lunes, 31 de diciembre de 2012

La pluma asesina


REVISTA EL GUARDIAN > TINTA ROJA

TINTA ROJA






El periodista de policiales Vlado Taneski publicaba primicias insuperables en un diario de Macedonia. Nadie sabía tanto como él sobre una serie de crímenes. Pero su secreto era atroz: él era el homicida.

SÁBADO 28.04.2012 - EDICIÓN N ° 61


Escribe Javier Sinay
jsinay@elguardian.com.ar

Hay algo peor para un periodista que faltar a la verdad? Como si la pregunta brincara en su cabeza, Vlado Taneski escribió con vehemencia, poniéndose en riesgo para responder de un modo más o menos decoroso. Su pluma rodó por las páginas de Nova Makedonija, de Vreme, de Spic y de Utrinski Vesnik, entre otros diarios y revistas de la república de Macedonia. Taneski escribía sobre la vida cotidiana de la ciudad de Kiçevo, situada en el medio de las praderas donde alguna vez Aristóteles formuló su Ética. En ese escenario –reducido a un moderno pueblo triste–, el melancólico periodista se convirtió para los medios de Skopie, la capital, en un corresponsal ermitaño pero eficaz. Deportes, política y economía: nada de lo que ocurría en la ciudad le era ajeno. Ni siquiera el crimen –mucho menos, el crimen.

“El cadáver de Ljubica Lichoska fue encontrado en una bolsa de plástico en un basural. La autopsia demostró que se trató de una muerte violenta”, anotó Taneski en la edición del 5 de febrero de 2008 del Utrinski Vesnik. Los forenses señalaron que durante más de dos meses un asesino la había mantenido cautiva. En palabras de Vlado Taneski: una atrocidad. Pero ella no era la primera víctima. En enero de 2005 un chatarrero había encontrado sin vida a otra vieja, Mitra Siljanovska, a la que también habían mantenido cautiva durante dos meses, para luego ahorcarla con un cable. Y a eso había que agregar el caso de Gorica Pavlevska, otra anciana desaparecida en las calles de Kiçevo.

Envuelto en el drama, Vlado Taneski buscaba información en los pasillos policiales y en los tristes hogares de las víctimas, y despachaba sin parar crónicas de sangre y de misterio. Su ciudad estaba finalmente en el centro de la nación y él era el único –o, al menos, el mejor– para contar los hechos de primera mano. De alguna manera, los crímenes le habían dado su revancha a un hombre que después de ser un líder juvenil del comunismo, un incipiente poeta, un editor de Radio Kiçevo y un empleado del diario de mayor tirada, había sido despedido, acusado de plagio y señalado por los vecinos.

Sólo entonces, cuando Taneski pareció volver a vivir, comenzó su ruina. Un nuevo cuerpo, un cuarto cadáver, había sido encontrado. Era el de Zivana Temelkoska, de 65 años, y respondía el mismo patrón de violación, estrangulación y bolsa. Fue entonces cuando el tiempo de Taneski se acabó repentinamente: el 20 de junio de 2008 la policía golpeó su puerta. Los detectives tenían buenas razones para creer que los rastros de sangre hallados en los cadáveres pertenecían a él. Por otro lado, Taneski debía explicar por qué sus artículos contenían datos que sólo podían ser conocidos por el asesino y por la policía… y que la policía nunca había develado.

Y si Vlado Taneski las había matado y luego lo había escrito todo, ¿qué juicio merecía? ¿El de un perverso criminal o el de un periodista polémico? Para los criminalistas, el caso es apenas una anécdota. Y bostezan con el esquematismo de un asesino serial clásico, un tipo de inteligencia superior, conflictuado con su madre, insistente en sus sacrificios, regodeado en el dolor ajeno y acechado por una falta de ideas que el Doctor Lecter consideraría vergonzosa. El nudo de los homicidios, en cambio, está en el debate periodístico.

La ética de un periodista va en terreno gris cuando él mismo es noticia. Pero cada cual tiene su límite y el de Taneski parece haber sido la mentira, como si no hubiera estado dispuesto a engañar a su público… Y no lo engañó: informó, de hecho, que la última víctima había sido estrangulada con el mismo cable con el que sería maniatada. Y es que en este oficio, un pequeño dato puede ser la llave que abre la puerta más grande.

Sin embargo, del affaire Taneski se puede decir más. “Un periodista debe ser veraz y, sobre todo, debe mantenerse ajeno a lo que sucede para transmitir datos que existen fuera de sí y que serían de importancia para los demás”, considera Fernando Sánchez Zinny, un miembro de la Academia Nacional de Periodismo, que le impugna al macedonio su protagonismo. “Lejos de pecar de voyeur, Taneski es un perverso en acción que suministra material para esa suma de novelitas macabras espantaburgueses que constituye la razón de ser de las secciones policiales”. Las primeras formas del periodismo eran doctrinarias, pero Sánchez Zinny también niega que lo de Taneski tenga que ver con aquello. “¿Y si no es periodismo, qué es en realidad lo que ha escrito?”, se pregunta. “Podría tratarse de literatura, quizá como un esbozo del género de ‘memorias’: Taneski, así visto, andaría tras los pasos de Raskolnikov”.

Luego, si la verdad siempre está en juego, también vale la pena preguntarse con qué verdad se debería jugar. En ese sentido, Javier Darío Restrepo, el experto en ética de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), apunta que “al periodista no le basta decir la verdad de los hechos, que tiene un impacto social del que él es responsable. No la dice sólo por decirla, sino con una intencionalidad de beneficio a la sociedad, de ahí que las verdades de Taneski se convierten en trucos truculentos para acceder a la verdad de los hechos”.

Pero ni siquiera Raskolnikov –el desafortunado protagonista de Crimen y castigo, la novela de Fiódor Dostoievski– terminó tan mal como Taneski, que tres días después de ser detenido fue hallado sin vida en su celda, al lado de un balde de agua con el que se había ahogado. ¿Un suicidio? ¿Un nuevo crimen? El misterio nunca se aclaró. La policía dijo que el periodista-monstruo se había sentido humillado ante su comunidad, por lo que había decidido acabar para siempre con sus crímenes… y con sus crónicas.

“Más que un gran periodista, Vlado Taneski es un gran personaje novelesco”, propone ahora Jorge Fernández Díaz, secretario de redacción del diario La Nación y autor de varios libros exitosos (Las mujeres más solas del mundo es el último). “Tal vez era tan buen periodista que no pudo resistir usar sus conocimientos como asesino para darle más fuerza a sus crónicas. De ser así, su vanidad lo traicionó. Es interesante pensar entonces que el periodista le ganó al asesino. Y que resolvió los crímenes que él mismo había cometido. Pero si podemos bromear sobre el asunto es porque Macedonia nos parece un lugar mítico y lejano. Aquí es asesinada una mujer cada treinta horas. Si los asesinatos hubiesen ocurrido en el Tigre o en Lomas de Zamora no nos parecería una historia tan fascinante. Si Vlado fuera mi compañero de redacción no me parecería tan glamoroso. Me parecería simplemente un monstruo y alguien que le hace un daño catastrófico a mi castigado oficio. Dejémoslo lejos, en el terreno resbaloso entre la realidad y la ficción”.

 Fuente:http://elguardian.com.ar/nota/revista/620/la-pluma-asesina

viernes, 28 de diciembre de 2012

Historias a pura sangre


Por Ricardo Ragendorfer

Este libro contiene una recopilación de las notas publicadas por el autor en la sección Cosecha Roja de Caras y Caretas(julio 2005- diciembre 2006) y una recreación de imágenes y dibujos que hacen más impresionante estas historias.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Tipología del lector de policiales en Argentina

Por Mercedes Giuffré


1 Toda obra literaria se completa con la lectura. Por eso, nos preguntamos quién y cómo ha sido el receptor de nuestra literatura policial a lo largo del tiempo. No pretendemos confeccionar un catálogo de obras ni de autores, sino esbozar momentos clave en la evolución de la recepción y, de ese modo, configurar una imagen del lector.

