lunes, 7 de octubre de 2013

Saluda a la muerte de mi parte/22

Miguel Angel Molfino
SALUDA A LA MUERTE DE MI PARTE
Entrega N° 22
RESUMEN: Los ajetreados días de Leo Fariña parecen no tener fin. La gente de Baygón, tras el breve tiroteo en el Hotel Condesa, lo lleva hasta un banco de inversión ubicado en un importante rascacielo y allí, oh sorpresa, le presentan al famoso Chapo Guzmán, el más temido barón de la droga de México. Insólitamente, Baygón invita a Leo a una boda de la cuñada del Chapo en Sinaloa. De inmediato, parten rumbo al norte en un helicóptero militar y custodiados por infantes de marina (sic).

Al caer la tarde llegamos a una hacienda llamada “Las Tinajas”, en Badiraguato, Sinaloa, región de la que es oriundo el Chapo Guzmán. Un polvoriento calor  y un viento enrojecido avisaban de la cercanía del desierto. Desde que atravesamos la entrada –un arco de medio punto de piedra parda y negra- fuimos recorriendo un camino asfaltado, erizado de guardias armados bajo las sombras escasas de los árboles. Al final del mismo nos aguardaba una mansión rodeada de autos carísimos y camionetas 4x4. Se escuchaban rancheras, detonaciones y gritos de júbilo. Un auténtico nido de narcos mexicanos, no lo podía creer.
El mismísimo Chapo nos recibió aunque en realidad fue al encuentro de Baygón y Ritter. A mí me miró con sus ojos de ciénaga y sonrió. Nos palparon de armas y nos sentaron a una mesa circular con manteles de papel colorinche. Nos sirvieron tequilas y rociaron la mesa de botellas de cerveza. La orquesta –alcancé a oir- eran “Los coyotes del Norte”, una banda de doce músicos vestidos con ropas vaqueras brillosas, amarillas y rojas. Parecían clones: morenos de naríz aguileña y bigotes, bajo las alas de sombreros texanos. El sol pegaba de costado y coloreaba de anaranjado  el aire caliente bajo el tinglado. Habría unos treinta tipos, todos armados con sus enormes Colt 45 dorados. Pero no había una sola mujer ni torta de bodas ni nada que indicara que allí se celebraría un casamiento. Prendí un cigarrillo, me cobijé en mi anonimato y pensé que si nadie se casaría, para qué demonios me trajeron hasta este santuario por el que la DEA daría la mitad del oro de Fort Knox. Tenía miedo, curiosidad, vértigo y dolor de cabeza. Se nos acercó un joven de tez grisácea y trabajada por la viruela, vestía ropas de charro y exhibía dos bellos Colt plateados de cachas de oro, colgando de un cinturón repujado con piedras preciosas. Traduje esos diminutos destellos a gramos de cocaína.
-       Ahorita les sirven la carne, amigos. Verán qué se come en Sinaloa, puritita carne de jabalí de Cacaxtla – Poseía una sonrisa blanca, pareja y maligna.
Baygón y Ritter charlaban entre sí ajenos siempre a mi presencia. Tal vez ya estaba muerto y que se sepa, a los muertos no se les habla. Tomé un trago de tequila y me ardieron hasta las uñas. Me zampé el resto como venía y el charro gris exclamó:
-       ¡Órale, cabrón! ¡Qué huevos tienes, pinche argentino! –y me sacudió un manotazo en la espalda.
Al rato me comentaron que le había caído en gracia a Santiago Orozco Loaeza, popularmente conocido como “La Puerca”, un sanguinario sicario que se había ganado el mote destazando rivales como puercos o chanchos.
Los corridos se sucedían, las letras cantaban hazañas del Chapo y, medio borrachos, algunos de sus muchachos se habían lanzado a  bailar a la pista entre ellos, a los gritos, golpes y algún que otro disparo al aire. Yo fumaba un cigarrillo tras otro y sudaba eliminando las cervezas que iba tomando mientras percibía que la viril fiesta juntaba lava y gases como un volcán a punto de reventar. El cóctel de tequila y calor también le ponían pólvora al guateque.
No probé bocado del jabalí, toda mi energía estaba enfocada a observar hasta los mínimos detalles de la peligrosa juerga, husmeando los cambios de ánimo y bajando el volumen de mis latidos: quería estar atento al momento en que se presentara la Muerte, para cualquiera de nosotros y, no estoy hablando de paranoia alguna pues se olía con gradual intensidad, el perfume de la tragedia. Algo iba a pasar y lo que fuera no era nada bueno.
Me sumí en un estado fugaz de contrición, me pregunté si había vivido a gusto y pensé que, mal o bien, había sacado un honroso empate. No era hora para lamentos, no sé por qué imaginé que las balas duelen menos cuando entran a un cuerpo satisfecho. Es cierto, no había tenido hijos pero, al menos, le dí de comer caviar, un par de veces, a mi corazón. Sólo esperaba con alguna ilusión asistir al show de luces que tantos vieron al final del camino. No sé para qué si después de atravesar la malla del resplandor, uno se funde en esa blancura para siempre. Es lo que uno ve en las películas. Después, como si todo fuera tan fácil, cuando todo haya pasado, bajan los créditos:
Starring:
Leo Fariña………… Leonardo Fariña
Etc., etc., etc.
Reparé en que Baygón y Ritter habían dejado la mesa y no se los veía por ningún lado. Prendí otro cigarrillo, suspiré, tomé un trago medio tibio de cerveza y eché una mirada sobre la misteriosa fiesta. Los bailarines habían levantado una cortina de polvo con los tacones de sus botas vaqueras. Los escuchaba gritar y escuchaba los corridos como lejanos,  en sordina, los fogonazos de los Colt 45 parecían banderitas de fuego y humo que desaparecían. Había algo final y funambulesco en esa juerga, como si la mano de Goya la estuviera dibujando. La inminencia cargaba el aire caliente, tomé la botella de tequila y me serví. Fue entonces cuando se escucharon las transmisiones de los Handy y unos tres guardias corrieron fuera de la escena acarreando sus AK 47.
CONTINUARÁ…









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