Diseño: Adriana Vera
Por Miguel
Angel Molfino
SALUDA
A LA MUERTE DE MI PARTE
Cuarta
entrega
RESUMEN:
Luego de sortear la pinza policial, la Land Rover es
interceptada por un Hummer del que bajan encapuchados armados.
Desmayan a Leo Fariña y al recuperar la conciencia, descubre que la
camioneta, el sarcófago sumerio y Billy Jensen se han evaporado.
Llega la policía y al considerarlo sospechoso, lo detienen y lo
llevan a la Comisaría 28 de Barracas.
El
Comisario leía desconfiado la tarjeta que le había alcanzado.
BERARDO
DÍAZ ARROCHA
Inspector
General
ASUNTOS
INTERNOS
La
tarjetita, en su dorso, traía una frase incontestable para un simple
comisario:
FAVOR
DE COOPERAR CON EL PORTADOR DE LA PRESENTE, POR TRATARSE DE UN AMIGO
PERSONAL. BD.Diaz
Arocha
Cinco
minutos después respiraba aire fresco. A una cuadra de la 28, en la
avenida Caseros, me tomé un taxi. Eran las mil trescientas Hora
Zulu, o sea, la una de la tarde. El stress, la resaca y el frío me
exigían una ducha caliente, un café doble, algo comestible y si
fuera posible, una japonesa querendona. En mi departamento
encontraría todo eso, menos la japonesa. Lo único parecido a mi
alcance era la china gritona y hepática del super de enfrente. Pero
¿qué diablos le había pasado a Jensen, a su vehículo, a la bella
Antonia y a su sarcófago sumerio trucho? Este es un caso para los
agentes Mulder y Scully, no me digan que no.
Abrigado
con una gruesa y vieja polera, recién bañadito, abrí la heladera.
Las tropas que defendieron Stalingrado tenían más víveres que yo:
una rodaja de pan lactal, un huevo, un botellón de agua, un pote de
Mendicrim tan verde como una colina galesa. Fue, entonces, rodaja de
pan lactal con huevo frito a caballo y un vaso de agua. Y cuando me
disponía a ponerme el saco para ir a visitar la mansión de Billy,
una voz a mis espaldas me llamó por mi apellido. Hacía mucho que
no me espantaba oir mi apellido. Giré sobre los talones y me
encontré con una cara conocida, aunque no recordaba a quién le
pertenecía. Hasta que lo ubiqué en la biblioteca de la memoria: Era
Don Martin, el escritor de novelas policiales. En verdad, se llamaba
Donato Martínez pero, sagazmente, firmaba su obra como Don Martin.
Hasta donde yo sabía, el señor vivía en Colonia, Uruguay, no
pasaba de los cincuenta años, vestía un chaleco color caqui de mil
bolsillitos, uno de ésos que suelen usar los corresponsales de
guerra, bombachas gauchas azules y botas lustradas hasta el
encandilamiento.
- Busco a mi novia, detective…- Dijo mientras mostraba sus dientes de fumador.
- Más allá de que no soy detective, quién es su novia y por qué tengo que saber su paradero…
- Mi novia se llama Antonia, Antonia Valle y un pajarito me dijo que usted estuvo hace poco con ella.
- ¿Antonia es alta, de cabellos castaños, y…
- Sí, ésa es Antonia –me interrumpió-- ¿Dónde está? ¿Qué hizo con ella? – Un color bermejo le bañó la cara y el cuello.
No
le comenté que había sido baleada, le expliqué que la había visto
en casa de Billy Jensen, el coleccionista de arte. Pero que yo no
había hablado con ella. Se limitó a cambiar unas palabras en un
aparte con Jensen. Luego se fue.Noté que Don Martin llevaba en su
cintura un riñón pavonado calibre 38.
Sonó
La Cumparsita. Era el ringtone de mi celular. Mi alterado y
estereofónico jefe me llamaba. Le dije que estaba guardando reposo,
que me habían colocado un stent en una arteria coronaria ascendente,
que padezco de extra sístole, que no podía hacerme mala sangre ni
hacer esfuerzos y mucho menos, escuchar altisonancias como ser:
óperas, gritos de jefes, el rugir de La Bombonera, asistir a un
recreo escolar, etc. Cortó la comunicación con énfasis.
Pedí
perdón a Don Martin. Se acomodó el riñón pavonado, dio la
sensación de que lo iba a extraer, y cuando iba a decir o gritar
algo, La Cumparsita regresó en mi auxilio. Sonreí y atendí el
Nokia. Me sonrojé. Los alaridos de mi jefe se escuchan a varios
kilómetros a la redonda. Pero no, no era él. Era Billy Jensen. Me
hablaba en voz baja como si estuviera en problemas y que, en un
descuido de vaya a saber quiénes, había logrado marcarme. Me pidió
que sólo lo escuche y que no lo llamara a su celular. Me dijo que
fuera hasta su casa y buscara una carta. ¡Plin!, se cortó. Miré a
Donato Martínez (a) Don Martin y le dije que si quería seguirle la
pista a su novia, debía acompañarme a la casona de Jensen. Allí
había una carta que Billy necesitaba encontrar. Quedé distraído
mirando la ventana sucia.
- ¿Qué esperamos?- Dijo el novelista.
- Pedir un radio taxi – dije.
- ¿Un taxi..? Nooo! – sígame.
Don
Martin se abalanzó sobre las escaleras de mi edificio. Las bajó tan
rápido como un miembro del SWAT. Ya en la vereda, montó en una BMW
K 1200. Parecía un toro de lidia metálico a punto de embestir.
Subí atrás y me acurruqué contra la espalda del escritor . Pensé
en Mamá y en sus consejos. Y salimos disparados dejando atrás
nuestras auras, almas y todo lo inmanente que no nos aporta nada
cuando uno vuela a 200 kilómetros por hora sobre una moto.
CONTINUARÁ…
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