Por Miguel
Angel Molfino
Escribiré,
dentro del formato de esta columna, una novela policial por entregas.
Siempre la quise escribir y creo que es un buen momento para hacerlo.
Ojalá les guste.
SALUDA
A LA MUERTE DE MI PARTE
Primera
Entrega
La
llamada me despertó y también despertó mi mal humor. Desde que me
llamo Leo Fariña no recuerdo haberme despertado alguna vez con algún
tipo de sonrisa. Mamá ya me lo decía. Pero también el whisky, la
acidez y unas cuatro horas de sueño estaban lejos de ser un paseo
por Disneylandia. Me vestí con mi único traje invernal y salí.
Hacía frío y el viento sur calaba los huesos. Mi amigo Billy Jensen
me necesitaba, dijo; le escuché la voz muy alterada. Todo hombre
rico, cada vez que tambalea parte de su orden establecido, entra en
pánico. Y Billy sonaba como si estuvieran por estallar sus cuentas
bancarias. Poseía una incontable fortuna y se ocupaba de coleccionar
objetos de arte. Delgado, de tez encarnada y ojos suaves y grises, me
recibió vistiendo una robe de chambre roja estampada
con dragones chinos dorados encima del pijama de seda. Se lo veía
angustiado.
El
amplio living era una atestada jungla de antigüedades: jarrones de
Sévres, chinos, austríacos, figurillas de mármol, de marfil,
bibelots de ónix, pequeñas tallas egipcias, pirámides de jade,
porcelanas de limoge ,lámparas florentinas, candelabros de
oro, panteras de obsidiana y plata, tapices otomanos, alfombras
persas, y sobreviviendo a esta asfixiante atmósfera se podía
distinguir un juego de sala que debió pertenecer al maharajá de
Kapurtala.
Con gesto nervioso me
pidió que lo siguiera: atravesamos un largo pasillo festoneado por
máscaras africanas, lanzas masai, escudos de piel de leopardo, un
cráneo atravesado por una flecha quebrada, collares con dientes de
búfalos, calabazas coloreadas, Africa hacía escuchar sus tam-tam en
ese corredor sombrío..
Llegamos hasta una
especie de cripta con una bowindow que se abría a un
patio-invernadero.. En las paredes colgaba una colección de
alfanjes, cimitarras, hachuelas, puñales tugs, dagas de todo
tipo y forma, kukris nepaleses, kunais de Naruto, puñales
templarios, hasta que Billy se detuvo frente a un kilij turco:
un alfanje corto y curvo cuya empuñadura ostentaba una galaxia
destellante de piedras preciosas. Una belleza. El único problema
radicaba en la hoja: estaba manchada con sangre. Y la sangre se
estaba secando. Era reciente. Miré a Billy, temblaba como un bambi.
¿Qué pasó aquí?, dije mientras sacaba un pañuelo. ¡Qué
se yo! ¡Vos sos el detective!, aulló mi amigo.
Descolgué
el kilij usando el pañuelo como guante. Y recién en ese
momento me pregunté qué diablos hacía yo allí. Mi amigo Billy me
tenía en una estima muy alta ya que yo sólo era inspector de una
compañía de seguros y jamás me había cruzado con un hipotético
crimen.
- ¿Alguien más vive en esta casa o la visitó últimamente?- pregunté.
Billy,
yéndose de la cripta (la vista de la sangre le dio náuseas), me
respondió que vivía solo y que la señora Benita limpiaba y
ordenaba la casa todas las mañanas, excepto los domingos.
- Pero hoy no vino…-- añadió mientras se echaba aire con un abanico que extrajo, como un mago, de algún bolsillo invisible de la robe. Y cómo yo me quedé alelado con los exóticos pájaros estampados, él acotó: lo compré en Flandes, es muy antiguo.
- ¿Avisó que faltaría?
- No, es muy raro…ella es muy cuidadosa en esos temas.
Deposité
el Kilij sobre el mármol de una mesita ovalada. Me clavé un
cigarrillo en la boca y cuando hurgaba en mi saco en pos del
encendedor, Billy me rogó que no fumara, que recordara sus siempre
débiles pulmones.
- Hay que llamar a la policía—dije.
- ¡No, nooo! – la reacción de Billy me llamó la atención.
Se
había llevado una mano a la boca y dejó al descubierto parte de su
antebrazo en el que se veían varios rasguños. Todavía deberían
molestarle.
- ¿Por qué no?
- Es que no hay nada, salvo esa sangre…
Me
acerqué y le tomé con fuerza el antebrazo. Lo hice a propósito.
Pegó un chillido y lo retiró. Me miró enfurecido.
- ¡Epa! ¿Qué te pasó allí, Billy?
- Me arañó Moisés…
- ¿Moisés?
- Sí, mi gato. Está castrado y todavía se cree un puma.
Me
senté en un sillón de formas rebuscadas y tapizado en terciopelo
morado. Olía a obispos gordos. A mi izquierda, unas tres figuras de
bronce a escala humana miraban el cielorraso o despedían una paloma
levantando una grácil patita.
Billy
Jensen no podía dejar de mirar cada tanto el kilij ensangrentado
. Y cuando se fijaba en mí, sus ojos delineados pestañeaban como
dos mariposas perdidas. Trataba de hilvanar frases pero sólo le
brotaban hilachas de palabras, hipos, suspiros y pucheros.
De
pronto, como si estuviéramos entrand o a una fiesta, me espetó: Qué
arrugado está tu traje…El comentario hizo más irreal todo: un
tipo vestido como un mandarín de la Dinastía Tang ,rodeado por una
avalancha de objetos caídos del frondoso árbol de la Historia,
banal y aterrado por la sangre hallada en la hoja de un killij
que bien podría estar valuado en varios miles de dólares. Y lo más
irreal era que yo era amigo de ese tipo excéntrico.
Cuando
me incorporé del sillón, recién en ese instante, vi la mano
exangüe en el piso, sobresaliendo de la base de caoba de un
bargueño. Tenía las uñas despintadas. La mujer parecía tener
poco tiempo para cuidarse las manos. Sin embargo, la mano pertenecía
a una joven.
El
vitraux de la ventana filtraba la luz de la mañana de San Telmo.
CONTINUARÁ…
Sobre el autor
Miguel Ángel Molfino, porteño de nacimiento y chaqueño por adopción, es periodista, publicista y escritor.
En su juventud fue redactor del diario Norte y fue corresponsal del diario El Mundo de Buenos Aires. Es colaborador actualmente de Norte donde los domingos publica su columna “Versiones y per-versiones” y además participa con notas en Página/12, Miradas al Sur, El argentino.com, la revista Cuna, entre otras. En los ’80 colaboró en las revistas El Porteño y Crisis.
Ganó el premio Crisis de cuento con su relato “El simple arte de besar” (1986). Fue asimismo, miembro del Consejo Editorial de la revista Puro Cuento que dirigiera Mempo Giardinelli.
En 1986 publicó Versiones y Per versiones (crónicas), en 1987 Nueve Cuentos Nuevos (antología de ganadores en categoría Cuento Infantil en el Premio Coca-Cola en las Artes y en las Ciencias), en 1994 El mismo viejo ruido (cuentos), en 2006 Prosas Escogidas (cuentos), en 2007 Un Libro Raro (relatos, prosas cortas y poemas), en 2009 La Mágica Aldea del Crepúsculo (haikús) y ahora la novela Monstruos perfectos.
Sus narraciones fueron reunidas en antologías de cuentos en Argentina, México, Brasil, Perú y Alemania.
Fuente:http://bibliotecanegra.com/autores/molfino-miguel-angel-11518
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