lunes, 8 de abril de 2013
El último gaucho matrero
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TINTA ROJA
Con el filo de su facón, Hormiga Negra, nacido como Guillermo Hoyo, se convirtió en una celebridad que salía en los diarios y revistas. Fue el personaje de un folletín creado por Eduardo Gutiérrez. Murió de viejo.
Escribe Javier Sinay
“El ser gaucho es un delito”
Martín Fierro. José Hernández.
No es lo mismo matar a un hombre de verdad, en carne y sangre, que matarlo en el papel de las novelas y los poemas. Lo dijo, a sabiendas, ese gaucho viejo –sabedor de las cosas amargas de la vida– en que se había convertido Guillermo Hoyo, el Hormiga Negra de San Nicolás de los Arroyos, cuya fama había trascendido las pulperías con el folletín biográfico Hormiga Negra, que el febril Eduardo Gutiérrez publicó en el diario La Patria Argentina en 1881 –y que se terminó convirtiendo en una de las mayores entre las treinta y un obras que escribió aquél en sólo diez años. “Ya sabemos lo que son novelas y lo que son cuentos…”, le dijo el gaucho a un reportero de Caras y Caretas que lo fue a visitar en 1912 (y que publicó la entrevista en la edición del 24 de agosto). Para entonces, Hormiga Negra ya había purgado varios años a la sombra y otros tantos a la luz prófuga de las estrellas desviadas de la ley, y llevaba en sus manos la sangre de varias víctimas: el peón Santiago Andino, el malandrín Pedro Soria, el gaucho Pedro José Rodríguez, la vieja Lina Penza de Marzo, varios soldados patrios enviados tras él, un niño al que había degollado para quitarle unos quesos y el músico ambulante Mariano Rivero (a quien le había robado su acordeón, dejándolo herido con un disparo de trabuco en el pecho)… No en vano los diarios lo señalaron una y cien veces como el último gaucho malo. Y si muchos de esos crímenes no habían sido obra propia, no importaba: su mito, aun en vida, era más grande que su verdad.
Pero vale decir que de Hormiga Negra, o Guillermo Hoyo, se sabe mucho. A diferencia de Juan Moreira, de Antonio Mamerto Gil, de Juan Cuello, del Gato Moro, de Calandria, de Pastor Luna y de los hermanos Barrientos, este gaucho matrero es un hombre de los tiempos modernos; el último de una dinastía brava y feroz que hizo del coraje su religión y del duelo un modo del honor. Pero también, que se habituó al desorden y se entregó a “la vida bárbara de las pulperías, vida que no es más que una serie de trancas que no se interrumpe nunca, amenizada por un par de homicidios al mes”, según anotó Gutiérrez en las páginas de Hormiga Negra. Sin embargo –y como ningún otro–, el matrero Hoyo murió de viejo, en paz, el 1º de enero de 1918. Lejos del filo de los facones. Pero cuidado: esto no significa que el alba del nuevo siglo no lo hubiera encontrado lejos de la ilegalidad: “Si en la juventud fue apresado como gaucho malo, en la vejez sería perseguido como una especie de enemigo público”, comenta Osvaldo Aguirre en su libro Enemigos públicos, a propósito del avance de los tiempos.
El último capítulo de la leyenda de Hormiga Negra comienza el 14 de septiembre de 1902, con el relámpago de dos cuchilladas mortales sobre el pecho de Lina Penza de Marzo, una italiana que vendía verduras en una chacra de San Nicolás donde aquél solía abastecerse. “¡Unas puñaladas que le abrían el pecho cuanto era, un garrazo de tigre de los que sólo Hormiga Negra era capaz de dar, viejo y todo!”, a decir de Albino Dardo López, en la edición de Caras y Caretas del 7 de septiembre de 1918. El mismo día del crimen llegaron los gendarmes a la casa de Hoyo: alguien lo había visto en la escena del crimen y él mismo había admitido que había ido a comprar siete kilos de batatas. Que se hubiera despedido de la mujer con una sonrisa, dejándola vivita y coleando, no importaba: ya nadie le creía.
Eduardo Gutiérrez había muerto de tuberculosis hacía más de diez años y la Justicia moderna no iba a dejar pasar los delitos que varios jueces de paz –algunos de ellos, iletrados– habían permitido en otras épocas. “Para ser malo no basta querer serlo”, dice Hormiga Negra en el papel del folletín, y es suficiente para atraer el amor de la criollada y las sospechas de los pesquisas de la vida real, que lo enviaron a la Penitenciaría en cuanto pudieron. El proceso fue largo: el gaucho vio pasar 1903, 1904 y 1905 desde la cárcel. Sólo en 1906 cayeron los endebles testimonios de varios testigos, cuando el sargento Inocencio Moreira presentó a un nuevo informante que decía saber que el asesino era otro. Y es que esta vez Hormiga Negra era inocente.
A decir verdad, la paisanada lo había salvado: Inocencio Moreira no era cualquier policía, sino el primo de otro bandido famoso, Juan Moreira, quizás el más famoso entre los gauchos malos. Reclutado en castigo, Inocencio había terminado por hacer carrera en la policía y había descubierto al matador de la italiana, que se llamaba Martín Díaz y que le guardaba rencor porque aquella le había negado un préstamo. Sólo cuando su propia mujer entregó un botín de joyas robadas, él se acercó a Hoyo y le dijo: “Perdón, don Hormiga”. Y perdón recibió.
Hormiga Negra recuperó su libertad, pero el mito y la realidad nunca dejaron de enredarse. Vuelto a casa, vio pasar al célebre circo criollo de los hermanos Podestá, que venía representando su vida sobre la base del texto de Gutiérrez. “Andan diciendo que uno de ustedes va a salir delante de toda la gente y va a decir que es Hormiga Negra”, los reprendió. “Les prevengo que no van a engañar a nadie, porque Hormiga Negra soy yo”. Fue inútil para los actores tratar de explicarle. Si alguno se atrevía a autoproclamarse Hormiga Negra, él, aun anciano, lo atropellaría con su temible facón. Y del mismo modo su hija nonagenaria, Prudencia Hoyo, demandó a las editoriales Tor y El Boyero en la década del cincuenta. “No sé si el verdadero Guillermo Hoyo fue el hombre de viaraza y de puñaladas que describe Gutiérrez; sé que el Guillermo Hoyo de Gutiérrez es verdadero”, opinó, mejor, Jorge Luis Borges –un apasionado del matrerismo y de la gauchesca. “Un día, fatigado de tantas ficciones, Gutiérrez compuso un libro real, el Hormiga Negra. Es, desde luego, una obra ingrata. La salva un solo hecho, que la inmortalidad suele preferir: se parece a la vida”.
El tremendo Hormiga Negra, terror de policías y taita del gauchaje, pareció vivir sus últimos días sumido en esa confusión. Para un hijo de la pampa, la fama de las letras era cosa ‘e Mandinga. ¿Y qué es la verdad cuando el Quijote es más real que Cervantes y cuando lo leído forma parte de lo vivido? “Ustedes, los hombres de pluma, le meten no más, inventando cosas que interesen, y que resulten lindas”, le reprochó Hormiga Negra al reportero de Caras y Caretas en 1912, ya cerca de su muerte. “Y el gaucho se presta pa’ todo. Después que ha servido de juguete para la polesia lo toman los leteratos para contar d’él á la gente lo que se les ocurre. Así debe ser el gaucho de novela, peleador hasta que no queden polesias, ó hasta que se lo limpien a él de un bayonetaso, como á Moreira…”
Fuente:http://elguardian.com.ar/nota/revista/343/el-ultimo-gaucho-matrero
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