2 Entre julio y agosto de 1877, por ejemplo, Raúl Waleis iniciaba la literatura policial en lengua castellana con la publicación, en el diario La Tribuna de Buenos Aires, de las 22 entregas de La huella del crimen. Waleis, anagrama de Luis V. Varela, era abogado y se declaraba discípulo del francés Émile Gaboriau. Al año siguiente publicó una continuación de la novela, llamada Clemencia. Ambas obras se encuadran en lo que se denominó la variante “judicial” del género, buscan probar una tesis (que siempre acaba en el cuestionamiento de las leyes imperantes), incluyen términos en otras lenguas, neologismos, mencionan las más altas tecnologías forenses y se ambientan en París, aunque hay en ellas una relación especular con el Río de la Plata.

3 ¿Estaban los lectores de ese diario familiarizados con los folletines franceses ? ¿ A quién iba destinada la novela ? ¿ Tuvo Waleis en cuenta a sus interlocutores empíricos ? A partir de entonces, existe, por pequeño que fuere, un conjunto de receptores que accederá también a los trabajos de Eduardo Holmberg, Paul Groussac y Horacio Quiroga, escritores que explorarán las posibilidades narrativas de un género en conformación y sin reglas claras todavía.

4 En los años subsiguientes, se hacen accesibles las traducciones de autores europeos (recordemos que la primera historia de Sherlock Holmes, en su lengua original, es diez años posterior a la de Waleis), conformándose lentamente un sector ávido que lee tanto los folletines locales como las historias que publican las revistas de circulación en quioscos, y se familiariza con diversos tipos de relato policial, en especial el que encontrará una magistral parodia en Seis problemas para don Isidro Parodi (1942), de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Esto es, la línea clásica, que viene a salvaguardar, en términos del propio Borges, el orden y la simetría. Con ellos, y a partir de la posterior colección que dirigirán ambos para la editorial Emecé, El Séptimo Círculo, lo policial se emparenta con un sector canónico de la literatura. El lector de esta rama del género se sentirá, por así decirlo, a salvo de toda sospecha en cuanto a su “buen gusto” (el mismo nombre de la colección, que remite a la Divina Comedia, prestigia el género y lo equipara con autores consagrados de la talla de Chéjov). Este nuevo lector, que adquirirá sus ejemplares en la librería, se perfila como una persona culta –lo suficientemente instruida para reconocer las mencionadas asociaciones o preocuparse por la “calidad narrativa”–, con un poder adquisitivo medio o alto, que busca en las obras una maestría formal, la combinación original de formulaciones prestablecidas y la perfección del enigma (aunque sin mayor correspondencia con la realidad y mucho menos cuestionando el orden establecido). Es un lector, digamos, que busca entretenerse involucrando su propia capacidad intelectual.

5 El quiosco y la librería se diferencian a partir de entonces como dos espacios de circulación que, en principio, apuntan a públicos diversos, aunque no es descabellado pensar que el amante del género adquiriese en ambos por igual su material de lectura. Proliferan las colecciones que se nutrirán de autores foráneos. Las revistas de interés general destinan una sección para este tipo de literatura y, a veces, escritores locales consagrados por la Academia (tal es el caso de David Viñas que publica en 1953 como Pedro Pago) exploran, amparados por el pseudónimo, las posibilidades de un nuevo discurso volcado hacia la crítica del sistema y con un interés por la cuestión local. En ellas el delincuente mismo es visto como una incógnita social y apuntan, por lo tanto, a lectores con interés por los sucesos policiales argentinos registrados en la prensa. Es decir, un lector que busca en la literatura algo vivo, con claros referentes en la vida cotidiana.

6 El mencionado año de 1953 parece ser un mojón en la evolución de nuestro policial local, porque es también el mismo en que Rodolfo Walsh publica su célebre prólogo a los Diez cuentos policiales argentinos, donde menciona a Borges y Bioy como iniciadores del género –omitiendo a Waleis– y también en el que ven la imprenta sus Variaciones en Rojo. Conviven desde hace tiempo revistas como Evasión y Serie Naranja, la primera en sintonía con El Séptimo Círculo y la segunda como un espacio de difusión de autores más vinculados con los inicios de la novela dura.

7 Nos interesa registrar, por entonces, dos imaginarios con repercusiones en los modos de leer. Porque el lector también se posiciona, elige y se vincula con lo que lee desde el lugar mismo de su adquisición. Cabe preguntarnos, por tanto, si así como existe una sujeción de los autores locales a las convenciones foráneas de escritura, puede decirse algo similar en el plano de la recepción. ¿ Es el lector un traductor de los modelos de lectura importados o espera de los autores nacionales algún tipo de originalidad más allá de las sujeciones ? Creemos lo segundo. De hecho, lo que se encuentra en los libros argentinos es un modo paródico de leer los cánones foráneos. O, incluso, y aquí esbozamos una suerte de respuesta, la necesidad de romper con los moldes predeterminados.

8 Con la publicación de Operación Masacre, Walsh inicia la literatura testimonial que abrirá las puertas a un importante giro literario. A partir de entonces, hay una escritura que se involucra con lo que sucede a nivel político y que requiere de un nuevo lector, comprometido con su tiempo. Las cosas, desde luego, no son fáciles para nadie durante los años duros.

9 Es en la post-dictadura que la Academia revaloriza las producciones de autores como Juan Martini, Osvaldo Soriano o Manuel Puig (quien había reivindicado al folletín y la novela policial de difusión masiva), entre otros, cuyos nombres comenzarán a circular entre los que nacimos en la década del setenta. Nuestro acercamiento a sus producciones será muy distinto del de sus primeros lectores. Se abrirá de este modo la posibilidad de pensar lo policial desde una perspectiva académica y, a la vez, respetuosa de los circuitos populares de circulación y sus modos de leer. Se estudiará en la facultad obras como Manual de Perdedores, de Juan Sasturain o Ni el tiro del final, de Juan Pablo Feinmann, que a la vez que parodian y homenajean al policial negro, establecen un diálogo con la realidad política de las épocas recientes.

10 En los años noventa y la primera década del siglo XXI, es común encontrar en las mesas de novedades de librerías obras de prestigiosos autores argentinos que trabajan con con ingredientes del policial. El discurso de este tipo de obras sirve para cuestionar la etapa menemista y seguir pensando las décadas anteriores. Se establece un diálogo con el lector que es distinto del que generaban los textos de la línea clásica. Aquél es generalmente, un hombre o mujer de mediana situación social, que ha sufrido las sucesivas crisis económicas y busca en la lectura algún tipo de reconocimiento (en el sentido griego del término) y a la vez un refugio, no como mera evasión sino como espacio de contención.

11 En la actualidad el discurso policial asiste, como la literatura en general, a la mezcla de géneros. Consultamos a varios lectores acerca de por qué siguen apostando por este tipo de lectura y casi todos mencionaron la palabra “desafío” en su respuesta. Sin embargo, es evidente que los policiales operan como catarsis de una realidad caótica y angustiante a nivel global (retomando así, paradójicamente, la idea borgeana del vínculo con la tragedia clásica). La dicotomía entre evasión y reflejo del mundo que antes se perfilaba como una oposición parece haber dejado de existir. Un fenómeno como el de la novela escandinava nos servirá de ejemplo : el lector busca con ella entretenerse pero a la vez accede a una descripción minuciosa de la operatividad mundial de mafias y organizaciones del crimen organizado que mueven la droga, el tráfico de personas, etc. El género está prestigiado y eso es un riesgo, pues puede caer en la autocomplacencia de las formas. Sin embargo, la buena noticia es que la mayoría de los escritores en Argentina no sigue el camino de la comodidad, sino que nuestro policial está constantemente en cambio, redefiniendo su discurso y también a sus lectores.

12 Más allá de las estrategias de venta y marketing, del negocio de las editoriales o de la cuestión del mercado, que no siempre pondera la calidad, la novela policial se ha establecido como un espacio de reflexión desprejuiciada sobre nuestra época. Y por ahí pasa el verdadero “desafío” como autores : en saber construir y mantener un colectivo de lectores críticos desde el punto de vista intelectual, social y/o político.

