lunes, 18 de febrero de 2013

Plata quemada


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TINTA ROJA

Plata quemada
El asesinato del ingeniero bioquímico Diego Becerra dejó al descubierto la desmedida ambición criminal de una banda de poca monta. Lo prendieron fuego vivo para robarle dinero, comieron asado y fueron a bailar.

SÁBADO 18.02.2012 - EDICIÓN N ° 52


Escribe Nacho Ramírez

El ingeniero bioquímico Diego Iván Becerra tenía lo que podía llamarse una vida feliz. Iba a casarse con su novia y pensaba pagar la fiesta con una indemnización que había cobrado. Había conseguido trabajo en una empresa que explotaba un yacimiento de bentonita y los fines de semana viajaba a Malargüe, Mendoza, para visitar a su familia y a su futura mujer. Tenía 28 años y vivía en Neuquén. Lo último que se supo de él es que el sábado 20 de octubre de 2007 salió de la casa que alquilaba en el barrio Don Bosco y nunca volvió.

En la casa de sus padres esperaron su llamado. Era el Día de la Madre y era imposible que Diego no hubiese dado señales de vida. Al otro día hicieron la denuncia. Y la familia recibió otra mala noticia: a la misteriosa desaparición de Diego, se sumó un hallazgo que no daba esperanzas de encontrarlo con vida. Por la madrugada, un policía que hacía servicio adicional alerta que un  Fiat Uno blanco se prendía fuego en un canal de riego, a unos 400 metros del hipódromo neuquino.

Las pericias demostraron que el incendio se habría originado en el asiento delantero del vehículo de la víctima. El cuerpo del joven seguía sin aparecer. Se lo había tragado la tierra. Cinco días después llegó el peor de los finales. El 26 de octubre se encontró su cuerpo. Estaba a metros del kilómetro 25 de la ruta 151, cerca del ingreso al yacimiento petrolero Lindero Atravesado. Lo habían encontrado después de 20 allanamientos.

El cadáver quemado estaba semienterrado a 40 centímetros de profundidad en un pozo a medio tapar en un campo de arbustos, jarillas y una gran meseta. Según los forenses, fue brutalmente golpeado, torturado y ahorcado con un cable el mismo día que desapareció. La autopsia realizada por el reconocido forense Carlos Losada, jefe del gabinete Forense del Poder Judicial, concluyó que los asesinos se ensañaron con la víctima. “El asesinato fue brutal y sin misericordia, lo cometieron criminales torpes que tuvieron la oportunidad de retroceder y dejarlo con vida, pero no lo hicieron”, sentenció el forense.

La víctima feneció por asfixia mecánica y dos violentos ataques de estrangulamiento. Los últimos momentos de Diego fueron sangrientos y temibles: con los pies y manos atados con alambre fue calcinado vivo en pleno momento de agonía. Imaginar su muerte era lo más parecido al horror: una clara radiografía de sus verdugos y de la lucha desesperada de Diego para evitar, en vano, su inminente muerte. Su cara estaba desfigurada. Tenía quemaduras en todo su cuerpo, sobre todo en los dedos y en los pies. Los forenses creen que para evitar su identificación lo prendieron fuego vivo.

La investigación logró determinar que los matadores tenían un plan rústico y burdo: robarle la tarjeta de débito para sacarle los cuatro mil dólares que la víctima tenía por haber sido indemnizado en su anterior empleo. Era el dinero que iba a usar para la fiesta de casamiento y la luna de miel.

Los detectives detuvieron a Lino Manuel Rodríguez, de 21 años, y Nicolás Saso, de 18, que fueron los desprolijos y despiadados asesinos. La noche del crimen, antes y después del ataque de furia homicida, los chacales neuquinos pasaron por la casa de un joven para organizar una cena. Los malandras dejaron la casa para ir a comprar supuestamente carne. El asesinato estaba planeado burdamente. Luego del macabro homicidio los malhechores actuaron con sangre fría, como si no hubiese pasado nada: comieron asado en un boliche y se fueron a dormir cometiendo la torpeza de dejar un bolso con elementos personales de la víctima.

Antes de matar, contactaron a personas para hacer desaparecer el cuerpo a cambio de un porcentaje del botín como hicieron los asesinos de la película Pulp Fiction, de Tarantino. En una escena de ese film de culto, unos killers llaman a un tipo pesado que les ayuda a deshacerse de un cuerpo y a limpiar la sangrienta escena del crimen. Pero los pistoleros de Neuquén no tenían esa logística. Cometieron errores. Uno de ellos fue usar el celular de la víctima, y vendieron el  estéreo a un precio menor a 400 pesos. También le pidieron una pala a un vecino que declaró tiempo después. La herramienta había sido encontrada en el Fiat Uno quemado.

Según los jueces de la Primera Cámara en lo Criminal de Neuquén, al dictar la sentencia condenatoria de 2008, quedó acreditado que Rodríguez fue hasta la casa de Becerra acompañado por David Chávez. Sabían que Becerra había cobrado una indemnización porque eran compañeros de trabajo. Los homicidas le exigieron la tarjeta de débito y lo agarraron del cuello. Becerra tomó un cuchillo y le cortó la cara a Rodríguez. Chávez lo desarmó, Rodríguez siguió apretándole el cuello a la víctima hasta que se desvaneció.

Luego de inmovilizarlo lo subieron al coche de la víctima hasta el descampado de la Planicie Banderita: Becerra seguía vivo. Cavaron un pozo, tiraron a Becerra, tiraron nafta y prendieron un fósforo. Después lo enterraron a medias. Los jueces del caso concluyeron que Rodríguez estranguló a la víctima hasta dejarla en estado de agonía para luego rociarla con nafta.

Rodríguez fue condenado en diciembre de 2008 a prisión perpetua, al encontrarlo culpable de homicidio con alevosía en concurso real con robo simple agravado, calificación prevista en el artículo 80 inciso 2 del Código Penal.

Saso se quebró y confesó en los alegatos. Igualmente fue condenado a 15 años de prisión por ser partícipe secundario del hecho. El tercer joven, Chávez, fue juzgado en un segundo juicio: fue declarado penalmente responsable del delito de homicidio doblemente calificado por alevosía y criminis causa, en calidad de partícipe necesario. Saso reconoció claramente ante el tribunal que Chávez también participó antes y después del homicidio.

La familia de Diego Becerra, desolada, espera que la Justicia revea en casación el fallo que no condenó a Chávez, por entonces menor de edad. La querella solicitó cadena perpetua y aunque la Justicia lo encontró responsable de haber participado en el asesinato, no se aplicó penas pese a que quedó demostrado en el expediente su activa participación en el atroz crimen del ingeniero.

“Tuvo una participación protagónica no sólo en el ocultamiento posterior, sino en la coautoría del homicidio”, sostuvo el abogado de la querella, Marcelo Hertzriken Velasco al inicio del juicio. Para la familia de Becerra, Chávez merecía un castigo mayor, teniendo en cuenta la crueldad y la ferocidad de las acciones perpetradas por los chacales de Neuquén que luego de matar comieron asado y bailaron a sangre fría. Como si nada.

Fuente:http://elguardian.com.ar/nota/revista/470/plata-quemada
  

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