martes, 2 de abril de 2013

Seis cadáveres al sol

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Tinta roja

La masacre en la estancia “La Payanca”, en 1992, es uno de los casos más aberrantes de impunidad por una deficiente investigación policial. Miembros de una familia y trabajadores del campo fueron asesinados.

Escribe Nacho Ramírez

Fue lenta, feroz y a sangre fría. Nadie escuchó ni notó nada raro en la noche de la matanza. Algo extraño: los perros no ladraron en la estancia. Ninguna víctima pudo defenderse. Se cree que estuvieron secuestradas algunas horas antes de la muerte. Fueron torturadas sucesivamente y, al final, ejecutadas con un tiro de gracia en el cráneo. Las armas utilizadas: barrotes, puños y armas de fuego. Se lo considera uno de los grandes casos de impunidad desde el retorno de la democracia. Fue una verdadera cacería humana.

Ocurrió hace 19 años, en la localidad de Elordi, en el partido bonaerense de General Villegas, a pocos kilómetros del casco urbano del pueblo. El sábado 9 de mayo de 1992 fue descubierta la masacre de la estancia “La Payanca”, gracias al llamado de un vecino, quien observó que en los alrededores de la propiedad había animales sueltos y se dirigió a la seccional policial. Algo extraño estaba pasando en el campo. En el establecimiento de más de 700 hectáreas había seis cuerpos sin vida diseminados, con claros signos de saña y tormento. Una comisión policial arribó al campo, mientras el horror llenaba de sangre ese día. A lo largo de la escena del crimen había una desconcertante frialdad. Cada cuerpo era una clara postal violenta.

Los cadáveres, en avanzado estado de putrefacción, estaban esparcidos por toda la estancia. Se encontró a la dueña del campo, María Esther Etcheritegui  de Gianoglio (46); a su hijo José Luis “Cascote” Gianoglio (22); a la pareja de la propietaria, Alfredo Forte (49); a un linyera, Juan Justo Luna; (54) y a los peones Eduardo Javier Gallo (22) y Hugo Omar Reid (21). Cada uno de ellos presentaba un preciso tiro de gracia en la nuca y, en la mayoría de los cuerpos, se evidenciaba una violencia encarnizada. Había claros signos de golpes feroces y heridas defensivas. Los rostros de todas las víctimas habían sido desfigurados con elementos macizos, similares a un caño de metal, barrote o martillo.

Los tristes protagonistas de esta historia fueron descubiertos con el correr de los días, lo que acrecentó mucho más el misterio y puso en evidencia la negligencia policial. El espectáculo era dantesco. A lo largo de la centenaria casa el desorden era inquietante. Cortinas y colchones tajeados por cuchillos, placares y repisas revueltos, cómodas sin cajones eran un claro indicio de que los homicidas buscaban un botín o dinero en efectivo.

Primero se encontró a María Esther en el comedor del viejo casco de la casona. Presentaba signos de haber sufrido una golpiza previa a ser ejecutada de dos tiros, uno en la cabeza y otro en el abdomen. El ambiente tenía todos los muebles patas para arriba. Su hijo presentaba el cráneo desfigurado por los golpes y dos tiros calibre 38, uno en la axila derecha y el segundo en la nuca. Luego de terminar de peinar la propiedad, los forenses y la policía rastrillaron el galpón principal del campo donde apareció el tercer cadáver. Se trataba del linyera Luna quien ocasionalmente, a cambio de un lugar para dormir, realizaba tareas de jardinería. El cadáver presentaba dos balazos; una de las balas le estalló en el paladar y le desfiguró el rostro; además, una feroz golpiza en todo el cuerpo. La escena del crimen mostraba un mismo patrón: una violencia desenfrenada.
La teoría de los investigadores policiales suponía que los asesinos sabían que en la estancia había 50 mil dólares, por lo que decidieron torturar hasta ejecutar a sus habitantes para que dijeran dónde estaba el dinero. Según el informe forense, la matanza habría ocurrido entre el 29 y el 30 de abril, es decir, unos diez días antes del hallazgo de los cuerpos. Al día siguiente, la comisión policial volvió al lugar del hecho y encontró junto a una tranquera de la finca a Alfredo. Su cuerpo presentaba golpes en el rostro y ocho balazos a lo largo del cuerpo, uno de gracia, como si hubiera intentado escapar de sus homicidas. A metros del cuarto cadáver, dentro de un cuadro sembrado con maíz, apareció el joven tractorista Gallo y, a unos 200 metros, el techista Reid.

El brutal crimen tuvo incontables hipótesis que fueron siendo desechadas por la Brigada de Investigaciones de San Justo, a cargo del cuestionado comisario Mario “Chorizo” Rodríguez. Se habló de un crimen pasional, de ajuste de cuentas por narcotráfico, de una venganza por amor, hasta se llegó a hablar de cuestiones que tenían que ver con el mundillo artístico, debido a que la hija de María, Claudia, estaba casada con el popular y reconocido actor de telenovelas Marcos Estell. Pero nunca se investigó la participación de efectivos de la policía bonaerense en las muertes.

El múltiple asesinato tuvo cuatro detenidos. El comisario mayor Rodríguez, meses después, anunciaba con bombos y platillos la resolución de los homicidios múltiples. Pero los detenidos pasaron solamente siete meses detenidos y denunciaron apremios y torturas reiteradas con picana. Fueron sobreseídos por la Cámara de Apelaciones de Junín, que desestimó los autos de prisión preventiva. Los sospechosos torturados por la Bonaerense recuperaron su libertad al no encontrar el tribunal elementos que probaran su participación.

Años después, entre 1999 y 2004, se conformó una comisión de investigación policial especial, a cargo del comisario Daniel Chávez. Nulos fueron los resultados. El doctor Roberto Rubio, juez de Garantías de Trenque Lauquen, estuvo a cargo de la causa, que se fue enfriando con los años, hasta quedar en el olvido de la Justicia provincial. Actualmente, los expedientes se encuentran archivados.
El 7 de septiembre de 1998, el Ministerio de Justicia y Seguridad de la provincia de Buenos Aires dispuso una recompensa de 5 mil a 30 mil pesos para las personas que aportasen información fehaciente que permitiese la individualización y detención del o de los autores de la masacre de “La Payanca”. En la carátula de la causa radicada en Juzgado en lo Criminal y Correccional N° 1 del Departamento Judicial de Trenque Lauquen se lee “Forte, Alfredo, Etcheritegui, María y otros s/homicidio”, pero ya nadie se acuerda de ellos.

Familiares de la víctimas, a lo largo de los años, denunciaron y cuestionaron seriamente la instrucción que llevó cabo la  policía bonaerense; demostraron deficiencias e irregularidades en la investigación, el levantamiento de pruebas y la reservación y custodia de la escena del crimen, así como también la utilización de métodos violentos para la obtención de pruebas.

Seis muertes impunes y la furia de una bestia homicida libre por casi dos décadas. Nadie sabe nada a pesar de las más de 140 marchas de silencio de familiares y de 400 declaraciones testimoniales. Pocos recuerdan la matanza y el misterio de “La Payanca”. Investigaciones complejas que casi nunca terminan con éxito, sobre todo cuando apuntan a asesinos policías.

Fuente:http://elguardian.com.ar/nota/revista/361/seis-cadaveres-al-sol

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