viernes, 31 de mayo de 2013

Saluda a la muerte de mi parte/7



Miguel Angel Molfino

SALUDA A LA MUERTE DE MI PARTE
Séptima entrega

RESUMEN: Una pista se abre para Fariña: visitar el bar “Las flores del Mal”, buscando a un tal Baygón. El escritor Martin, tras beber toda la tarde en casa de Fariña, se duerme borracho y el inspector de seguros debe salir solo hacia al bar. Allí conoce a una mujer encantadora y a un yuppie coleccionista de arte. Hasta que llega el famoso Baygón.

Clavé la vista en la mesa que ocupaban Baygón y los percherones. Al hacerlo, me enteré de mi cansancio. No daba más. Venía de una madrugada solitaria de whisky y tabaco, me había despertado Billy Jensen con sólo cuatro horas de mal sueño, descubro un cadáver en su mansión, cuando lo trasladamos  en su Land Rover nos interceptan unos tipos armados, me golpean y me desmayan. Billy, la camioneta, el sarcófago conteniendo el cadáver y los tipos se evaporan como un gas, zafo de la cana, me encuentro con un escritor de novelas policiales, dice que es el novio de la muerta (pero él no sabe que ya es un angelito más en el cielo), bebemos ron en mi casa, el escritor es noqueado por el 7 Años, al rato tomo dos generosos scotchs en el antro, aparece una criatura de sofocante belleza, se me escapa, cae a la barra en la que estoy bebiendo un yuppie coleccionista de arte y tras cartón, irrumpe en la noche, el señor Arzac alias Baygón y se acomoda en una mesa con los tres percherones forrados en trajes caros y brillosos mientras Madredeus me adormece con sus canciones tristes. Como decía el Gordo Améndola: Mal día para dejar la droga. Me imaginé viajando vertiginosamente en una ambulancia, con suero, oxígeno y desfibrilador listo, rumbo al Argerich. Pero no. A los cuarenta y ocho años, morir todavía da fiaca.
Ya había localizado a Baygón, sabía dónde encontrarlo y eso sería otro día; me sentía un sachet de leche y empecé a bostezar como el león de la Metro. Cuando salí a la calle, caía una agüita helada que cortaba la cara. Tomé un taxi. Entré al edificio de mi departamento en dos zancadas y el olor tibio de las sopas, milanesas, bifes y tucos cocinados esa noche en los hogares del edificio, me hicieron saltar unas lagrimitas emocionadas. Agradecí al Big Bang o a quien corresponda tanta simple ternura. Subí al ascensor silbando “Gracias a la vida” en tanto escuchaba que unos pasos apresurados bajaban por la escelera..
 Pero, la paz, en el mundo, suele durar muy poco.
La puerta de mi departamento estaba entreabierta. Un hálito maligno parecía salir del interior iluminado. Tal vez el amigo Don Martin se había despertado y al no hallarme, se marchó. Yo hubiera hecho lo mismo. Pero jamás hubiera elegido quedarme en las condiciones en que se encontraba.
Con el cuerpo semicaído del sofá, acribillado a balazos, Don Martin me observaba con los ojos desorbitados, como si la visión de la muerte lo siguiera espantando. Me acerqué lentamente, No hacía mucho que lo habían baleado: el orificio de la yugular aún bombeaba rítmicamente chorros como un geiser de sangre. ¡El tipo que recién bajaba la escalera, claro!, pensé, ese tipo era el asesino, seguro, me escuchó llegar y decidió huir  para evitar cualquier encuentro desagradable.
Le faltaba el 38 en la cintura. Daba la impresión de que lo habían golpeado antes de liquidarlo. Dos dientes se disimulaban entre los pelos de la alfombra. Su celular estaba junto a su mano. La pantalla iluminaba un mensaje: Dónde está tu amiguito Jensen…Ya te voy a visitar y me lo vas a contar, gordito, y te va a doler…
Lo de Gordito no me gustó nada, el resto, menos. Marqué al 911 y Borré el mensaje. Estaba en problemas. Un raro impulso me llevó a quitarle al muerto  la reserva del vuelo, su pasaporte y el papel con los datos de Panamá. En cinco minutos, la sirena de la policía despertaba los gorriones ateridos de los árboles nocturnos y yo salía huyendo hacia la terraza. Ya allí, salté a la azotea del edificio vecino. Mi amigo Ferruccio vivía en la planta baja: toqué el timbre y me atendió despeinado, en pijama, dormido y rascándose la entrepierna con fruición. Me hizo pasar. Eran casi las cuatro de la mañana. Le pedí que me dejara dormir en su casa hasta el amanecer y en el desayuno, le explicaría todo. Hecho un zombie, me tiró una frazada sobre el sofá, farfulló algo y regresó a su cuarto. Dormí de un tirón hasta las nueve. Me duché y recuperé algo de mi juventud perdida. Ferruccio ya se había ido a la oficina y en la cocina junto al mate listo para ser cebado, había dejado una nota. Te veo a la tarde. ¿Qué mierda te está pasando? El frío había traído una epidemia de notas y mensajes, evidentemente. Y de muertos. Traté de comunicarme con Billy Jensen pero mi celular se había quedado sin batería.
Mientras mateaba y fumaba mi último cigarrillo en la cocina, se me dio por razonar sobre mi decisión de viajar a Panamá.¿Por qué y para qué? Tenía una corazonada. En Panamá estaba la clave de esta caja negra de misterios y cadáveres. Viajaría con los papeles de Donato Martínez y entonces, se imponía visitar a mi amigo el Talibán, uno de los mejores falsificadores de América Latina. O por lo menos de la zona sur del Gran Buenos Aires. Luego tendría que visitar la caja fuerte de Jensen, si la policía todavía no había clausurado la casa. Me quedaban pocas horas para tomar el vuelo.

CONTINUARÁ…




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