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Pour citer cet article

Référence électronique
Mercedes Giuffré, « Tipología del lector de policiales en Argentina », Amerika [En ligne], 7 |  2012, mis en ligne le 20 décembre 2012, Consulté le 24 décembre 2012. URL : http://amerika.revues.org/3417 ; DOI : 10.4000/amerika.3417
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Mercedes Giuffré
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viernes, 21 de diciembre de 2012

Ciencia Forense



Los detectives se valen de la lógica y la intuición para resolver casos,pero muchas veces con eso no basta.Necesitan la ayuda de los científicos.Los científicos forenses cuentan con una asombrosa variedad de técnica para descubrir al autor de un delito.
Este libro describe cómo se analizan distintos indicios,desde la sangre hasta las moscas,para detener incluso al más astuto de los delincuentes.
También encontrarás emocionantes relatos en cómic sobre crímenes auténticos,donde verás cómo los científicos han vencido a los criminales una y otra vez.  



jueves, 13 de diciembre de 2012

El Crimen casi perfecto


Por Roberto Arlt

La coartada de los tres hermanos de la suicida fue verificada. Ellos no habían mentido. El mayor, Juan, permaneció desde las cinco de la tarde hasta las doce de la noche (la señora Stevens se suicidó entre las siete y las diez de la noche) detenido en una comisaría por su participación imprudente en una accidente de tránsito. El segundo hermano, Esteban, se encontraba en el pueblo de Lister desde las seis de la tarde de aquel día hasta las nueve del siguiente, y, en cuanto al tercero, el doctor Pablo, no se había apartado ni un momento del laboratorio de análisis de leche de la Erpa Cía., donde estaba adjunto a la sección de dosificación de mantecas en las cremas.
Lo más curioso del caso es que aquel día los tres hermanos almorzaron con la suicida para festejar su cumpleaños, y ella, a su vez, en ningún momento dejó de traslucir su intención funesta. Comieron todos alegremente; luego, a las dos de la tarde, los hombres se retiraron.
Sus declaraciones coincidían en un todo con las de la antigua doméstica que servía hacía muchos años a la señora Stevens. Esta mujer, que dormía afuera del departamento, a las siete de la tarde se retiró a su casa. La última orden que recibió de la señora Stevens fue que le enviara por el portero un diario de la tarde. La criada se marchó; a las siete y diez el portero le entregó a la señora Stevens el diario pedido y el proceso de acción que ésta siguió antes de matarse se presume lógicamente así: la propietaria revisó las adiciones en las libretas donde llevaba anotadas las entradas y salidas de su contabilidad doméstica, porque las libretas se encontraban sobre la mesa del comedor con algunos gastos del día subrayados; luego se sirvió un vaso de agua con whisky, y en esta mezcla arrojó aproximadamente medio gramo de cianuro de potasio. A continuación se puso a leer el diario, bebió el veneno, y al sentirse morir trató de ponerse de pie y cayó sobre la alfombra. El periódico fue hallado entre sus dedos tremendamente contraídos.
Tal era la primera hipótesis que se desprendía del conjunto de cosas ordenadas pacíficamente en el interior del departamento pero, como se puede apreciar, este proceso de suicidio está cargado de absurdos psicológicos. Ninguno de los funcionarios que intervinimos en la investigación podíamos aceptar congruentemente que la señora Stevens se hubiese suicidado.
Sin embargo, únicamente la Stevens podía haber echado el cianuro en el vaso. El whisky no contenía veneno. El agua que se agregó al whisky también era pura. Podía presumirse que el veneno había sido depositado en el fondo o las paredes de la copa, pero el vaso utilizado por la suicida había sido retirado de un anaquel donde se hallaba una docena de vasos del mismo estilo; de manera que el presunto asesino no podía saber si la Stevens iba a utilizar éste o aquél. La oficina policial de química nos informó que ninguno de los vasos contenía veneno adherido a sus paredes.
El asunto no era fácil. Las primeras pruebas, pruebas mecánicas como las llamaba yo, nos inclinaban a aceptar que la viuda se había quitado la vida por su propia mano, pero la evidencia de que ella estaba distraída leyendo un periódico cuando la sorprendió la muerte transformaba en disparatada la prueba mecánica del suicidio.
Tal era la situación técnica del caso cuando yo fui designado por mis superiores para continuar ocupándome de él. En cuanto a los informes de nuestro gabinete de análisis, no cabían dudas.
Únicamente en el vaso, donde la señora Stevens había bebido, se encontraba veneno. El agua y el whisky de las botellas eran completamente inofensivos. Por otra parte, la declaración del portero era terminante; nadie había visitado a la señora Stevens después que él le alcanzó el periódico; de manera que si yo, después de algunas investigaciones superficiales, hubiera cerrado el sumario informando de un suicidio comprobado, mis superiores no hubiesen podido objetar palabra. Sin embargo, para mí cerrar el sumario significaba confesarme fracasado. La señora Stevens había sido asesinada, y había un indicio que lo comprobaba: ¿dónde se hallaba el envase que contenía el veneno antes de que ella lo arrojara en su bebida?
Por más que nosotros revisáramos el departamento, no nos fue posible descubrir la caja, el sobre o el frasco que contuvo el tóxico. Aquel indicio resultaba extraordinariamente sugestivo.
Además había otro: los hermanos de la muerta eran tres bribones.
Los tres, en menos de diez años, habían despilfarrado los bienes que heredaron de sus padres. Actualmente sus medios de vida no eran del todo satisfactorios.
Juan trabajaba como ayudante de un procurador especializado en divorcios. Su conducta resultó más de una vez sospechosa y lindante con la presunción de un chantaje. Esteban era corredor de seguros y había asegurado a su hermana en una gruesa suma a su favor; en cuanto a Pablo, trabajaba de veterinario, pero estaba descalificado por la Justicia e inhabilitado para ejercer su profesión, convicto de haber dopado caballos. Para no morirse de hambre ingresó en la industria lechera, se ocupaba de los análisis.
Tales eran los hermanos de la señora Stevens. En cuanto a ésta, había enviudado tres veces.
El día del “suicidio” cumplió 68 años; pero era una mujer extraordinariamente conservada, gruesa, robusta, enérgica, con el cabello totalmente renegrido. Podía aspirar a casarse una cuarta vez y manejaba su casa alegremente y con puño duro. Aficionada a los placeres de la mesa, su despensa estaba provista de vinos y comestibles, y no cabe duda de que sin aquel “accidente” la viuda hubiera vivido cien años. Suponer que una mujer de ese carácter era capaz de suicidarse, es desconocer la naturaleza humana. Su muerte beneficiaba a cada uno de los tres hermanos con doscientos treinta mil pesos.
La criada de la muerta era una mujer casi estúpida, y utilizada por aquélla en las labores groseras de la casa. Ahora estaba prácticamente aterrorizada al verse engranada en un procedimiento judicial.
El cadáver fue descubierto por el portero y la sirvienta a las siete de la mañana, hora en que ésta, no pudiendo abrir la puerta porque las hojas estaban aseguradas por dentro con cadenas de acero, llamó en su auxilio al encargado de la casa. A las once de la mañana, como creo haber dicho anteriormente, estaban en nuestro poder los informes del laboratorio de análisis, a las tres de la tarde abandonaba yo la habitación donde quedaba detenida la sirvienta, con una idea brincando en mi imaginación: ¿y si alguien había entrado en el departamento de la viuda rompiendo un vidrio de la ventana y colocando otro después que volcó el veneno en el vaso? Era una fantasía de novela policial, pero convenía verificar la hipótesis.
Salí decepcionado del departamento. Mi conjetura era absolutamente disparatada: la masilla solidificada no revelaba mudanza alguna.
Eché a caminar sin prisa. El “suicidio” de la señora Stevens me preocupaba (diré una enormidad) no policialmente, sino deportivamente. 
Yo estaba en presencia de un asesino sagacísimo, posiblemente uno de los tres hermanos que había utilizado un recurso simple y complicado, pero imposible de presumir en la nitidez de aquel vacío.
Absorbido en mis cavilaciones, entré en un café, y tan identificado estaba en mis conjeturas, que yo, que nunca bebo bebidas alcohólicas, automáticamente pedí un whisky. ¿Cuánto tiempo permaneció el whisky servido frente a mis ojos? No lo sé; pero de pronto mis ojos vieron el vaso de whisky, la garrafa de agua y un plato con trozos de hielo. Atónito quedé mirando el conjunto aquel. De pronto una idea alumbró mi curiosidad, llamé al camarero, le pagué la bebida que no había tomado, subí apresuradamente a un automóvil y me dirigí a la casa de la sirvienta. Una hipótesis daba grandes saltos en mi cerebro. Entré en la habitación donde estaba detenida, me senté frente a ella y le dije:
- Míreme bien y fíjese en lo que me va a contestar: la señora Stevens, ¿tomaba el whisky con hielo o sin hielo?
-Con hielo, señor.
-¿Dónde compraba el hielo?
- No lo compraba, señor. En casa había una heladera pequeña que lo fabricaba en pancitos. –
Y la criada casi iluminada prosiguió, a pesar de su estupidez.- Ahora que me acuerdo, la heladera, hasta ayer, que vino el señor Pablo, estaba descompuesta. Él se encargó de arreglarla en un momento.
Una hora después nos encontrábamos en el departamento de la suicida con el químico de nuestra oficina de análisis, el técnico retiró el agua que se encontraba en el depósito congelador de la heladera y varios pancitos de hielo. El químico inició la operación destinada a revelar la presencia del tóxico, y a los pocos minutos pudo manifestarnos: - El agua está envenenada y los panes de este hielo están fabricados con agua envenenada.

