lunes, 25 de febrero de 2013

La peor bestia de todas




El segundo mayor asesino serial de la historia podría quedar en libertad en 2015


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TINTA ROJA

El colombiano Luis Alfredo Garavito Cubillos es uno de los más perversos asesinos seriales del mundo. La policía sospecha que mató a más de 200 niños. Se hacía pasar por linyera, lisiado, monje o benefactor de asociaciones solidarias. Está preso y podría salir en libertad. La historia de un hombre que al matar se mató a sí mismo.

VIERNES 22.02.2013 - EDICIÓN N ° 106


Escribe Pablo Berisso
pberisso@elguardian.com.ar

El sol acariciaba las calles de una diminuta localidad de la ciudad colombiana de Tuján. Dentro del local de videojuegos, los niños concentraban toda su atención en la partida. Un pequeño de 11 años perdió su última ficha y se retiró. Su nombre, Ronald Delgado. Un pequeño muy inteligente y estudioso. Se subió a su bicicleta y, cuando iba a su casa, un hombre con muletas se le acercó, lo engatusó y se alejaron juntos. Nunca más volvió a su hogar.

Luego de caminar un buen rato, el hombre rengo –que hacía unos días había llegado a la ciudad– comenzó su macabro trabajo. Ató al niño, lo desnudó y abusó de él. Mientras tanto, lo golpeaba, pateaba e insultaba con rudeza en la cara, el estómago y las costillas. Los llantos del pequeño se perdían en la inmensidad de la desolación del lugar. Antes de irse, el hombre deslizó el filo de su cuchillo sobre la garganta del chico hasta decapitarlo. El segundo mayor asesino serial de la historia, el colombiano Luis Alfredo Garavito Cubillos, culminaba la obra macabra por la que hoy está cumpliendo una condena. Aunque para él, Ronald apenas fue uno más entre los más de 170 niños por los que la Justicia colombiana lo sigue investigando.

“La mayoría de las heridas que tenía (Ronald) eran de arma blanca con hoja delgada (un cuchillo cualquiera). Estaba muy golpeado y todas las heridas fueron vitales. El niño estaba vivo cuando se las propinaron, incluso la herida de la decapitación era vital”, relató la médica forense que realizó la autopsia, María Eugenia Botero, a la revista Gatopardo. Una descripción que se repite en cada uno de los 114 cuerpos encontrados, una fracción de los 142 que confesó “La Bestia” haber asesinado (en realidad se calcula que mató a cerca de 200), y por los que el 30 de octubre de 1999 la Justicia lo condenó a 52 años de prisión.

La infancia que le tocó vivir a Garavito no es muy diferente a la del resto de los asesinos seriales del mundo. Nació el 25 de enero de 1957 en Génova Quindío, un pequeño municipio colombiano de unos 10 mil habitantes. Es el mayor de siete hermanos. Desde pequeño se vio obligado a convivir con los reiterados maltratos de su padre, quién más de una vez arrastró de los pelos por la casa a su madre. “Me pegaban y nadie me quería”, llegó a confesar Garavito. Por su rebeldía, el padre lo echó de su casa varias veces. La última, a los 16, cuando se fue para nunca más volver.

A los 12 años fue abusado sexualmente por dos hombres, uno muy amigo de su padre, y, unos años más tarde, por un cura. Pero –asegura– jamás por su padre. Para los investigadores, los abusos habrían marcado duramente la vida de Garavito. Quizás, esa infancia tan cruda fue la que lo llevó a tomar la decisión de que sus víctimas tuvieran entre 6 y 16 años de edad.

Su vida continuó su curso. Terminó la escuela primaria en el Instituto Agrícola de Ceilán, en las cercanías del valle de Tuluá, y luego realizó algunos estudios de mercado. La Bestia Garavito, también conocido como “Alfredo Salazar”, “Bonifacio Morera Liscano”, “el loco”, “tribilín”, “Goofy”, “conflicto”, “el cura”, “el sacerdote”, intentó llevar una vida normal. Consiguió trabajo como ayudante en una caja de compensación, luego fue empleado en una cadena de almacenes, fue panadero, tuvo una heladería, administró restoranes y bares. Pero con la llegada del alcohol a su vida todo cambió. Se convirtió en alcohólico y sus explosiones de ira lo llevaban a golpear a sus compañeros y a enfrentarse con sus jefes. El resultado: buscarse la vida en la calle. Allí se despertó la bestia.

