domingo, 16 de noviembre de 2008

"Lost"



País: EE. UU.

DVD’s: Buena Vista Home Entertainment (Disney Studios)

Año: 2005 al 2008.

Actores: Naveen Andrews (Sayid), Terry O’Quinn (John Locke), Emile de Ravin (Claire), Michael Emerson, Mattheu Fox (Jack), Josh Holloway (Sawyer), Daniel Dae King (Jin el Koreano), Evangeline Lilly (Keith), Dominic Monaghan (Charlie), Harold Perrinou (Michael, papá de Walt), Jorge García (Hurley).

Productores: J. J. Abrahams (Alias), Damon Lindeloff.

Canales en los que se emite: AXN y Canal 13.

Como toda serie, como todo producto audiovisual, como todo signo elaborado que se echa en el mar de la cultura desde el mismo mar de la cultura, Lost tiene un valor metafórico, simbólico. Son demasiadas las cosas que se puede expresar por medio de un ciclo de capítulos tan prolongado, que incluye una variedad tan grande de tipos humanos como los representados en su trama, y que mezcla prácticamente todos los géneros audiovisuales existentes hoy. Si observamos algunas situaciones generales que aparecen planteadas en la serie, empezaremos a entender las razones del éxito que el fenómeno goza a nivel mundial, porque tal éxito no es algo que pueda adjudicarse a la saturación ejercida por los multimedios o al influjo del imperio del Norte (su forma de consumo impide entenderlo de esta forma: emisión semanal por un canal de cable y sólo esporádica en uno de aire, ciclos de DVD que se adquieren «en diferido», se bajan de Internet o se consiguen en el circuito informal).

Lo primero que cabría señalar como razón por la cual identificarse con la multicolor, sincrética gama de sus personajes, sería el hecho de que todos están ahí por una culpa. El accidente es un pago a cuenta por algún error cometido. La Providencia, o más bien el Destino, cobra al contado. La palabra inglesa lost recibe entre los norteamericanos la misma connotación religiosa que entre nosotros las expresiones «ser un perdido», «estar en la perdición». Jack, el médico, tiene cuentas pendientes con su padre, especie de figura de ultratumba o delirio (estilo papá de Hamlet) que lo persigue, lo recrimina dándole la espalda, y le niega cualidades de las que él, especialmente desde que cae en la isla, está absolutamente necesitado. Keith viene en el avión esposada, por una causa cuyo descubrimiento se demora largamente, según un procedimiento que es típico de la serie. Lo mismo puede decirse de Charlie, que optó en una iglesia, y después de confesarse, por la fama, el rock and roll y la droga, antes que por su rehabilitación. El bravucón Sawyer arrastra también sus culpas, al igual que el soldado enemigo, conocedor de la tortura, el irakí Sayid. La intriga que mantiene en vilo a los espectadores se relaciona en parte, con el lento develamiento de las culpas por las que los protagonistas se encuentran allí.

El flashback se impone, entonces, por lógica durante las primeras temporadas. Hay que ver por qué se está ahí, y cuál es la respuesta que a cada uno puede proporcionarle la isla paradisíaca, enigmática, pródiga en sorpresas. Los personajes quedan expuestos al desamparo, al retroceso hacia formas de vida y de sociedad que han quedado en el pasado para la civilización. Se produce entonces un tire-y-afloje entre lo que se era, lo que se representaba para la civilización antes del accidente, y lo que ahora se es, un náufrago, semi-desnudo de los prestigios de ese antes, con la necesidad de establecer un código en común para mínimamente entenderse y poder subsistir.

