Leonardo Oyola impacta con una nueva entrega de géneros duros como el western y el policial negro adaptados a los avatares argentinos.
Por Bogado Fernando
Hacé que la noche vengaLeonardo OyolaMondadori256 páginas
La ventaja del western (por lo menos del clásico) frente a cualquier otro género es que se sabe de antemano que el bueno va a ganar. Claro que este tipo de ventaja suele ser, muchas veces, del orden de lo moral antes que de lo estético: luego de ver cualquier película o leer algún que otro libro representativo de las historias del salvaje Oeste, podemos atrevernos a ir tranquilamente a nuestro hogar, el bien ha triunfado una vez más sobre las fuerzas del mal, el pueblo vuelve a recobrar la normalidad enturbiada por los maleantes. La novela de Leonardo Oyola, Hacé que la noche venga, le suma a esta ecuación una serie de inquietantes variables: ¿cuánto de bondad hay en los aparentes héroes del relato? ¿Cuánto de normalidad se recobra cuando el libro termina? ¿Es esto un western?
Y no, no estemos tan seguros: Tres, un linyera que carga con un pasado pudiente absolutamente devastado, trata de encontrar al responsable de la muerte de uno de sus compañeros de calle –otro atorrante más, Villeguitas–, sucedida mientras trataban de conciliar el sueño en la antigua estación Canning del subterráneo. Al responsable o a “lo” responsable: lo único que tenemos como dato certero es que a Villeguitas lo mató una oscuridad esa noche de invierno de 1939 en donde todo comienza, noche que tomó forma de verdugo para dejar flotando un enigma: ¿qué o quién es esa sombra?
La orientación de la obra hacia el western y el policial (y, ya que estamos, a la novela de terror, categoría hermana de todo crimen brutal desde Poe) plantea un conflicto que diversos personajes representan de una manera harto eficaz: o esa oscuridad es un monstruo demoníaco enviado por el mismísimo diablo que emerge de las profundidades infernales de la excavación de la futura línea D de subterráneos –teoría defendida un tanto a regañadientes por Tres–, o todo es apenas una pantalla cuasi metafísica que oculta los brutales crímenes y maquinaciones de la empresa encargada de la excavación, Chadopyf (hipótesis del más terreno ingeniero Pablo Manzotti que, como el Cruz de Fierro, traiciona a las fuerzas de la ley/los jefes de la empresa para la que trabaja con el fin de defender a un valiente, el propio Tres).
Leonardo Oyola ha ingresado al panorama de la narrativa nacional con obras como Chamamé –ganadora del premio Dashiell Hammet a la mejor novela policial– o Santería, trabajos que demuestran su habilidad para sorprender tanto a críticos como al público lector. Sus textos, implícita o explícitamente, realizan guiños a la así llamada cultura pop(ular), ese universo de folletín que el autor ha declarado como propio. Y si en Siete & el tigre harapiento (primera novela del escritor, tercera mención en el concurso Clarín de Novela de 2004) Oyola utiliza en cada título el nombre de una canción de Duran Duran en una historia de fines del siglo XIX en la Argentina, Hacé que la noche venga no se queda atrás: cada capítulo remite a alguna de las películas o series más emblemáticas del western, como El Gran Chaparral o La rosa amarilla, nombre que en esta obra es nada más ni nada menos que el de una escopeta Winchester 67 usada por un cura mexicano renegado que asegura haberse enfrentado a las fuerzas demoníacas a disparo limpio. En este tipo de personajes, en este relato centrado en la acción, no sólo está flotando el nombre de Tarantino sino también el de Osvaldo Soriano, homenajeando y parodiando tanto al western como a los policiales en Triste, solitario y final; o incluso al pulso del relato que mantienen escritores como César Aira y su fuga hacia adelante.
Si en el western, insistimos, sabemos de antemano que cerca del final habrá un duelo solitario entre el sheriff y el delincuente, Hacé que la noche venga nos obliga a juzgar acertadamente las apariencias, estar atentos y tener sumo cuidado... ¿Quién puede asegurarnos la naturaleza de esa sombra contra la que nos estamos enfrentando?