Cuando se vio dominado por el alcohol y sintió que su vida se derrumbaba, acudió en busca de ayuda profesional. Recibió un tratamiento psicológico durante cinco años en una clínica en Manizales. Pero, al poco tiempo de salir, la bestia se despertó con más fura y comenzó sus crueles matanzas.

Garavito comenzó a hacerse pasar por vendedor ambulante, monje, indigente, discapacitado y representante de fundaciones ficticias a favor de niños y ancianos. Se enfocó en niños en situación de vulnerabilidad social (pobres, de la calle, abandonados o maltratados) y en 1992 inició su carrera criminal. En apenas siete años confesó haber cometido 142 crímenes (aunque se estipula que el número asciende a 200).

Los cuerpos policiales de 11 departamentos colombianos tuvieron que ver los cuerpos de algunos de sus niños desmembrados, abusados y brutalmente golpeados. Departamentos completamente tranquilos en los que no solía pasar mucho más que alguna pelea de borrachos se encontraron ante el accionar de un macabro psicópata que, según declaró, actuaba poseído. “Sentía un impulso. Los hechos sucedían de repente. Lo hacía sin querer”, aseguró Garavito. Sostuvo ante la Justicia que no veía la forma de salirse y que cada vez que ingería licor se transformaba todo su ser. “Cada vez que yo tomaba me daba por ir a buscar a un niño, hacerle lo que a mí me hicieron y luego matarlo”, declaró.

Como todo asesino serial, actuaba siempre dentro de los mismos patrones. Frecuentaba parques infantiles, centros deportivos, terminales de transporte, mercados y barrios marginales. Buscaba niños de entre 6 y 16 años, de bajo nivel socioeconómico, pero que para él fueran agradables físicamente. Una vez ubicada su víctima, se acercaba a ella, se presentaba, le hablaba, se ganaba su confianza, les ofrecía bebidas, dinero y los invitaba a caminar hacia sitios despoblados. Llegó a ofrecerle a dos niños dos mil pesos para que le ayudaran a buscar una vaca perdida. Siempre usaba excusas tentadoras que para chicos en extrema pobreza significaban conseguir algunas monedas.

Una vez cooptada la víctima, el asesino ataba a los niños, los desnudaba y manoseaba –mientras los pequeños rompían en llanto–. Los golpeaba, les pateaba el estómago, el pecho, la espalda y la cara; les rompía las manos a pisotones; les daba puñetazos en los riñones y les saltaba encima para romperles las costillas, mientras los estrangulaba.

Tras abusar sexualmente de sus pequeñas víctimas, sacaba un cuchillo y los mutilaba: amputaba dedos y manos, les sacaba ojos, cercenaba orejas, mutilaba sus genitales. Por último, les cortaba las cabezas. En muchos de los casos se descubrió que los cortes y mutilaciones los realizaba mientras los niños estaban con vida.

Hoy, pasa sus días en la cárcel de máxima seguridad de la ciudad de Valledupar. Hoy, con 56 años, se convirtió al cristianismo y dice sentir que ya pagó. “Pedí perdón a Dios y a las víctimas, y he cumplido por lo que cometí con creces”, asegura. Se describe como un “campesino humilde”, y al mismo tiempo se compara con Hitler y Borges. Según sus abogados, este macabro personaje podría ver la libertad en 2015. De los 172 casos por los que se lo investiga, 132 tienen fallo condenatorio, que sumados dan un total de 1853 años y nueve días de prisión. Pero para la Justicia local las penas no son acumulables, sino que toman la más alta. Así y todo, por las reducción de años que se le otorgan a los detenidos por estudiar y por tener un buen comportamiento, Garavito podría salir al cumplir un tercio de la condena. Los profesionales que lo analizaron aseguran que al salir volverá a matar. Por eso, con Garavito en la calle, los niños colombianos estarán en manos de Dios. O, mejor dicho, a merced de “La Bestia”.

Fuente:http://elguardian.com.ar/nota/revista/1128/la-peor-bestia-de-todas


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