En febrero de 1945 nació El Séptimo Círculo, la colección dirigida por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. El primer título fue La bestia debe morir , de Nicholas Blake, en traducción de Juan Rodolfo Wilcock. La novela narraba el minucioso plan de un padre para asesinar al hombre que había atropellado y dado muerte a su hijo.
Nicholas Blake era el seudónimo que usaba el poeta Cecil Day Lewis (padre del actor Daniel Day Lewis) para escribir sus novelas policiales. Desde el volumen inicial de su catálogo, El Séptimo Círculo fue un éxito, y durante muchos años las tiradas se mantendrían alrededor de los 14.000 ejemplares. Borges contaría, sin embargo, que le había costado convencer a la editorial de las ventajas de la colección, por la ausencia de prestigio del género.
El Séptimo Círculo -cuyo título evoca el anillo del infierno que Dante reservó a los violentos- estuvo destinada desde un principio al policial clásico inglés. Sin embargo, a lo largo de sus 366 volúmenes (publicados entre 1945 y 1983; el último fue Los intimidadores , de Donald Hamilton) hay curiosas intromisiones. No sólo aparecen algunos títulos del policial negro -James Cain, Ross Macdonald, John D. Macdonald y James Hadley Chase, algunos publicados aun en los primeros años de la colección- sino también ciertos libros que trabajan en los bordes de la literatura fantástica. Entre estos están El caso de las trompetas celestiales , de Michael Burt y la magistral El maestro del juicio final , de Leo Perutz, cuyas soluciones violan las normas que Borges le exigía al género.
Entre los pocos libros de autores nacionales hay dos clásicos: Los que aman, odian (n° 31), de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, y El estruendo de las rosas (n° 48), de Manuel Peyrou. Los otros autores cercanos son Enrique Amorim (uruguayo radicado en Buenos Aires), María Angélica Bosco (que desarrolló casi toda su literatura dentro del género), Eduardo Morera, Alejandro Ruiz Guiñazú y Roger Pla. Estos tres últimos firmaron con seudónimo (Max Duplan, Alexander Rice Guiness y Roger Ivness, respectivamente), lo que revela la desconfianza que todavía provocaba el policial.
Se suele oponer El Séptimo Círculo a la novela negra. Pero el verdadero enemigo conceptual para Borges y Bioy no era el policial norteamericano, sino el francés. Por ese entonces la editorial Tor publicaba en ediciones económicas de portadas y páginas amarillas títulos de los autores de habla francesa Gastón Leroux, Maurice Leblanc y Georges Simenon (al que Borges tampoco valoraba), junto con otros autores como Edgar Wallace y S. S. Van Dine (a quien Borges detestaba especialmente). La colección de Tor -tapas chillonas, traducciones a menudo deficientes- no era la estrategia más adecuada para la revalorización que pretendían Borges y Bioy.
Desde los años treinta, Borges venía publicando notas sobre el género. Pero El Séptimo Círculo estaba lejos de ser la puesta en práctica de los criterios expresados en aquellas notas. Se sabe que Borges prefería el cuento a la novela. ("Toda novela policial que no es un mero caos consta de un problema simplísimo, cuya perfecta exposición oral cabe en cinco minutos, pero que el novelista -perversamente- demora hasta que pasan trescientas páginas.") Pero la lucha por el dominio de una estética u otra dentro del género policial se daba sólo en el campo de la novela. ¿Qué posibilidades de triunfar hubiera tenido una colección que sólo incluyera cuentos? Para eso estaban las antologías -de las que también se ocuparon Borges y Bioy-, no las colecciones.
Los 366 volúmenes de El Séptimo Círculo dejaron afuera los relatos favoritos de Borges: los de Gilbert K. Chesterton. Esta ausencia se debió seguramente a problemas de derechos. Borges reparó la omisión en su Biblioteca Personal (allí apareció una selección de relatos del padre Brown: La cruz azul y otros cuentos ).