Nos miramos jubilosamente. El misterio estaba desentrañado. Ahora era un juego reconstruir el crimen. El doctor Pablo, al reparar el fusible de la heladera (defecto que localizó el técnico) arrojó en el depósito congelador una cantidad de cianuro disuelto. Después, ignorante de lo que aguardaba, la señora Stevens preparó un whisky; del depósito retiró un pancito de hielo (lo cual explicaba que el plato con hielo disuelto se encontrara sobre la mesa), el cual, al desleírse en el alcohol, lo envenenó poderosamente debido a su alta concentración. Sin imaginarse que la muerte la aguardaba en su vicio, la señora Stevens se puso a leer el periódico, hasta que juzgando el whisky suficientemente enfriado, bebió un sorbo. Los efectos no se hicieron esperar.
No quedaba sino ir en busca del veterinario. Inútilmente lo aguardamos en su casa. Ignoraban dónde se encontraba. Del laboratorio donde trabajaba nos informaron que llegaría a las diez de la noche.
A las once, yo, mi superior y el juez nos presentamos en el laboratorio de la Erpa. El doctor Pablo, en cuanto nos vio comparecer en grupo, levantó el brazo como si quisiera anatemizar nuestras investigaciones, abrió la boca y se desplomó inerte junto a la mesa de mármol.
Había muerto de un síncope. En su armario se encontraba un frasco de veneno. Fue el asesino más ingenioso que conocí.


viernes, 7 de diciembre de 2012

Quién es quién/2


Cuando se detiene a un sospechoso  hay que llevarlo a juicio por el delito,que ha cometido .Los científicos forenses pueden desempeñar un papel importante,pero hay muchas otras personas que participan en un juicio.

El acusado: Es la persona acusada del crimen. En algunos juzgados hay para ellos un  lugar especial llamado el banquillo. En otros, se sientan junto al abogado.

Los abogados: Son los que presentan las pruebas para demostrar que un acusado es culpable o inocente del delito. El que defiende al acusado es el abogado defensor, y el que intenta demostrar su culpa es el fiscal

Los peritos: Son científicos o expertos que han examinado alguna prueba crucial para el caso. En el juicio estos expertos explican al juez y al jurado lo que han descubierto y lo que significa.

El juez de instrucción: si muere una persona en circunstancia sospechosas, se llama al juez de instrucción este juez trabaja con médicos forenses, la policía y los testigos en una investigación que se llama la fase de Instrucción. En ella determinara si ha habido indicios de delito.

El juez: Es la persona a cargo del juicio  Tiene el poder de decidir si las pruebas presentadas son bastante solidas para ser utilizadas. En algunos juicios también es el que decide si el acusado es culpable o inocente.

El jurado: Algunos juicios debe definirlo un jurado de personas que no saben nada sobre el crimen. 
El jurado tiene que considerar las pruebas que se presentan y las declaraciones de los testigos. 
Luego sopesa todos los argumentos y decide si el acusado es culpable o inocente.

Fuente:Ciencia Forense

viernes, 30 de noviembre de 2012

Quién es quién/1



En una investigación criminal participan muchas personas. Según hayan sido afectadas por el crimen o según el trabajo que realicen para resolverlo, reciben distintos nombres. Esta sección explica la función de cada implicado y muestra cómo participan los científicos.

Víctima
Todos los crímenes hacen daño a alguien .Esa persona es la víctima, ya sea el delito un simple robo o un espantoso asesinato.
Sospechoso
Si la policía cree saber quien cometió el crimen, esa persona pasa a ser el sospechoso. Se puede detener a los sospechosos y mantenerlos en prisión un corto tiempo .pero hay que tratarlos como si fueran inocentes hasta que se demuestre su culpabilidad.

Testigo
Un testigo es cualquiera que haya visto u oído algo que tenga relación con un delito. Puede ayudar a la policía a averiguar lo sucedido. A veces los testigos se convierten en sospechosos, sobre todo si descubren que mienten.

Policía

La policía es la encargada de resolver  el crimen. El inspector de policía que esté a cargo del caso debe interpretar las pruebas para resolverlo. Otros agentes protegen la escena  del crimen buscan a los testigos y detienen  a los sospechosos para que los interroguen los inspectores.
Investigador de la escena del crimen
En algunos países son los CSI (Investigadores del escenario del crimen).Su trabajo consiste en inspeccionar la escena del crimen buscando pruebas. Toman fotos y muestras para enviar a los laboratorios. En España y otros países esta labor la realiza la policía científica.

Científico forense

Los científicos que se dedican a examinar y estudiar las pruebas, para ayudar a la policía o los abogados, desarrollan una labor forense. Algunos científicos se especializan en este campo y trabajan en laboratorios de criminología.

Fuente:Ciencia Forense

viernes, 23 de noviembre de 2012

La pesquisa


Por Juan José Saer

Relato fascinante,aguda reflexión sobre la racionalidad,el crimen y la locura,La pesquisa es la gran novela policial de Juan José Saer.
Pichón Garay,el conocido personaje de otros libros de Saer,narra durante una cena con amigos en su región natal,el misterioso caso de un hombre que en París se dedica a asesinar ancianas y que es perseguido implacablemente por la policía.La historia se entrelaza con con el descubrimiento de un enigmático manuscrito,cuya búsqueda desemboca en un largo viaje en lancha por un río sin orillas.Lucidamente,Saer le hace un guiño a sus lectores cuando pone en boca del narrador aquello que es la premisa básica de su escritura:...por el solo hecho de existir,todo relato es verídico,y si se quiere extraer de él  algún sentido,basta tener en cuenta que,para obtener la forma que le es propia,a veces le hace falta operar,gracias a sus propiedades elásticas cierta comprensión,algunos desplazamientos, y no pocos retoques en la iconografía".
Irónica,sorprendente,inquietante en el planteo sobre qué es el "progreso" y qué es la "barbarie",la pesquisa confirma que Juan José Saer es uno de los narradores más importantes de la literatura argentina contemporánea.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Rodolfo Walsh



