Miguel Angel Molfino
SALUDA A LA MUERTE DE MI PARTE
Séptima entrega
RESUMEN: Una pista se abre para Fariña:
visitar el bar “Las flores del Mal”, buscando a un tal Baygón. El escritor
Martin, tras beber toda la tarde en casa de Fariña, se duerme borracho y el
inspector de seguros debe salir solo hacia al bar. Allí conoce a una mujer
encantadora y a un yuppie coleccionista de arte. Hasta que llega el famoso
Baygón.
Clavé la vista en
la mesa que ocupaban Baygón y los percherones. Al hacerlo, me enteré de mi
cansancio. No daba más. Venía de una madrugada solitaria de whisky y tabaco, me
había despertado Billy Jensen con sólo cuatro horas de mal sueño, descubro un
cadáver en su mansión, cuando lo trasladamos en su Land Rover nos interceptan unos tipos
armados, me golpean y me desmayan. Billy, la camioneta, el sarcófago
conteniendo el cadáver y los tipos se evaporan como un gas, zafo de la cana, me
encuentro con un escritor de novelas policiales, dice que es el novio de la
muerta (pero él no sabe que ya es un angelito más en el cielo), bebemos ron en
mi casa, el escritor es noqueado por el 7 Años, al rato tomo dos generosos
scotchs en el antro, aparece una criatura de sofocante belleza, se me escapa,
cae a la barra en la que estoy bebiendo un yuppie coleccionista de arte y tras
cartón, irrumpe en la noche, el señor Arzac alias Baygón y se acomoda en una
mesa con los tres percherones forrados en trajes caros y brillosos mientras Madredeus me adormece con sus canciones
tristes. Como decía el Gordo Améndola: Mal
día para dejar la droga. Me imaginé viajando vertiginosamente en una
ambulancia, con suero, oxígeno y desfibrilador listo, rumbo al Argerich. Pero
no. A los cuarenta y ocho años, morir todavía da fiaca.
Ya había
localizado a Baygón, sabía dónde encontrarlo y eso sería otro día; me sentía un
sachet de leche y empecé a bostezar como el león de la Metro. Cuando salí a la
calle, caía una agüita helada que cortaba la cara. Tomé un taxi. Entré al
edificio de mi departamento en dos zancadas y el olor tibio de las sopas,
milanesas, bifes y tucos cocinados esa noche en los hogares del edificio, me
hicieron saltar unas lagrimitas emocionadas. Agradecí al Big Bang o a quien corresponda tanta simple ternura. Subí al
ascensor silbando “Gracias a la vida” en
tanto escuchaba que unos pasos apresurados bajaban por la escelera..
Pero, la paz, en el mundo, suele durar
muy poco.
La puerta de mi
departamento estaba entreabierta. Un hálito maligno parecía salir del interior
iluminado. Tal vez el amigo Don Martin se había despertado y al no hallarme, se
marchó. Yo hubiera hecho lo mismo. Pero jamás hubiera elegido quedarme en las
condiciones en que se encontraba.
Con el cuerpo
semicaído del sofá, acribillado a balazos, Don Martin me observaba con los ojos
desorbitados, como si la visión de la muerte lo siguiera espantando. Me acerqué
lentamente, No hacía mucho que lo habían baleado: el orificio de la yugular aún
bombeaba rítmicamente chorros como un geiser de sangre. ¡El tipo que recién
bajaba la escalera, claro!, pensé, ese tipo era el asesino, seguro, me escuchó
llegar y decidió huir para evitar
cualquier encuentro desagradable.
Le faltaba el 38
en la cintura. Daba la impresión de que lo habían golpeado antes de liquidarlo.
Dos dientes se disimulaban entre los pelos de la alfombra. Su celular estaba
junto a su mano. La pantalla iluminaba un mensaje: Dónde está tu amiguito Jensen…Ya te voy a visitar y me lo vas a contar,
gordito, y te va a doler…
Lo de Gordito no
me gustó nada, el resto, menos. Marqué al 911 y Borré el mensaje. Estaba en
problemas. Un raro impulso me llevó a quitarle al muerto la reserva del vuelo, su pasaporte y el papel
con los datos de Panamá. En cinco minutos, la sirena de la policía despertaba
los gorriones ateridos de los árboles nocturnos y yo salía huyendo hacia la
terraza. Ya allí, salté a la azotea del edificio vecino. Mi amigo Ferruccio
vivía en la planta baja: toqué el timbre y me atendió despeinado, en pijama,
dormido y rascándose la entrepierna con fruición. Me hizo pasar. Eran casi las
cuatro de la mañana. Le pedí que me dejara dormir en su casa hasta el amanecer y
en el desayuno, le explicaría todo. Hecho un zombie, me tiró una frazada sobre
el sofá, farfulló algo y regresó a su cuarto. Dormí de un tirón hasta las
nueve. Me duché y recuperé algo de mi juventud perdida. Ferruccio ya se había
ido a la oficina y en la cocina junto al mate listo para ser cebado, había
dejado una nota. Te veo a la tarde. ¿Qué
mierda te está pasando? El frío había traído una epidemia de notas y
mensajes, evidentemente. Y de muertos. Traté de comunicarme con Billy Jensen pero
mi celular se había quedado sin batería.
Mientras mateaba y
fumaba mi último cigarrillo en la cocina, se me dio por razonar sobre mi
decisión de viajar a Panamá.¿Por qué y para qué? Tenía una corazonada. En
Panamá estaba la clave de esta caja negra de misterios y cadáveres. Viajaría
con los papeles de Donato Martínez y entonces, se imponía visitar a mi amigo el
Talibán, uno de los mejores falsificadores
de América Latina. O por lo menos de la zona sur del Gran Buenos Aires. Luego
tendría que visitar la caja fuerte de Jensen, si la policía todavía no había
clausurado la casa. Me quedaban pocas horas para tomar el vuelo.
CONTINUARÁ…