Ese desamparo aislado tiene sus antecedentes, que se encuentran entre las fuentes de inspiración de la serie pero que también inciden en la posibilidad de entenderla por parte de los espectadores, que han conocido, por diferentes caminos simbólicos, la situación de los Perdidos. Los precedentes más inmediatos aparecen nombrados en la misma trama: el film El Planeta de los Simios, un clásico de remake bastante reciente. De ahí al precedente más lejano Robinson Crusoe (que tuvo su versión en la serie de dibujos animados, La Familia Robinson, hace algunas décadas), incluso la novela de Bioy Casares (perfecta, según la califica Borges) La invención de Morel, el mito del Judío Errante (condenado a errar por los mares en un barco siempre azotado), El Criticón de Baltasar Gracián (novela alegórica, que es uno de los clásicos más injustamente abandonados de la literatura universal), desde luego que también La Tempestad, de William Shakespeare, y todos los mitos antiguos sobre aislamiento que quizá puedan derivarse de aquella imagen mítica de Ulises en la isla de la ninfa o de Adán y Eva en el jardín del Edén, cuyo recuerdo atormenta a la posmoderna y ultracivilizada Keith.

Cuando el desamparo cunde, empieza la lucha del hombre contra lo Otro. Al iniciarse nada más la tira, lo Otro, la Amenaza, lo Temible cobra dimensiones inquietantes de sobrenaturalidad. Son fantasmas, hijos del horror, que imponen la necesidad de creer en milagros que los contrarresten. La sobrenaturalidad es un elemento recurrente en la serie, aunque los autores siempre ofrecen un camino de lectura alternativa, que deja nuestra conciencia naturalista de espectadores a salvo. (Por ejemplo, la idea de que tal vez «Alicia» se halle encerrada en su propio «país de las Maravillas»; es decir, que sea presa de un espejismo post traumático.) El gran misterio se llama Isla, y los capítulos prometen lo irrealizable: develar de manera sucesiva ese misterio. La exuberancia de lo natural es a propósito para esconder lo sobrenatural. ¿O bien lo sobrenatural es una reacción normal del desamparo? «Usted decide.»

La forma en que la culpa de los protagonistas es expiada por el hecho de ser arrojados allí, consiste en que fuerza un volver a empezar para todos. «Borrón y cuenta nueva.» Lo Otro resurge entonces en los límites culturales, raciales y religiosos. Así el pluralismo multicolor de las razas obliga a la convivencia de grupos etarios y de pertenencia, que en la civilización que ha quedado atrás, que ha quedado en el aeropuerto, eran adversos u hostiles por diferentes razones. La francesa tiene que aceptar la existencia de otros reales en la isla. El racista Sawyer tiene que bancarse la participación y el liderazgo natural de Sayid. Los «raros» deben ser incorporados, se han vuelto indispensables.

Pero más allá de los recursos de imagen y edición, casi a la altura de lo cinematográfico, más allá del arco iris de razas y culturas diversas (Benetton colours), más allá de las frecuentes situaciones sicoanalíticas (sueños, vivencias, y sus correspondientes lecturas), más allá de la atracción global por la ética y los saberes propios del scout, que sólo pueden aplicarse en travesías tan excepcionales como la representada, más allá del misterio y de la esperanza de que ocurra otro milagro además de la supervivencia de todos, está lo que a mi juicio es el mensaje, el metamensaje más conectivo de la tira. La idea de una necesaria refundación de lo social. En tiempos en que el individualismo representa una constante amenaza y una realidad cada vez más incontrastable, la serie plantea la necesidad de un nuevo punto de partida. Hay que reestructurar los lazos sociales, hay que establecer autoridades legítimas, con consenso, hay que barajar y repartir de nuevo –por lo pronto, tareas y funciones nuevas para cada uno de los náufragos–.

Es lo que hace tan fascinante la identificación de buena parte de la juventud mundial con el producto, este hecho de reestablecer los lazos, de reconstituir las redes sociales, de superar la fragmentación que incomunica y que hace posible la hostilidad. Ese laboratorio rousseauniano a cielo abierto, con todo el aire de un reality show, permite a los jóvenes vincularse con una de las problemáticas más dolorosas de nuestro tiempo. Y ellos la afrontan de ese modo. Permitiéndose soñar con un nuevo comienzo.

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