Rodolfo Walsh
Nació en 1927 en la localidad de Choele-Choel, provincia de Río Negro. Fue escritor, periodista, traductor y asesor de colecciones. Su obra recorre especialmente el género policial, periodístico y testimonial, con celebradas obras como Operación Masacre y Quién mató a Rosendo. Walsh es para muchos el paradigmático producto de una tensión resuelta: la establecida entre el intelectual y la política, la ficción y el compromiso revolucionario. El 25 de marzo de 1977 un pelotón especializado emboscó a Rodolfo Walsh en calles de Buenos Aires con el objetivo de aprehenderlo vivo. Walsh, militante revolucionario, se resistió, hirió y fue herido a su vez de muerte. Su cuerpo nunca apareció. El día anterior había escrito lo que sería su última palabra pública: la Carta Abierta a la Junta Militar.(Fuente:http://www.literatura.org/Walsh/Walsh.html)

viernes, 9 de noviembre de 2012

El cartero llama dos veces



Por James Cain

Cora accedió a desquitarse de una vida de humillaciones casándose con Nick. Pero la llegada de Frank a la fonda, propiedad del matrimonio, aviva las ganas de liberarse de su marido. Los amantes idean un “accidente” para que Nick muera. Pero las cosas no fueron tan sencillas: la cantidad de intereses creados en el caso golpea y debilita la confianza  mutua de la flamante pareja.
El cartero llama dos veces es un clásico de la obra de Cain, autor que le pone al género policial el sello propio de la dureza implacable. La novela fue llevada al cine en dos oportunidades: en 1946,con Lana Turner en el papel de Cora y en 1981,con Jack Nicholson Jessica Lange como protagonistas.

“Cora estaba allí, vestida con un quimono rojo. Estaba pálida como una muerta y me miraba fijamente, empuñando un largo y afilado cuchillo. Cuando habló, lo hizo con un murmullo que parecía el silbido de una víbora” 

jueves, 1 de noviembre de 2012

Dos mil quinientos años de literatura policial

Por Rodolfo Walsh

El comienzo de la literatura policial suele situarse, con acuerdo casi unánime, en los cinco relatos del género que entre 1840 y 1845 escribió Edgar Allan Poe. Sin embargo es posible demostrar que la totalidad de los elementos esenciales de la ficción policíaca se hallan dispersos en la literatura de épocas anteriores, y que en algún caso aislado ese tipo de narración cristalizó en forma perfecta antes de Poe. "El arte de atormentarse a sí mismo", dice Dorothy Sayers, "es antiguo y tiene una larga y honorable tradición literaria". Los primeros relatos policiales bien caracterizados son bíblicos. Aparecen en el Libro de Daniel (capítulos XIII y XIV). En uno de ellos, Daniel prueba la inocencia de Susana, acusada de adulterio por los ancianos, interrogándolos separadamente y haciéndolos incurrir en contradicción. En el otro, demuestra que los sacerdotes del templo de Bel roban de noche las ofrendas dejadas ante el ídolo. Para ello cubre de cenizas el piso del templo, y a la mañana siguiente aparecen las huellas de los culpables. En verdad, Daniel es el primer "detective" de la historia, y tiene muchos puntos de contacto con los modernos héroes de la no vela policial. Como ellos, es capaz de salir airoso de situaciones que serían fatales para el común de los hombres: el horno encendido, el foso de los leones. Como ellos, descifra escrituras enigmáticas, "declara sueños, desata preguntas, suelta dudas". Y en los episodios que hemos mencionado quedan establecidos, por obra suya, tres elementos muy importantes de la novela policial: la confrontación de testigos, la clásica trampa para descubrir al delincuente y la interpretación de indicios materiales. No son éstos los únicos antecedentes que nos ha dejado la antigüedad. La fingida locura de Ulises desenmascarada por Palamedes; Aquiles disfrazado entre las mujeres de Sciros y el expediente que sirvió para descubrirlo; la historia del rey Rampsinitos, que refiere Herodoto y que modernamente retomó Theodore Dreiser; y por fin algunas fábulas esopianas constituyen el aporte de los griegos. Entre los romanos, Virgilio se anticipó a Conan Doyle en el libro VIII de la Eneida. El villano es Caco, mitad hombre, mitad bestia, que habita una cueva en cuyo piso humea la sangre de las recientes matanzas, y en cuyas puertas insolentes cuelgan pálidos rostros de hombres, manchados de sangre. El héroe es Hércules, a quien el inveterado ladrón roba cuatro vacas y cuatro toros, tirándolos de la cola para que sus huellas parezcan alejarse de la cueva. Veinte siglos más tarde el tema reaparece en uno de los cuentos donde interviene Sherlock Holmes: The White Priory Murders. De Cicerón merecen citarse algunos pasajes del tratado De Divinatione, y sobre todo su discurso Pro Sexto Roscio, antecedente perfecto e inimitable de la novela que podríamos llamar "judicial" porque su acción se desarrolla en los estrados judiciales y gira en torno a los esfuerzos de un abogado criminalista por salvar a un inocente acusado de un crimen. La fórmula cui bono?, tema permanente de esa pieza oratoria, es uno de los ejes en torno a los cuales se mueven las ficciones detectivescas contemporáneas. Al eclipse de las letras y la artes que sucedió a la disolución del Imperio Romano no pudo escapar ciertamente un género que se hallaba apenas en embrión. Volvemos a encontrarlo, más o menos disimulado, en episodios de la Gesta Romanorum, de los fabliaux y el Roman de Renart, del Conde Lucanor, de los Canterbury Tales, del Decamerón, de Las Mil y Una Noches y, por fin, del Zadig. Historiadores de la literatura policial, franceses como Fosca, ingleses como D. Sayers, lanzan un sus piro de alivio cuando después de efectuar la travesía anterior, salteando algunas etapas intermedias, arriban a ese pequeño islote de la ficción policial que es el Zadig. En efecto, allí parece encontrarse, ya bien avanzada la época moderna, el primer eslabón de la cadena que conduce sin tropiezos a Godwin, a Hawthorne, a Poe, a Dickens, a Collins, a los contemporáneos. Sin embargo, hay dos relatos anteriores al Zadig que pueden figurar con honra en la historia de la literatura policial. El primero procede del Popol Vuh, escrito hacia 1550 en idioma quiché y caracteres latinos, por autor anónimo, sobre la base de antiguas tradiciones o de un texto anterior, desaparecido. Fue transcripto y traducido a comienzos del siglo XVIII por Fray Francisco Jiménez, y la historia que nos ocupa figura en el capítulo VII de la primera parte, según la división efectuada por Brasseur. Merece ser recordada: el gigante Zipacná se baña a la orilla de un río cuando ve pasar a cuatrocientos guerreros que llevan un gran tronco. Les ofrece ayuda y carga el tronco sobre sus espaldas. Celosos de su fuerza, los cuatro cientos guerreros deciden matarlo. Le piden que cave un pozo y que cuando sea suficientemente hondo les avise. Desconfiado, Zipacná abre una excavación lateral y se guarece en ella antes de dar la señal convenida. No bien lo hace, los cuatrocientos lanzan el tronco al fondo del pozo y oyen un grito. "Está muerto", dicen. "Mañana las hormigas traerán sus restos a la superficie." Zipacná, seguro en su refugio, los oye. Se corta las uñas, se corta los cabellos, y las hormigas los llevan a la superficie. Los cuatrocientos celebran su muerte, se embriagan y duermen. El gigante sale de su escondite y los aniquila... Este Matías Pascal rudimentario y vengativo no revela menor astucia que algunos de sus sucesores contemporáneos. El segundo de los relatos a que hemos aludido proviene del Quijote, más precisamente del capítulo XLV de la segunda parte. Es la memorable aventura del viejo del báculo. Ante Sancho Panza, gobernador de la ínsula, comparecen dos ancianos. Uno dice haber prestado al otro diez escudos de oro. El otro, el portador del báculo, niega haberlos recibido, y en todo caso está dispuesto a jurar que los ha devuelto. Dispónelo así el gobernador, "y el viejo del báculo dio el báculo al otro viejo, que se lo tuviese en tanto que juraba, como si le embarazara mucho." Pronunciado el juramento, se resigna el acreedor a la pérdida, atribuyéndola a olvido suyo, y se marcha el deudor con su báculo. Sancho Panza medita unos instantes, luego hace llamar nuevamente al viejo del báculo, se lo pide y lo entrega al otro, diciéndole: "—Andad con Dios, que ya vais pagado. "— ¿Yo, señor? —respondió el viejo—, ¿pues vale esta cañaheja diez escudos de oro? "—Sí —dijo el gobernador—, o si no, yo soy el mayor porro del mundo... "Y mandó que allí delante de todos se rompiese y abriese la caña. Hízose así, y en el corazón de ella hallaron diez escudos en oro... Preguntáronle de dónde había colegido que en aquella cañaheja estaban aquellos diez escudos, y respondió que, de haber le visto dar, el viejo que juraba a su contrario aquel báculo en tanto que hacía el juramento, y jurar que se los había dado real y verdaderamente, y que en acabando de jurar le tornó a pedir el báculo, le vino a la imaginación que dentro de él estaba la paga de lo que pedía...". Conviene retener algunos pasajes de esta historia, singularmente aquel que dice: "Visto lo cual Sancho... inclinó la cabeza sobre el pecho, y poniéndose el índice de la mano derecha sobre las cejas y las narices es tuvo como pensativo un pequeño espacio y luego alzó la cabeza y mandó que le llamasen al viejo del báculo...". Este es un instante casi mágico en la historia de la novela policial, porque el labriego de la Mancha está anunciando con tres siglos de anticipación al más grande de los "detectives", no sólo en sus deducciones, sino casi en sus mismos gestos. Veamos, en efecto, una de las tantas descripciones que de los momentos de reflexión de Sherlock Holmes nos hace Conan Doyle: "Sherlock Holmes estuvo silencioso unos minutos, con las yemas de los dedos juntas y la mirada clavada en el cielo raso... ". Otra coincidencia: es sabido que a menudo Holmes no formula directamente la solución de un enigma, sino por medio de una proposición elíptica y oscura que sólo adquiere su sentido cuando él mismo la aclara. Ese tipo de declaraciones paradójicas ha sido bautizado con el nombre de sherlockismo. Pero, ¿qué otra cosa que un sherlockismo —el más brillante de los sherlockismos— son esas palabras de Sancho al entregar el báculo al acreedor: "Andad con Dios, que ya vais pagado"? En cuando al resorte fundamental de la historia del báculo —su argumento— no es difícil advertir que es esencialmente idéntico al de un cuento que hasta ahora se ha considerado como uno de los sillares de la moderna novela policial: The Purloined Letter. Como en la obra de Poe, la historia del báculo gira en torno a un objeto robado. Como en la obra de Poe, ese objeto está oculto en el lugar más evidente. Principio que podría servir de moraleja a quienes han tratado de hallar en Voltaire al precursor inmediato de la novela policial.

