lunes, 21 de octubre de 2013

Saluda a la muerte de mi parte/24

Miguel Angel Molfino
SALUDA A LA MUERTE DE MI PARTE
Entrega N° 24
RESUMEN:  La narcofiesta en el rancho de El Chapo Guzmán se ve interrumpida por la llegada de un helicóptero de la marina mexicana. Sorpresivamente, de la nave desciende Billy Jensen custodiado por Tony y Quebrantahuesos. Leo Fariña lo saluda desde lejos. Jensen es llevado al interior de la mansión. Se arma una reunión que, al parecer, estaba planificada. Rato después, llega, rumboso, un grupo de la mafia china que también se une al cónclave. El Chapo, que lo lidera, echa a Leo Fariña y éste vuelve al jolgorio narco. Empero, algo lo ensombrecerá.

Surgiendo de la nada y en vuelo rasante, dos aviones Super Tucano A-29 astillaron el cielo. Tenían las insignias del ejército mexicano. Se alejaron y luego, enfilando sus trompas hacia el rancho, se descolgaron con un gemido atronador hasta que abrieron fuego con sus ametralladoras. Todos salimos disparados tratando de eludir la fila de proyectiles que se incrustaban en la tierra persiguiéndonos y levantando polvito. Ví caer a tres sicarios, uno con su inútil Colt dorado en mano. La orquesta corría campo traviesa. Me parapeté detrás de un aljibe que ya tenía escondidos a seis tipos desorbitados, muertos de miedo. El impacto de las balas contra el aljibe levantaba una cortina de polvo de cal y pedazos de ladrillos que llevaba a pensar que nuestro refugio no duraría mucho más en pie. Me paré, me llegué hasta un galpón de chapa gruesa y me zambullí detrás de unos containers. Recién allí alcancé a escuchar el griterío y los disparos, explosiones y ráfagas que, al parecer, ocurrían dentro de la mansión. Retrocediendo y con movimientos convulsos salieron tres personas por la puerta principal. Reconocí a Quebrantahuesos. Tenía el pecho ensangrentado. Los otros dos cayeron tomándose la cabeza. Desde mi distancia logré ver los enormes hoyos de sus heridas. Murieron retorciéndose. Quebrantahuesos se desplomó y murió tratando de no molestar más al mundo.
Los cazas se alejaron cielo afuera. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué sucedía en la casa del Chapo? Todos los cristales de las ventanas estaban hecho trizas y las cortinitas de encaje, desflecadas y salpicadas de sangre. Los fogonazos y el tiroteo salían de las ventanas y puertas: aquello era un infierno.
Las explosiones de las armas se fueron espaciando. Un grupo de cinco tipos salió huyendo por los fondos y subió a tres camionetas Lobo, disparaban hacia atrás aunque ya nadie respondía su fuego. Creí reconocer al Chapo Guzmán subiendo al vehículo estacionado en el medio. Llevaba un “cuerno de chivo” en su mano. Las tres camionetas salieron arando el pasto sin dejar de disparar. Pensé en Baygón, en Billy Jensen y en Elaine: estaban adentro de esa ratonera mortal. Uno de los chinos saltó por una de las ventanas, dio unos pasos y se derrumbó muerto. Desde mi perspectiva no podía entender la confusa batalla hasta que vi saliendo a un par de soldados de élite mexicanos arreando a Baygón. Cojeaba, llevaba las manos en alto y sangraba de un oído. La mansión, en pocos segundos, se vio rodeada de jeeps y carriers militares. Era una operación del ejército mexicano. Gritos y disparos al aire hacían temblar el final de la tarde. Una veintena de cuerpos, los alegres sicarios bailarines, se veían dispersos, muertos por la metralla de los aviones, con sus coloridas botas puestas y sus armas recamadas en oro. El humo aumentaba el calor reinante y ensombrecía la visión de la vivienda. En cualquier momento se acercarían hasta los containers, me hallarían y no me creerían un ápice de mi atrabiliaria odisea. Y tendrían toda la razón del mundo. Yo mismo no la podía creer.
Vi cuando sacaban el cuerpo acribillado de Tony en una sábana. ¿Billy habría muerto en el interior de la casa? En algún punto, todo aquello me lastimaba el corazón. Había vivido horas intensas y delirantes con la gente de Baygón; incluso, llegué a sentirme protegido por la banda. Decidí escaparme. El problema era hacia dónde. Tenía entendido que me rodeaba el desierto y dentro de tres, cuatro horas, la noche caería sin tregua. Y las temperaturas bajaban hasta los cinco grados bajo cero. Yo seguía vestido como un abogado caro aunque el traje se veía entalcado por la tierra suelta. O sea, moriría de hipotermia en menos de cuarenta minutos y los coyotes tendrían su cena medio dura pero bien conservada.
Los milicos iban y venían recogiendo armas o llevando a los camiones a los miembros de “Los Coyotes del Norte” mientras plañían y lloriqueaban, asustados. También traían heridos y me llamó la atención la brutalidad con la que los trataban. A mi indignación le sumé un inmenso miedo: esos tipos, si me agarraban, me cortarían en rodajas.
Fue cuando escuché el ruidito, parecía hecho por un juguete, un sonajero o algo así. Giré la cabeza y la vi. Era una víbora cascabel. Me observaba con sus ojos de piedra negra, movía su lenguita a una velocidad asombrosa, tiesa, tal vez, calculando el momento de atacar. Tragué saliva y busqué con la vista algún palo, fierro, algo que me sirviera para defenderme. Localicé el mango de un hacha. Sin hacha pero, algo era algo. Estiré el brazo para tomarlo y la cascabel irguió su cuello amarillo y negro y adelantó la cabeza. Metía miedo. Quedé paralizado, con el brazo extendido. Hizo sonar su cascabel, abrió la boca, adelantó sus colmillos y escupió veneno. Retrocedí. Un escalofrío metálico me cruzó la espalda, trastabillé y en ese descuido, la cascabel asestó su ataque. Sus colmillos rompieron la tela del pantalón pero no me tocaron. Yo me hallaba semicaído y por un instante quedé a merced de la serpiente. Ensanchó los carrillos, emitió un silbido, hizo sonar su cascabel, abrió la boca desmedidamente exhibiendo los largos y mortales colmillos. Y cuando se abalanzaba sobre mi pierna, una pesada piedra le aplastó la cabeza.
Levanté la vista y tambaléandose, con su pijama de seda empapado de sangre, allí estaba Billy Jensen. Había llegado como pudo y cayó de rodillas. Se lo veía bastante entero a pesar de una herida sangrante cerca de la cintura.  Me pidió silencio con un gesto y se escucharon los chirridos del cuero de unos borceguíes.

CONTINUARÁ…







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