En el caso de los primeros 120 volúmenes, Borges y Bioy Casares participaron activamente en la selección de los títulos. Luego, a mediados de los años sesenta, el editor Carlos V. Frías se hizo cargo de la colección. En los últimos años, las ilustraciones de José Bonomi desaparecieron y así se borró también el espíritu de la serie. Los diseños geométricos de Bonomi representaban muy bien la estética de la novela-problema. Muchos años después, al recordar la colección, Bioy Casares atribuyó al diseño de portada y al emblema de El Séptimo Círculo -un caballo de ajedrez- buena parte del éxito.
Aunque esos 120 primeros números son los más alabados -y a menudo en las librerías de viejo los venden un poco más caros que los siguientes- ,no hay que desmerecer el resto de la colección. Los criterios para elegir el material fueron cada vez más amplios en cuanto a temática, pero se mantuvo la exigencia de calidad. A la etapa final -a pesar de las tristes portadas y la traducción ilegible- se deben sorpresas y descubrimientos como Kyril Bofiglioli, autor de dos de las más extrañas, hilarantes y amorales novelas que puedan concebirse: No me apuntes con eso y Detrás, con un revólver .
Adivinamos que las caóticas peripecias criminales y sexuales de su protagonista, Charles Mordecai - marchand y ladrón de cuadros tan sibarita como Tom Ripley y Hannibal Lecter- no hubieran formado parte de las preferencias de Borges.
En su inteligente y definitiva colección de ensayos sobre narrativa policial Asesinos de papel (Colihue 1996), que resume más de veinte años de trabajo sobre el género, Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera hacen una detallada investigación sobre la colección, que incluye entrevistas a los directores, al ilustrador Bonomi y al editor Frías. Entre otras opiniones, recogen los títulos favoritos de Bioy Casares, Bonomi y Borges.
Bioy Casares: La torre y la muerte (n °3), de Michael Innes.(Decía Bioy: "Luego supimos que Innes muy probablemente se hallara entonces en Buenos Aires, pues trabajaba en el servicio secreto británico y por aquellos años lo habían destinado a esta ciudad"). En sus Memorias (Tusquets, 1994), Bioy agrega otras novelas de su preferencia: Mi propio asesino (n° 10), de Richard Hull y La larga busca del señor Lamousset (n° 41), de Lynn Broke.
José Bonomi: Los anteojos negros (n° 2), de John Dickson Carr.
Borges: El señor Byculla , de Erik Linklater; El señor Digweed y el señor Lamb (n° 12) y Los Rojos Redmayne (n° 42), de Eden Phillpotts; La torre y la muerte (n° 3), de Michael Innes; La piedra lunar (n° 23) y La dama de blanco (n° 30), de Wilkie Collins; La bestia debe morir (n° 1), de Nicholas Blake; El hombre hueco (n° 40) de John Dickson Carr y Extraña confesión (n° 9), de Anton Chejov.
Antes de que surgiera la idea de El Séptimo Círculo, Borges y Bioy propusieron a la editorial Emecé una colección que llevaría por título Sumas. Escribe Bioy en sus Memorias : "Nuestro propósito era deparar al lector deslumbrantes revelaciones, convencerlo de que autores considerados pilares de la cultura pueden ser también curiosamente originales y amenísimos". Pero el proyecto que avanzó no fue esa popularización de lo consagrado sino, al revés, la consagración de un género popular y menospreciado.
Por Pablo De Santis
Para LA NACION - Buenos Aires domingo 13 de abril de 2003
Fuente:
http://oyeborges.blogspot.com.ar/2010/05/coleccion-el-septimo-circulo.html
1 comentario:
Conocí la colección en mi infancia porque la leían en mi casa, mi madre y mi abuela, siempre fue fascinante incursionar en esos libros policiales y de suspenso que me entretenían y llenaron momentos de mi adolescencia y juventud. Ahora, ya grandecita, retomé su lectura y todavía están algunos de los viejos volúmenes que atesoré toda mi vida. ¡soy fanática de la novela negra!!!!!
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