viernes, 7 de junio de 2013

Saluda a la muerte de mi parte/8



MIGUEL ANGEL MOLFINO
SALUDA A LA MUERTE DE MI PARTE
Octava entrega

RESUMEN:  Muerto de cansancio, Leo Fariña deja el bar y vuelve a su casa. Encuentra al escritor Don Martin asesinado sobre el sofá en el que lo dejó durmiendo la borrachera. El asesino le deja a Leo un mensaje en el celular del muerto. En ese momento, decide viajar a Panamá con los pasajes y pasaporte de Don Martin. Cree que allí develará la clave de tanta intriga y muerte.

Estaba seguro de que la policía ya estaría sobre mis pasos, de modo que  tomé una serie de precauciones para entrar a la mansión de Billy. Seguía la puerta sin llave. Despejado. Fui directo a la caja fuerte y extraje diez mil dólares, de esa manera nadie me jodería al salir del país. Traté de probarme unos trajes de Jensen pero yo peleaba en otra categoría. Me prometí adelgazar en algún momento. Pero hallé dos guayaberas paraguayas de lino que me calzaron justito. Salí vestido como un caribeño, tomé prestado un sombrero de jipijapa y unos anteojos de sol Dolce & Gabana. Traspuse la puerta y me llevé por delante una mañana típica de Alaska. Tomé un taxi castañeando los dientes y pedí que me llevara al Hotel Castelar. Una perfecta guarida para un oso que necesitaba hibernar hasta la mañana siguiente envuelto en frazadas y al amparo de la vieja y querida calefacción.
Pedí al room service un café con leche con medialunas y un jugo de naranja. De paso, encargué unos Marlboro. Me desvestí y quedé en calzoncillos. La elegancia decadente del cuarto me agradaba. Un olor a venerables maderas embriagaba el aire. Tocaron a la puerta y abrí. Un muchachito que vivía detrás de una capa de acné depositó el desayuno y los cigarrillos sobre la mesita ratona. Propina, gracias y chau, al fin solo. Siempre hay una Biblia en un cajón de las mesas de luz en los hoteles. A falta de otra cosa, me puse a leerla mientras untaba las medialunas con dulce de leche. El azar me llevó al Libro de Job. Al rato de leerlo, sentí que el desayuno me estaba cayendo pesado. ¡Por favor! Satanás, Dios y quien se ofreciera, sometía al pobre Job a horribles calamidades y espantosas pruebas. Le pegaban hasta debajo de la lengua. Cerré La Biblia. Prendí un cigarrillo. No era lectura para un tipo que no estaba pasando por el momento más apacible de su vida. Encendí la tele, me repantigué en el sillón y me dediqué a ver La ley y el orden. La brasa del cigarrillo me despertó. Me había quedado dormido. Era el momento de hacer noni. Ya en la cama, ronqué como un oso.
Golpearon a la puerta en el momento en que huía junto a Job de una banda de camellos rabiosos. Me senté sobresaltado. En el reloj de la mesita de luz eran las seis de la mañana. Pregunté sin abrir quién era. Son las seis, señor Martínez. Era la voz del Talibán Ferro con el documento ya falsificado. Sin palabras, le pagué y se fue guiñándome un ojo. A prepararse, Leo, que empieza la aventura panameña, pensé. Ezeiza, primer paso. Me duché evocando la violencia bíblica de mi sueño. Ya vestido, con sombrero de jipijapa y anteojos oscuros, mirándome al espejo, largué una risita. Parecía un cubano gusano de Miami. Carlitos Way’s. Se me borró la sonrisita cuando recordé que había dos muertos en 24 horas.
Pasé el check in y Migraciones sin mayor inconveniente. El Talibán es un artista. Me compré un bolsito como para llevar algo en la mano. Me llamó la atención lo tranquilo que me sentía. Es más, una alegría turística correteaba en mi cabeza. No tenía idea de lo que se avecinaba. El vuelo 1208 de Copa Airlines con destino a Panamá, con escala en San Pablo, salía en horario. Faltaban dos horas para embarcar. Miré a mi alrededor y me dio la impresión de que toda la humanidad se había reunido en Ezeiza para despedirme. El gentío me mareó, me compré El Gráfico y me senté en un barcito que parecía hecho de chocolate. Pedí un Gancia batido. Me aburrí con una nota sobre cómo juega el Barsa y añoré el excitante y sádico Libro de Job. El parloteo en mil idiomas era abrumador, la gente iba y venía arrastrando maletas, mochilas, bolsos y paquetes forrados con plástico azul. De pronto, entre un tumulto de espaldas me pareció divisar el rostro y el rotundo cuerpo de Elaine Mervielle, la creativa que conocí anoche en el bar. Me levanté como un resorte para llamarla e invitarla a tomar algo. Pero se la tragó la marejada de viajeros. Qué coincidencia, me dije, también me llamó la atención.  Pero, ¿sería ella?
Recordé que yo trabajaba en El Aguila Seguros. Calculé que, efectivamente, yo ya era historia en la empresa. Con mi celular sin batería, Aranda, mi jefe, me había perdido en el vasto cosmos. Houston, estamos en problemas… Al rato, llamaron para el preembarque. Saldríamos por la Puerta 7. Pagué y cuando empezaba a caminar hacia la escalera mecánica, una mano o una garra me tomó del hombro.

CONTINUARÁ…



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