricos. Hasta llegar a Argentina te vas a llamar Robert Assadourián…No te pueden revisar ni una muela cariada.
-       ¿A qué hemisferio me dedico yo, por si me preguntan?
-       Elegí el que más te guste…Hablá de la tundra, del Mar Muerto, qué se yo, arreglátelas. ¡Ah! Y tomá.
La mano de Billy sostenía una American Express Centurion, la negra, la de gastos ilimitados, pero a mi nombre verdadero.
-       No, está bien ya, Billy, yo creo que todavía tengo en uso una del Credicoop.
Me miró como diciéndome vos siempre el mismo boludo.
-       Acompañame – me dijo. Parecía emocionado pero siempre fue un gran embustero.- Voy a embarcar, mi vuelo sale dentro de un rato, no te puedo decir hacia dónde voy porque hoy desaparezco para el mundo por siempre jamás.
Al colocar el primer pie en la escalera mecánica que lo llevaría al embarque, giró y me dijo mientras ascendía:
-       Esto es como si me estuviera llevando la Muerte…
Hice un silencio.
-       Salúdamela de mi parte – le dije, le di la espalda y me dolió el corazón.
  
                                      THE  END
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