Por Bogado Fernando
Hacé que la noche vengaLeonardo OyolaMondadori256 páginas
La ventaja del western (por lo menos del clásico) frente a cualquier otro género es que se sabe de antemano que el bueno va a ganar. Claro que este tipo de ventaja suele ser, muchas veces, del orden de lo moral antes que de lo estético: luego de ver cualquier película o leer algún que otro libro representativo de las historias del salvaje Oeste, podemos atrevernos a ir tranquilamente a nuestro hogar, el bien ha triunfado una vez más sobre las fuerzas del mal, el pueblo vuelve a recobrar la normalidad enturbiada por los maleantes. La novela de Leonardo Oyola, Hacé que la noche venga, le suma a esta ecuación una serie de inquietantes variables: ¿cuánto de bondad hay en los aparentes héroes del relato? ¿Cuánto de normalidad se recobra cuando el libro termina? ¿Es esto un western?
Y no, no estemos tan seguros: Tres, un linyera que carga con un pasado pudiente absolutamente devastado, trata de encontrar al responsable de la muerte de uno de sus compañeros de calle –otro atorrante más, Villeguitas–, sucedida mientras trataban de conciliar el sueño en la antigua estación Canning del subterráneo. Al responsable o a “lo” responsable: lo único que tenemos como dato certero es que a Villeguitas lo mató una oscuridad esa noche de invierno de 1939 en donde todo comienza, noche que tomó forma de verdugo para dejar flotando un enigma: ¿qué o quién es esa sombra?
La orientación de la obra hacia el western y el policial (y, ya que estamos, a la novela de terror, categoría hermana de todo crimen brutal desde Poe) plantea un conflicto que diversos personajes representan de una manera harto eficaz: o esa oscuridad es un monstruo demoníaco enviado por el mismísimo diablo que emerge de las profundidades infernales de la excavación de la futura línea D de subterráneos –teoría defendida un tanto a regañadientes por Tres–, o todo es apenas una pantalla cuasi metafísica que oculta los brutales crímenes y maquinaciones de la empresa encargada de la excavación, Chadopyf (hipótesis del más terreno ingeniero Pablo Manzotti que, como el Cruz de Fierro, traiciona a las fuerzas de la ley/los jefes de la empresa para la que trabaja con el fin de defender a un valiente, el propio Tres).
Leonardo Oyola ha ingresado al panorama de la narrativa nacional con obras como Chamamé –ganadora del premio Dashiell Hammet a la mejor novela policial– o Santería, trabajos que demuestran su habilidad para sorprender tanto a críticos como al público lector. Sus textos, implícita o explícitamente, realizan guiños a la así llamada cultura pop(ular), ese universo de folletín que el autor ha declarado como propio. Y si en Siete & el tigre harapiento (primera novela del escritor, tercera mención en el concurso Clarín de Novela de 2004) Oyola utiliza en cada título el nombre de una canción de Duran Duran en una historia de fines del siglo XIX en la Argentina, Hacé que la noche venga no se queda atrás: cada capítulo remite a alguna de las películas o series más emblemáticas del western, como El Gran Chaparral o La rosa amarilla, nombre que en esta obra es nada más ni nada menos que el de una escopeta Winchester 67 usada por un cura mexicano renegado que asegura haberse enfrentado a las fuerzas demoníacas a disparo limpio. En este tipo de personajes, en este relato centrado en la acción, no sólo está flotando el nombre de Tarantino sino también el de Osvaldo Soriano, homenajeando y parodiando tanto al western como a los policiales en Triste, solitario y final; o incluso al pulso del relato que mantienen escritores como César Aira y su fuga hacia adelante.
Si en el western, insistimos, sabemos de antemano que cerca del final habrá un duelo solitario entre el sheriff y el delincuente, Hacé que la noche venga nos obliga a juzgar acertadamente las apariencias, estar atentos y tener sumo cuidado... ¿Quién puede asegurarnos la naturaleza de esa sombra contra la que nos estamos enfrentando?
Fuente: Radar Libros sección del diario Página 12
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