Fuente: Walsh, Rodolfo (1987): Cuentos para tahúres y otros relatos policiales, Buenos Aires, Puntosur, págs. 163-168.

viernes, 26 de octubre de 2012

Delincuente Argentino




Por Ernesto Mallo 

El fin de la dictuadura y el advenimiento de la democracia. Asesinos y ladrones, policías y militares se siguen cruzando en un teatro en donde buenos y malos redefinen sus roles en el país que se viene. El "Perro" Lascano se recupera de las heridas que recibió en un enfrentamiento con el grupo de tareas del mayor Giribaldi. Lo perdió todo: su casa, su trabajo como comisario de la Federal y a Eva, el amor de su vida, que debió exiliarse. Decidido a partir en su busca, acepta un "trabajo" que le proveerá el dinero necesario para encarar el viaje: tiene que dar con el "Topo" Miranda, un delincuente a la antigua que robó dinero "negro" de un banco. En esta nueva historia de su saga, el comisario Lascano deberá enfrentarse con policías mezclados en el negocio de la droga, se encontrará frente a frente con el temible Giribaldi y establecerá una relación íntima con el ladrón que persigue. Los sucesos narrados en Delincuente argentino cobran dimensión real sostenidos en un registro verosímil a prueba de todo. Con el dominio del género policial ya demostrado en su trabajo anterior, La aguja en el pajar, Ernesto Mallo, entrega una novela ajustada, llena de intriga, pasión y peligro, que atrapa al lector desde la primera hasta la última línea.

viernes, 19 de octubre de 2012

Delitos



Hay muchas clases de delito.Aquí encontrarás una lista.En los libros de leyes los delitos se definen con mucho más detalle.

Allanamiento de morada: Entrar sin permiso en una casa ajena.

Asesinato: Matar a una persona con la intención de hacerlo.

Atraco: Robo con violencia o intimidación.

Chantaje: Pedir dinero a una persona a amenazando con revelar algún secreto en público.

Falsificación: Producir objetos falsos,tales como obras de arte,dinero o alguna firma.

Fraude: Robar dinero a base de mentiras.

Homicidio:Matar a una persona por accidente o en defensa propia.

Incendio premeditado: Provocar un incendio a propósito con el fin de causar daños.

Robo: Llevarse algo que pertenece a otra persona.

Secuestro: Llevarse a una persona para pedir dinero por su rescate.

Terrorismo: Matar gente o poner bombas para provocar miedo ,a menudo por razones políticas.

Fuente: "Ciencia Forense"Por Alex Frith

viernes, 12 de octubre de 2012

Científicos forenses




Entomólogo:Estudia los insectos.

Experto en balística:Examina indicios que dejan las balas y las armas.

Experto en dendrocronología: Busca pistas ocultas en los objetos de madera.

Experto en documentos:Analiza pistas de la caligrafía,la tinta y el papel.

Experto en palinología:Estudia el polen de árboles y plantas.

Hematólogo:Analiza la sangre y el ADN.

Odontologo:Busca pistas en los dientes y marcas de mordeduras.

Psicólogo:Estudia la mente y crea prefiles de personalidad.

Químico:Estudia residuos de sustancias químicas,como gases sospechosos en el lugar de un incendio o una explosión.

Toxicólogo: Busca y analiza restos de veneno.

Fuente: "Ciencia Forense"Por Alex Frith


martes, 9 de octubre de 2012

Monstruos Perfectos







Por Miguel Ángel Molfino

Lugar:Estero del Muerto,un pueblito perdido de Chaco.Luego de que el matrimonio Hort fuera asesinado en equívocas circunstancias,el joven Miroslavo,una vez que entierra a sus padres en el fondo de la chacra familiar abandona su hogar y sale sin rumbo a recorrer los caminos de una geografía dura y desesperanzada.En esa deriva azaroza,conocerá a Hansen,un recio veterano del hampa,quizás también un ex agente de Inteligencia,que se hará cargo de la educación criminal del joven Miroslavo .Una historia que alterna sin respiro la vida de personajes complejos con episodios de armas y delitos .Monstruos Perfectos es entre otras cosas,la consagración de un mundo que se parecey no se parece a la realidad,un mundo del que ya se podía disfrutar en los excelentes cuentos y poemas de Molfino.La primera y magistral novela de un autor al que Mempo Giardinelli definiera como el más norteamericano de los escritores argentinos,y el que menos se desespera por serlo.

jueves, 4 de octubre de 2012

Ciencia Forense


Glosario

En este libro hay muchas palabra que se utilizan al hablar de un delito ,de detenciones y de juicios.Con este glosario podrás averiguar lo que significan.

Acelerante: Cualquier producto químico que pueda provocar fuegos y explosiones con rapidez.

ADN:El compuesto químico que hace única a cada persona.

Armas de fuego:Armas que disparan proyectiles a gran velocidad como las pistolas.

Balística:El estudio de la trayectoria de las balas,así como el análisis de las balas.

Base de datos:Una larga lista,sobre todo en ordenadores.

Descompuesto:Cuando un cadáver ha sido devorado por los insectos solo quedan los huesos.

Diatomeas:Criaturas microscópicas que viven en el agua.

