lunes, 26 de agosto de 2013

Saluda a la muerte de mi parte/17

Miguel Angel Molfino
SALUDA A LA MUERTE DE MI PARTE
17° Entrega

RESUMEN: Leo Fariña es dejado como cebo por el FBI en un gran shopping. Un tipo le entrega una carta. La abre. Es de Billy Jensen, le pide que se deje acompañar por una gente hasta donde él se encuentra. Al salir del centro comercial, se desata un tiroteo infernal. El FBI lo salva y huyen en una camioneta. Leo Fariña es herido en un brazo y se desmaya en plena fuga.

Un sablazo de luz me despabiló. El resplandor que llovía sobre el ventanal era blanco, muy blanco, cegador. Benita terminaba de vendarme la herida y retiraba de mis narices sus senos asfixiados por un escote rojo. Tony y Quebrantahuesos me observaban con una sonrisa.
- Fue sólo un raspón, Fariña, hoy no es tu último día.- Tony fumaba suavemente.
Algo murmuró el urso mexicano y se retiró. La habitación era un rectángulo azul cobalto y yo estaba despatarrado sobre una cama enorme. Benita me acercó un whisky, me erguí, el dolor me paralizó el brazo y caminé hasta la gran sala. Me senté en el sofá amarillo y el primer sorbo me recorrió el esófago como un aluvión de lava. Los dos  yanquis de la ATF armaban dos AK47. Prendí un cigarrillo. No me acostumbraba a esta nueva vida. Vivir en peligro envejece Y no veía un final claro. Sorbí un largo trago del scotch. Noté que todos andaban un poco alterados. Hablaban entre sí, iban y venían de un cuarto a otro, uno de los de la ATF montó una imponente ametralladora Kord 12.7 rusa sobre uno de los ventanales, apuntando al cielo. Dada la altura del departamento, parecían esperar un ataque aéreo o cazar a Supermán, una de dos. Una brasa se desprendió del cigarrillo y se ahogó en el whisky. Me lo bebí con cenizas y todo. Benita se me acercó, señuda y marcial.
- Ahora, Fariña, se me queda bien tranquilito, ¿eh?, que va a tener una entrevista.- Se había retocado el maquillaje y pintado los labios. Su perfume se olía desde Sudáfrica.
Esto tenía más animación que una función de circo, sin embargo, como si fuera lacre, se me derretían la angustia y el miedo en el estómago. Tony hablaba  con un handy en la cocina. Se había colocado una sobaquera en la que llevaba un Magnum 354. Quebrantahuesos se ubicó en una silla a dos metros de la puerta de entrada. La Uzi reposaba como un bebé negro sobre sus muslos. Benita hablaba con uno y otro como una ajetreada regisseur a punto de estrenar su obra. Prendí otro cigarrillo y me puse a pasear mis ojos por la bahía. Los rascacielos parecían de tiza y el mar, un trapo azul arrugado. ¿Qué estaría pasando? El aire se cargaba, más y más, de una electricidad insoportable. Nadie siquiera se percataba de mi ya casi invisible presencia. Un refucilo de dolor me zigzagueó por dentro del brazo herido. Agité una mano pidiéndole un nuevo whisky a Benita y fue en vano: estaba atareada en limpiar la gran mesa del comedor. Al rato, depositó sobre ella una pila de carpetas rojas, varios ceniceros, copas y jarras de agua y en una de las cabeceras, un gran vaso de leche. De pronto, se ahondó el silencio. Se escuchó que bajaba gente del ascensor y creyó reconocer una voz. Cuando se abrió la puerta, ingresaron los tres percherones que había visto en el bar Las flores del mal en San Telmo. Encabezaban el trío esa especie de Danny DeVito que era el señor Arzac, más conocido como Baygón y la coruscante Elaine, la creativa. Oh, sorpresa, venían del brazo. Retacón, anteojos Clipper, trajeado con un ambo de lino color hueso, camisa abierta verdosa y su mano izquierda forrada con un guante de cuero negro. Era una prótesis.
¿Qué hacía Baigón en un nido del FBI? Era esperado como un jefe-jefe, bajo tremendas medidas de seguridad y un silencio temeroso. Ni que hubiera entrado Edgar J.Hoover. Todo volvía a confundirse. Me sentía harto del funambulesco ajedrez que se estaba jugando. Yo era un peón asediado por las piezas más crueles del tablero.
- Te presento al señor Baigón, Fariña – Tony debía suponer que estaba anunciado una pelea en el Luna Park, su voz sonó altisonante.
- Encantado – dije mientras semblanteaba al recién llegado. Elaine hacía aletear sus pestañas en un mohín caprichoso, de niña malcriada. 
Baygón tosió con todo su enorme abdomen, se quitó los anteojos de aviador y me depositó una mirada que no terminé de comprender. Una lengua rápida, procaz, recorrió su pequeña boca. Uno de los percherones se le acercó y le entregó los anteojos y una pequeña Ruger .40, una “vest pocket pistol” como las llamaba mi amigo Manny Gatica, un chicano neoyorkino que murió en una cárcel de Texas.
- Miren nomás al fiel amigo de La Barbie – me dijo y volteando al coro de secuaces, lo apestilló- Imagino que ya está ablandado y dispuesto a colaborar, ¿no?
Los coreutas movieron sus cabezas al unísono y Tony dijo “está a punto de caramelo”, logrando que Baygón lo mirara con desdén.
- Llegó el momento de la verdad –dijo- Vamos a la mesa.

CONTINUARÁ…

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