lunes, 29 de julio de 2013

Saluda a la muerte de mi parte/15

Miguel Angel Molfino
SALUDA A LA MUERTE DE MI PARTE
15° Entrega

RESUMEN: Durante diez días, los hombres del FBI  prácticamente no aparecen por el departamento donde tienen encerrado a Leo Fariña. Sorpresivamente, llega al lugar Elaine la creativa con el pretexto de buscar un pasaporte falso y dólares. El encontronazo amoroso entre los dos fue inevitable. Hacen el amor desaforadamente  hasta que llegan Tony y Quebrantahuesos.  Más calmos, llevan a cabo una reunión en la que deciden que Fariña debe salir a la calle como señuelo.

La gran noticia me la dio Tony: habían confirmado que Billy Jensen se hallaba en Panamá aunque desconocía si era él la persona que se escondía detrás del apodo La Barbie. Me colocaron un cinturón con una hebilla que disfrazaba un GPS, un micrófono adherido al pecho y me dieron un 38 Special de cañón corto. También me dieron un celular con botón de pánico. Con sólo apretarlo me comunicaba con el FBI y creo que con Obama. Era evidente que la adrenalina me dopaba porque había perdido cerca del 70% de mi miedo. Simplemente, no pensaba.Ya vestido enteramente de beige, sombrero panamá y nuevos anteojos oscuros, me miré al espejo. He aquí a un soplón de Fulgencio Batista, me dije; solo me faltaban unos bigotitos de cantante de boleros. Tony fue claro: caminá, andá a los shoppings, visitá bares, el centro histórico, que nosotros te cuidamos de cerca. Quebrantahuesos fue el encargado de llevarme hasta el Multiplaza Pacific, un gigantesco y lujoso centro comercial. Seguía a nuestro auto una combi decorada con flores de todos los colores y tamaños. Se leía Florerías Edén.
-      En la combi viaja el equipo de GPS y escuchas. Trabajan para tí, cabrón. Ni tu mamá te cuidó tanto.- Quebrantahuesos me sonreía desde el espejo retrovisor.
“Ruge la mar embravecida/ rompe la ola desde el horizonte/brilla el verde azul del gran Caribe…”, la voz de Rubén Blades nos llenaba de espuma y tiburones y de algún modo, la multitud de mujeres parecía arrastrada por el ritmo de la canción. Y gastaban chévere sus tarjetas de crédito. Caminé por los pasillos rutilantes de marcas caras y famosas. Recordé de golpe a los Xué Zhán, la mafia china que también venía por mis huesitos. Sonó el celular. Era Tony.
-      Hay un tipo siguiéndote. Caminá más lento, dejá que se acerque y si no te rebasa, lo cazamos nosotros. Tranquilo, Fariña, si el ñato te encara, seguile la corriente.
 Su voz era helada y tensa. Me preocupó hasta el escalofrío. Colgó. Puse mi mano derecha en el bolsillo del pantalón y acaricié la culata del pequeño 38. Me detuve en una vidriera de Wrangler  para atisbar al merodeador. Era un moreno alto, de saco suelto y camisa abierta sobre el pecho. Una gran cruz de oro brillaba a mitad del esternón. Mascaba chicle y se veía como el hombre más distraído del mundo. Decidí sentarme en una cafetería. Al tipo le sorprendió mi cambio de rumbo, titubeó, siguió de largo sin mucha convicción y frenó bruscamente. En un par de segundos lo tenía sentado frente a mí. Se rompieron todos los diques de mis glándulas sudoríparas y en un parpadeo, estaba bañado en transpiración. Puse cara de “en qué puedo servirle” mientras que el tipo, sumido en un trepidante silencio, metía la mano en su saco. A partir de allí, todo empezó a moverse en cámara lenta. Yo llevé mi mano hacia el revólver pero él extrajo un sobre gris perla que llevaba escrito mi nombre. La letra inconfundible de Billy Jensen me nubló la vista.
-      Se lo envía un amigo –dijo el moreno con su voz de Barry White, haciendo tintinear la multitud de cadenas de oro de su muñeca-  Lea bien la carta.
Se levantó y se perdió entre un océano de bolsas rojas, mujeres ansiosas y perros caniche. El intenso sudor hizo que se desprendieran las cintas adhesivas que sostenían el minúsculo micrófono que llevaba en el pecho. Después me enteré que por poco no dejé sordo a un escucha del FBI metido en la combi camuflada.
Pedí un café. Antes de abrir el sobre, vi a Elaine la creativa. Me miró, guiñó un ojo, sonrió, sacó la puntita de la lengua y la hizo viborear un segundo. Yo me sentía pálido, húmedo y desencajado. Toda la libido se me había evaporado. De modo que abrí el sobre y desplegué una carta manuscrita firmada por Billy. Qué antigüedad, pensé, aunque admití que estaba acorde con el estilo patricio del que hacía gala el personaje. Luego pensé que, tal vez, evitó abrir un Word, escribir y dejar rastros en una computadora. Además de la carta, el sobre contenía un cheque a mi nombre por ocho mil dólares. Billy Jensen me empezó a parecer extraño, muy extraño. ¿Qué era todo este embrollo que giraba en su alrededor? ¿Era él, finalmente, el buscadísimo mafioso llamado La Barbie?
Se estaba nublando. Las palmeras que bordaban las afueras del shopping se bañaban en la brillante luz de mercurio que caía del cielo.


CONTINUARÁ…

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