SALUDA
A LA MUERTE DE MI PARTE
Tercera
entrega
RESUMEN:
Luego de hallar el cadáver de Antonia, la bella hermana
de la asistente de Billy Jensen, su amigo Leo Fariña lo ayuda a
colocarlo en un sarcófago sumerio a todas luces trucho. Deciden
deshacerse de él sin dar cuenta a la policía. Cuando se trasladan
con el sarcófago en la Land Rover de Jensen, se topan con un control
policial.
Una
vez que Billy estacionó la Land Rover, el policía se asomó a la
ventanilla de su lado, saludó, lo miró detenidamente y luego reparó
en mí. La tiesura de mi amigo más su aspecto aristocrático
impresionó al policía. No era para menos. La ausencia total de
gestos, la palidez, su mirada clavada en el infinito, su insolente
naríz aguileña y la flamígera robe de chambre, dotaban a
Billy Jensen de un misterio poderoso que el agente, un plebeyo, no
deseaba molestar. Volvió a mirarme. Fue entonces que le dije que
estábamos apuradísimos, mi amigo se está infartando en este
momento y nos quedan pocos minutos para detener el síncope en un
hospital.
El
policía me preguntó: ¿Y por qué no maneja usted?
Pensé
un par de segundos y le dije: Es que no sé manejar.
Dejamos
atrás al oficial y Billy aceleró. Doblaba y doblaba esquinas de un
modo frenético. ¿Adónde vamos, Jensen?, le pregunté. A
mi depósito, musitó. El adoquinado hacía saltar el sarcófago,
los ruidos que provenían de su interior recordaban que había un
cadáver adentro. Pensé en lo qué haríamos con el cuerpo ya en el
depósito ¿tendría un refrigerador? ¿pensaría descuartizarla?
Mmmm…no le veía carácter de carnicero. ¿Pero qué carajos
pasaba en realidad? Estaba metido hasta las amígdalas en un
asesinato, en una camioneta adornada con una bonita muerta y en manos
de un amigo cuya mayor cualidad es la cobardía. En el medio había
un alfanje turco ensangrentado y una pistola desaparecida. Sóno mi
celular, salté como una liebre espantada. Billy, del julepe, frenó
en seco a mitad de la cuadra, logrando la atención de un verdulero y
toda su clientela. Hasta los kiwis tenían los pelos de punta.
Era
mi jefe. Con absoluta soltura me carajeó, qué dónde me encontraba,
que por qué no había avisado que faltaría, que me esperaban para
inspeccionar un siniestro, en fin, el tipo no tenía la más pálida
idea de que su inspector estaba metido en un quilombo de órdago.
Colgué después de decirle que al despertar, tuve un principio de
infarto y que me hallaba en manos de los médicos. Me pregunté por
qué en ese día lo único que se me ocurrían eran excusas
cardiovasculares.
Una nueva frenada me
llevó a golpearme la frente en el parabrisas. Un Hummer negro nos
había cortado el paso mientras Billy Jensen gritaba influenciado por
la ópera Sigfrido de Wagner. De la enorme camioneta
descendieron unos tipos vestidos con mamelucos azules y armados como
para un largo combate. Llevaban pasamontañas tejidos y guantes
colorinches. Me arrancaron de mi butaca y me triplicaron el dolor de
cabeza que ya traía con un culatazo. Caí de bruces, veía sombras,
todo era gris y luego todo fue negro. Lo último que escuché fue la
voz indignada de Billy quejándose que le habían desgarrado la robe.
Creo que dijo que le había costado mil dólares. Y me dormí en
la sopa negra del dolor.
Dedos
en mi yugular, voz que dice está vivo, zapatos de charol
bastante usados, chatitas femeninas color calipso, perro lanudo y
sucio olfateándome, el olor inconfundible del miedo, el dolor
nauseabundo circunvalando mi cabeza. Me incorporé rodeado por
curiosos que me miraban como si fuera un cosmonauta ruso perdido en
una calle de Barracas.. El perro lanudo y sucio empezó a ladrarme.
Todo mal.
Pero
lo peor estaba arribando: un patrullero de la Federal estacionó a
pasos de mi triste figura. ¿Y quién bajó primero? El policía de
guantes negros que nos había detenido en la pinza cuadras antes.
Recién en ese momento me di cuenta que la Land Rover, el sarcófago
sumerio y Billy Jensen se habían evaporado.
- Oiga –me dijo con tonito incrédulo--¿ Usted no acompañaba a un amigo que se estaba infartando?
- Sí…claro, soy el mismo.
- ¿Y qué le pasó?
- ¿A mi amigo?
- No, hombre, a usted…qué le pasó.
No
sabía qué decir, qué hacer, qué mentir. El otro policía ya se
hallaba junto a mi viejo conocido de guantes negros. Si algo me tira
de sisa en este mundo, son los malditos policías. Mi viejo conocido
de guantes negros había estacionado su mirada buscando tal vez una
respuesta abstracta.
- ¿Y dónde está su amigo el infartado? – insistió, agregando más pimienta a mi angustia.
- Es lo que me pregunto yo también, oficial, al parecer se lo llevaron con camioneta, cadáver y todo…-me quise morir. Dije cadáver.
- ¿Cadáver? ¿Dijo cadáver?— Mi viejo conocido de guantes negros daba la impresión de que había descubierto un yacimiento de oro. O que había duplicado su ración de anfetaminas. Se había puesto exultante. Olió carne muerta y como a todo policía, se le despertó el hambre.
Los
curiosos se fueron alejando. Sólo quedaba el frío, la calle gris,
el par de policías y mi cara cada vez más y más sospechosa.
CONTINUARÁ…
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