Estriaciones: Marcas en una bala usada.

Estriado:Los surcos del cañon de un arma.

Fulminante:Compuesto químico que explota al recibir el golpe.

Inflamable :Cualquier cosa que arda con facilidad.

Investigación criminal:El examen de las pruebas para intentar resolver un crimen.

Juicio:Proceso en el que un juez o jurado declara a una persona culpable o inocente.

Latente:Describe las pruebas difíciles de encontrar.Se suele revelar usando sprays químicos o luces especiales.

Perfil:El informe de una persona donde se describen distintas características como el ADN o su personalidad.

Polígrafo:Una máquina que mide las reacciones del cuerpo,también llamada “detector de mentiras”.

Propulsor:Cualquier sustancia química usada para disparar una bala en un arma.

Prueba:Cualquier cosa relacionada con el delito que pueda utilizarse en una investigación o juicio.

Prueba fragmentario:Fragmentos encontrados en el escenario de un crimen que puedan relacionarse con fragmentos encontrados en un sospechoso.

Residuos:Rastros de sustancias químicas.

Revisión:Un juicio que cambia un veredicto antiguo,a menudo gracias a pruebas nuevas.

Sentencia:Castigo que se impone a la persona que declaran culpable en un juicio.
Veredicto:El resultado del juicio ,decidido por un juez o un jurado.

Fuente: "Ciencia Forense"Por Alex Frith

martes, 2 de octubre de 2012

El Petiso Orejudo: primer asesino serial argentino






Crónicas rojas / 10 crímenes argentinos

Comenzó a matar siendo un adolescente. Sus víctimas eran niños indefensos. El de Cayetano Santos Godino es el caso más escalofriante de los que registran los anales policiales del país. Aquí, su historia, reconstruida por Alvaro Abós, en la segunda entrega de la serie

Por Alvaro Abos

Un día de 1906, el empleado municipal Fiore Godino entró en la comisaría décima, en la calle Urquiza 550, y a los gritos clamó ayuda para controlar a su propio hijo, Cayetano Santos Godino, de sólo 9 años:

–¡Señor comisario, yo no puedo con él! Es imposible dominarlo. Rompe a pedradas los vidrios de los vecinos, les pega a los chicos del barrio… Y si lo encierro en casa es peor. Se pone como loco. El otro día encontré una caja de zapatos. Había matado a los canarios del patio, les había arrancado los ojos y las plumas y me los dejó en la caja, al lado de mi cama…

El comisario fue a buscar a Cayetano al conventillo de la calle 24 de Noviembre 623, donde vivían entonces los Godino, y se lo envió al juez. Tras una reprimenda, fue devuelto a sus padres. Como no mejoraba, en 1908 lo encerraron en un reformatorio de Marcos Paz. Iba a pasar allí tres años, pero no sirvió de nada.

Cayetano Santos Godino comenzó a matar y a quemar en un raid criminal como la ciudad jamás había visto. Buenos Aires celebraba con grandes fastos el centenario de la patria. La ciudad era una fiesta, pero algunos comensales no habían sido invitados. Entre ellos, Cayetano Santos Godino, que quedó en la historia criminal argentina –y en la mitología negra de Buenos Aires– como "El Petiso Orejudo".

Fiore Godino y Lucia Ruffo, dos campesinos sardos, habían llegado en 1884 a Buenos Aires. Eran analfabetos y huían de la pobreza, pero también de una tragedia personal: el hijo primogénito, también Cayetano, había muerto de una afección cardíaca a los diez meses de edad. Después, los Godino tuvieron una hija, Josefa, con la que emprendieron la travesía, y en Buenos Aires les nacieron nueve hijos más. Al último, que vio la luz en 1896 en el conventillo de Deán Funes 1158, lo bautizaron Cayetano, como al muertito.

La vida de los Godino no fue fácil; no sólo porque l’América ya estaba hecha, sino por las desventuras de Fiore. El padre de Cayetano era sifilítico y alcohólico, aunque se las arreglaba para ir tirando, hasta que finalmente consiguió un trabajo de farolero (encendía el fuego en los faroles de alumbrado). Cayetano era un chico frágil: enfermó de enteritis a los pocos años y creció raquítico. Peor les fue a algunos de sus hermanos, como Antonio, que era epiléptico. Cuando Fiore llegaba a casa –las dos piezas del conventillo donde la familia habitaba– les propinaba feroces palizas a Lucía y a sus hijos. Cayetano fue a varias escuelas, pero duraba poco: lo expulsaron seis veces y nadie le enseñó a leer. Cuando fue revisado por los médicos, éstos contaron 27 cicatrices en la cabeza provocadas por las palizas del padre y de su hermano Antonio.

A los siete años, Cayetano era tan bajo y menudo que parecía de cuatro. Lo llamaban "El Oreja" o "El Petiso Orejudo" porque sus apéndices auditivos eran grandes y apantallados. A los 8 cometió su primera fechoría. Tomó de la mano a un niño de 21 meses y lo llevó a un baldío donde comenzó a pegarle en la cabeza con una piedra. Al pequeño Miguel de Paoli lo salvó el vigilante de la esquina, que llevó al agresor a la comisaría. El padre tuvo que ir a buscarlo y todo quedó como una pelea de chicos. ¿Quién podía pensar que en ese incidente comenzaba su carrera el mayor asesino serial y pirómano nunca conocido en el sur de América?

No se sabe qué sucedió durante los tres años que Cayetano pasó en la colonia penal de Marcos Paz, salvo que varias veces intentó fugarse. Pero a fines de 1911 mandaron a Cayetano a casa para que pasara la Navidad en familia.

La niña en llamas
El año siguiente, 1912, iba a ser un año lleno de acontecimientos, en la Argentina y en el mundo. Se hundió el Titanic en el Atlántico norte y en algunos cabarets de Buenos Aires comenzó a actuar un dúo de tangueros: el cantor Carlos Gardel y su guitarrista José Razzano. Pero para muchos porteños aquel 1912 quedó en la memoria como un año atroz, porque fue cuando un fantasma recorrió Buenos Aires dejando una huella de sangre…

El 25 de enero de 1912 se encontró, en una casa vacía de Pavón 1541, el cadáver de Arturo Laurora, de 13 años, golpeado y estrangulado.

A las seis de la tarde del 7 de marzo de 1912, una niña de 5 años llamada Reina Bonita Vainicoff, hija de inmigrantes judíos que vivían en la avenida Entre Ríos 522, miraba la vidriera de una zapatería. De pronto, sin que nadie atinara a darse cuenta cómo, el vestido blanco de Reina Bonita, lleno de volados y puntillas, comenzó a arder. Alguien le había tirado un fósforo. A pesar de los gritos desgarradores de la niña en llamas, y de que un policía se tiró sobre ella para apagar el fuego con el cuerpo, no pudo ser salvada. Reina Bonita, con quemaduras múltiples, murió 16 días más tarde. La tragedia se ensañó con la familia Vainicoff: el abuelo, al ver que su nieta ardía, cruzó la avenida Entre Ríos sin mirar y lo mató un auto.

El 16 de julio de ese mismo año, Cayetano incendió un corralón en Garay al 3100. En septiembre, mientras trabajaba como mandadero en unos almacenes del barrio, acuchilló a un caballo en los establos de Chiclana al 3300. Dos días después prendió fuego a la estación de tranvías de la Compañía Anglo, que tenía entrada por Estados Unidos y por Carlos Calvo. El 8 de noviembre de 1912, y en un descuido de sus padres, desapareció el niño Roberto Carmelo Russo, de dos años y medio, quien jugaba con su hermanito mayor en la vereda de Carlos Calvo al 3800. Minutos más tarde, un vigilante rescató a Roberto Carmelo en un baldío. Lo habían maniatado con un piolín. Junto a él estaba un muchacho menudo y de orejas apantalladas: alegó que acababa de descubrir a Robertito y estaba desatándolo.

