lunes, 8 de septiembre de 2008

"El aura"




Director: Fabián Bielinsky.

Actores: Ricardo Darín, Alejandro Awada, Dolores Fonzi, etc.

Un fin de semana largo, en el sur, puede significar un tratado de paz, después de que la escisión entre los sueños y la cotidianeidad se abriera como una herida. Y en ese film experimental, «de transición», que es El Aura de Bielinsky, como todo el llamado Nuevo Cine Argentino, el personaje que representa Ricardo Darín abandona su melancólica rutina de taxidermista y, junto a su viejo amigo Sonntag se marcha al sur. Un fin de semana largo puede reparar el desgarramiento de su vida, piensa tal vez.
De todos modos, un escape también sirve para adelantar unos pasos, con los ojos cerrados: es una evasión que también puede resultar un viaje hacia dentro, una incursión hacia lo que definitivamente se es, hacia lo que se sueña con llegar a ser algún día.
Los recortes de notas policiales dan cuenta de lo que el personaje protagónico es de manera latente.
El Aura es un film críptico, también. Un film saturado de claves[1], que aparecen como motivos conductores (en el sentido wagneriano, es decir: como indicadores de recodos en los que la fatalidad distribuye sus marcas). Sonntag[2], se llama el amigo: y el domingo, justamente, de ese fin de semana largo, el protagonista encontrará su destino, lo elegirá y será elegido por él. Un film de claves que exige la tensión intelectual y el desciframiento permanente.
El tema de las claves también reaparece en la figura suplantada por el personaje de Darín. Después del segundo de tres ataques epilépticos que padece durante la cinta, elimina al viejo baqueano Dietrich, quien también albergaba en su interior la densidad de los proyectos vedados. Pero Dietrich significa ganzúa, y sus llaves le abren al protagonista (de cuyo nombre no interesa enterarnos) el mundo en el que éste había soñado con ingresar.
En cierto modo, el protagonista reemplaza a Dietrich y hasta podría decirse que lo re-encarna. Lleva sus llaves (su ganzúa), sus documentos, su teléfono celular, conoce hasta los entresijos de sus planes, se asocia a sus compañeros de aventuras, usa su camioneta, ambiciona a su mujer (una desganada y brava joven, personificada por Dolores Fonzi), y hasta es custodiado por su perro. El lobo estepario que él ya es, le granjea la compañía de aquel problemático animal, que también imita el modus vivendi de sus propietarios simbólicos, quienes han tenido que ganarse su derecho de amos.
Como vemos, un film críptico, un film de enigmas que nunca se esclarecen del todo (como esa carta que lee el protagonista, y de cuyo contenido tampoco importa que nos informen), un film psi, de exploración hacia dentro, de larga tradición en el nuevo y el viejo mundo. Un film que formula unas cuantas preguntas, a las que deja libradas a la lectura del espectador, de cada espectador: por ejemplo, qué tan protagónico es el papel jugado por ese fenómeno psiquiátrico que es el aura, en los hechos que se suceden… Transcribo la descripción que hace el protagonista sobre el aura:

Unos segundos antes yo ya sé que voy a tener un ataque. Hay un momento, un cambio… los médicos le dicen aura. De pronto las cosas cambian. Es como si el mundo se detuviera, se abriera una puerta en la cabeza que deja pasar cosas… ruidos, música, voces, imágenes, olores… Es horrible, y perfecto. Porque durante esos segundos sos libre. No hay opción. No hay alternativa. Nada para decidir. Todo se ajusta, se estrecha aún… Y uno se entrega.

Como el destino, el Aura resurge en tres momentos decisivos: en el inicio, antes de la famosa conversación con Sonntag en el banco; en el nudo, cuando «se entrega» a su nueva vida de fin de semana largo; y en el desenlace, cuando ya es lo que representa: el Hombre Ganzúa… ¿Es, entonces, El Aura, un film de tesis, con una idea determinista en el trasfondo?
Como espectador y como crítico, personalmente creo que no es exactamente un film de tesis. Sí pienso que es un cine para pocos, que se transforma en un cine en cierto modo elitizante. Es un cine que incomoda, que interroga, que pone en crisis.
Esto perturba, y deja como resultado una serie de inquietudes que hacen al sabor particular del producto. El personaje, actuado por el otro Darín de Bielinsky, no sólo no es un personaje querible, con el que podamos simpatizar; hasta resulta escasamente compadecible. Los tiempos del film, «europeos», lentos, adagio molto en la mayoría de los casos; la música, que generalmente difunde una maciza atmósfera introspectiva… Esas escenas en las que somos, junto con el protagonista, testigos-cómplices de lo que ocurre, ante lo que nada podemos hacer, sino observar y asombrarnos, del arrojo, de la violencia, de la codicia, de lo imprevisto, del horror…
No es cine comercial. Acá no representan los estereotipos un vertiginoso vaivén argumental. Es cine para pocos, es decir: para los que han recibido de parte del destino la posibilidad de acceder a sus claves, a la ganzúa que acecha tras el misterio que envuelve a los ingenuos.

[1] Clave significa literalmente llave, en latín.
[2] En alemán, siempre (aunque los rasgos del amigo recuerden más bien al judío). De todos modos puede pensarse que llamar al personaje fin de semana, o fin de semana largo, hubiera quedado muy inelegante –en cualquier idioma, incluso nórdico.

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