Durante ese mes de noviembre, otros extraños sucesos conmovieron al barrio: alguien incendió un galpón de azulejos en la calle Carlos Calvo y Carmen Ghittoni, de tres años, fue golpeada en un baldío de Chiclana y Deán Funes. El vigilante llegó corriendo y sólo avistó de lejos al agresor, que huía. Cuatro días después, Catalina Neolener, de cinco años, sufrió un ataque similar en el umbral de su casa, en Directorio 78. Pero todo se iba a precipitar el día de la tragedia, el martes 3 de diciembre de 1912.

Un chico llamado Jesualdo
Pocos lugares habría más tranquilos que aquella cuadra de la calle Progreso (hoy Pedro Echagüe) entre Jujuy y Catamarca. Esa mañana, la señora María Giordano abrió la puerta de calle y miró al cielo. Estaba nublado y bochornoso, pero no parecía que fuera a llover. Dirigiéndose a su hijo Jesualdo, un gordito de tres años y medio que llevaba una pelota colorada bajo el brazo, le recomendó:

–Quedate jugando en la vereda, Jesualdito, pero no crucés.

Fue lo último que le dijo. Cuando volvió a verlo, su hijo estaba muerto. La tarde del 3 de diciembre Jesualdo fue encontrado en un basural conocido como la quinta Moreno, donde funcionaba antes el horno de ladrillos de la fábrica La Americana. Lo habían estrangulado con trece vueltas de un piolín que se le hundió en el cuello. Como no terminaba de morir, el homicida le perforó la sien derecha con un clavo de cuatro pulgadas, al que golpeó con una piedra hasta que la punta salió por el otro parietal. Luego tapó el cuerpito con chapas de cinc y se fue tranquilamente a su casa.

El horroroso crimen de Jesualdo Giordano hizo explotar a la ciudad. El conventillo de Progreso 2585, en el que vivían los Giordano, se colmó de vecinos indignados. Según la crónica del diario La Prensa, la policía sabía perfectamente quién era el asesino: sospechaban hacía tiempo de Godino, aunque no tenían pruebas. Quizá no se animaban a proclamar que un niño fuese el culpable de esos crímenes que la opinión pública adjudicaba a siniestras organizaciones criminales como la Mano Negra, dedicadas a secuestrar chicos.

"El Oreja", con inconsciencia, parecía provocar al mundo. Durante la reconstrucción del crimen de Jesualdo, Godino fue visto entre el gentío que llenaba la quinta Moreno. También fue al velorio, y hasta algunos dijeron que se mostró compungido al acercarse al féretro blanco y tocar la cabecita con mano trémula. Se sabe que compró un ejemplar del diario y se hizo leer la crónica de los hechos (era analfabeto). Luego recortó la noticia y se la guardó.

Los vecinos que declararon ante la policía coincidieron: poco antes del hecho, habían visto pasar al pequeño Jesualdo de la mano con Godino. "El Oreja" fue detenido la noche del 5 de diciembre. Los diarios revelaron los detalles de la confesión del "Petiso", que habló durante varias horas.

Loco moral
El proceso a Cayetano Santos Godino se prolongó por dos años, durante los cuales "El Petiso" fue recluido en el Hospicio de las Mercedes. Las más importantes figuras de la psiquiatría criminal concurrían para examinar al reo y comprobar cómo era aquel ser al que la prensa calificaba de fiera humana. Muchas voces reclamaron que se lo condenara a la pena capital, que entonces estaba en vigencia para delitos como el homicidio, aunque no podía aplicarse a menores. ¿Pero podía llamársele niño al "Petiso", aunque su partida de nacimiento dijera que sólo tenía 15 años?

Godino fue procesado por tres homicidios (los de los niños Arturo Laurora, Reina Bonita Vainicoff y Jesualdo Giordano) y once agresiones. ¿Cometió otros crímenes? El proceso nunca lo esclareció. Se dijo con insistencia que "El Oreja" habría matado a otros niños, por ejemplo la pequeña María Rosa Face, una nena perdida que nunca apareció ni viva ni muerta y cuyos padres regresaron a Italia. También al niño Lautaro Marchi, que sin embargo no figura en el expediente criminal.

No había mucho que discutir en el proceso a Cayetano Santos Godino, asesino y pirómano confeso. Para el doctor Domingo Cabred, célebre alienista y director del Hospicio, Cayetano era un "imbécil", o bien un "loco moral": su degeneración provenía de la falta de afectos, la limitación de su inteligencia y su impulsividad mórbida. "Tiene conciencia y memoria del impulso destructor", sostenían los dictámenes, pero era un "degenerado hereditario", y ello explicaba su sadismo.

Godino era examinado como un cobayo; en el diagnóstico, se destacaban sus características físicas: la escasa talla (1,51 metros), la cabeza pequeña (microsomía); la extensión de sus brazos, que abiertos alcanzaban una envergadura de 1,85 metros; sus orejas desmesuradas y en asa, su miseria física y la desmesura de su órgano sexual. Todo conducía a una conclusión: Godino estaba predestinado al crimen.

El doctor Cabred sostuvo este diálogo con "El Oreja":

–¿Es usted un muchacho desgraciado o feliz?

–Feliz.

–¿No siente usted remordimientos por lo que ha hecho?

–No entiendo.

–¿Piensa que será castigado por sus delitos?

–He oído que me condenarán a veinte años de cárcel y que si no fuera menor me pegarían un tiro.

¿Qué pasaba por la mente de Godino cuando cometía sus crímenes? Según sus palabras, una fuerza ingobernable lo dominaba, el dolor le partía el cráneo y ese sufrimiento sólo se aliviaba golpeando, matando. Sin embargo, todos los exámenes descartaron que padeciera epilepsia.

–¿Por qué incendiaba las casas? –preguntaba Cabred.

–Porque me gusta ver trabajar a los bomberos. Cuando ellos llegaban, yo colaboraba trayéndoles baldes de agua.

–¿Y robar?

–He probado, no me gusta.

Godino fue condenado en 1914 a la pena de penitenciaría perpetua, que era irredimible. El juez lo envió a la Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras, donde podía ser aislado en una celda. Allí pasó varios años. Aprendió a leer y escribir, a sumar y restar.

En 1923 se inauguró en Ushuaia un presidio de máxima seguridad. Se la llamó "la cárcel del fin del mundo". Godino, severamente custodiado y engrillado, fue trasladado a ella en el transporte Chaco.

Los gatitos muertos
En 1933, José María Soiza Reilly, periodista y escritor muy popular, entrevistó a Cayetano Santos Godino en la celda que ocupaba, la número 90. Por esa entrevista, publicada en la revista Caras y Caretas, el público se enteró de que Godino había matado a dos gatitos que eran las mascotas de los presos, y que por ello le habían propinado una feroz paliza. También contaba que en una de las primeras operaciones de cirugía estética que se habían hecho en el país le habían achatado las orejas, esas orejas aladas que según algunos eran la causa de su maldad. La operación fue auspiciada por el gobierno, que envió un equipo médico y un fotógrafo a Ushuaia.

Cayetano Santos Godino nunca recuperó su libertad. Según el certificado de defunción, "El Petiso Orejudo" falleció el 15 de noviembre de 1944 por una hemorragia interna causada por gastritis avanzada. ¿Murió de una paliza que le propinaron los presos? Cuenta la leyenda que, cuando el penal fue clausurado, en 1947, los huesos de nuestro primer asesino serial no pudieron ser hallados en el camposanto del lugar. En cambio, la esposa del último director tenía un pisapapeles con el fémur de Cayetano Santos Godino.


* El autor es escritor. Publicó más de veinte libros en diversos géneros: novela, cuento, biografía, ensayo y crónica. Entre ellos, Xul Solar, pintor del misterio y Macedonio Fernández - La biografía imposible. Colabora con La Nacion y El País, de Madrid

Fuentes: "El petiso orejudo" (1994), de María Moreno y "Orejas aladas", de Leonel Contreras (2000), reeditado en 2003 con el título "La leyenda del Petiso Orejudo".

http://www.lanacion.com.ar/771827-el-petiso-orejudo-primer-asesino-serial-argentino